que la distancia que las separaba era menor a la que existía entre empleadores y trabajadoras domésticas algunas décadas antes.
No es solo que esas distancias fueran menores en términos materiales. En la confesión de Angélica ya transcripta lo que se observa es un cuestionamiento a las distancias simbólicas. Ella enfatizaba la similitud de su cuerpo y el de Irene, en virtud de la cual a ambas la misma ropa les quedaba bien. Ahora bien, puede que su cuerpo fuera uno de los sitios clave a partir de los que Irene construía su distancia social respecto de Angélica. Aunque ambas eran migrantes internas, Irene provenía de una localidad situada en la provincia de Buenos Aires, relativamente cercana a Mar del Plata, e incluso a la Capital Federal. Angélica, en cambio, provenía de una localidad, quizás similar en términos de su tamaño, pero ubicada en la provincia de Tucumán. No sabemos nada de la apariencia de estas dos mujeres, pero esta diferencia de origen puede haber sido relevante en términos de la racialización de sus distancias de clase. Enrique Garguin (2009) ha señalado que el ser descendiente de inmigrantes europeos que se asentaron en el litoral fue un elemento clave en la conformación de la identidad de clase media en la Argentina, a partir de un contraste explícito con quienes habían migrado del “interior” del país. En ese contexto, la similitud corporal señalada por Angélica y reforzada por el uso de las mismas prendas pudo haber atizado las ansiedades de Irene, motivándola a hacer una denuncia por bienes cuyo valor material era relativamente menor.
La singularidad de Mar del Plata también permite pensar en otros escenarios en los que el estatus de quienes se identificaban como clase media podía ser tensionado por los usos que los trabajadores hacían de espacios y bienes que les pertenecían y que eran marcas claras de su lugar en las jerarquías sociales. En 1965, por ejemplo, una mujer que vivía en la ciudad de Buenos Aires pero poseía una casa de veraneo en Mar del Plata presentó una denuncia a la policía acusando a los caseros de haber hurtado un juego de cubiertos de plata, cuatro cuchillos, una manguera, una máquina de cortar césped, una tusadora, entre otros elementos. Los caseros, una pareja de hermanos, respondieron a esa acusación indicando que era falsa y que había sido hecha “en carácter de venganza” (denuncia 440.601, Archivo del Departamento Judicial de Mar del Plata, citada por Pérez, 2016). Puntualmente, la casera sostuvo:
[…] al parecer a la [denunciante] le fastidió que su hermano hubiera usado algunos platos de la cocina, como también que la declarante hubiera tendido ropa en el cordel en el parque, por lo cual esta le solicitó las llaves a la declarante, entregándoselas, previa revisación de dicha persona en el inmueble manifestando que todos los efectos existentes se encontraban en la casa, no faltándole nada […] Que cuando la denunciante volvió a irse a Capital Federal clausuró la puerta de entrada con maderas, así que era imposible entrar. Que ignora quién sustrajo las cosas de la casa, si es que ha habido sustracción.
Aunque es imposible establecer la veracidad de las acusaciones cruzadas entre empleadora y caseros a partir del expediente, resulta evidente que, independientemente de un posible hurto –que no fue probado–, el uso de ciertos bienes y espacios resultaba motivo de tensión. El caso permite pensar lo desestabilizadores que podían ser los usos de los caseros para los dueños de esas casas de veraneo que, fuera de su vigilancia, podían comportarse como si fueran ellos los propietarios, no solo de las casas, sino de los objetos con los que estaban equipadas. A mediados del siglo XX, si el servicio doméstico en el propio hogar confirmaba el estatus social del empleador, también era un permanente recordatorio del nuevo estatus alcanzado por los trabajadores y, en este sentido, de la vulnerabilidad de las jerarquías establecidas.
Reflexiones finales
¿Qué es y cuándo se formó la clase media en la Argentina? Desde hace al menos una década, distintos estudios han vuelto sobre esta pregunta para discutir las interpretaciones objetivistas, centradas en las categorías socioocupacionales, para poner los procesos identitarios en el centro de atención. En ese contexto, ganaron fuerza las hipótesis respecto del surgimiento de la identidad de clase media como respuesta al estatus y la visibilidad que adquirieron los trabajadores durante el peronismo. Esta hipótesis ha señalado las tensiones, los conflictos y las exclusiones desdibujadas en la imagen de la “democratización del bienestar”. En este texto busqué mostrar la relevancia del mundo doméstico en la construcción de las distancias sociales y las identidades de clase en la Argentina contemporánea.
En primer lugar, me detuve en el lugar del modelo de domesticidad de clase media como medida de la respetabilidad familiar. Mostré que, aunque el peronismo amplió las posibilidades de adquirir una vivienda propia y los artefactos domésticos necesarios para hacerla “confortable”, el acceso a dichos bienes estuvo marcado por dinámicas de distinción orientadas a establecer jerarquías con quienes no los poseían, o los habían alcanzado más tarde. Si otras investigaciones señalaron que la ampliación de las posibilidades de consumo redundó en un reforzamiento de la identidad obrera, en mi propio trabajo observé una adopción del modelo de domesticidad de clase media en las prácticas de distinción de sujetos provenientes de distintos sectores sociales; al tomarlo, sin embargo, lo modificaban en aspectos sustantivos.
Aún más central para la interpretación que propuse es la relevancia de la práctica de la domesticidad (Davidoff y Hall, 1994; Maynes, 2003), del trabajo y el consumo domésticos, en la negociación del estatus de la propia familia, puesto que permite reponer no solo la importancia del mundo “privado” en las identificaciones de clase, sino también la del género. La construcción de la figura del “ama de casa liberada” como principal beneficiaria del confort doméstico fue concomitante de la de su esposo como proveedor, y de ambos como consumidores responsables que destinaban su tiempo e ingresos al bienestar familiar. El acceso a esos bienes, sin embargo, era solo un momento en una secuencia ininterrumpida en la que los cuidados prodigados al hogar resultaban fundamentales para evitar posibles cuestionamientos al estatus familiar.
Las relaciones que se daban en el marco del servicio doméstico también muestran las ansiedades surgidas ante la percepción de esa inestabilidad de las distancias sociales. La denuncia policial de hurtos de objetos que no tenían un valor material relativamente alto permite pensar en los modos en que la presencia de una trabajadora doméstica podía no ya confirmar el estatus de los dueños de casa, sino ponerlo en cuestión. La denuncia, en este sentido, no solo buscaba reponer las jerarquías en el plano material (a partir de la recuperación de los objetos hurtados) sino también en el plano simbólico, señalando la inferioridad moral de quienes habían accedido a ellos mediante acciones condenables. Como ocurrió en el caso citado en extenso, el hecho de que buena parte de los conflictos giraran en torno de prendas de vestir, que muchas trabajadoras confesaron tomar para uso personal y que, como sostuviera Angélica, ponían en evidencia su similitud física con sus empleadoras, muestra la relevancia del cuerpo (feminizado y racializado) en la construcción de las distancias sociales y en su confrontación.
Las prácticas de trabajo y consumo centradas en el hogar eran instancias clave de las negociaciones a partir de las que se establecía el propio lugar en las jerarquías sociales. Su análisis muestra la fragilidad que ese lugar podía tener para ciertos sujetos, que debían confirmarlo de manera reiterada ante audiencias diversas. Las interacciones cotidianas desarrolladas en el mundo doméstico eran momentos centrales de esas negociaciones, en las que género, clase y raza se articulaban de modos específicos en la producción de las distancias sociales. La identificación con la clase media dependía en buena medida de confrontaciones “privadas” y muchas veces desarrolladas entre mujeres.
1. Los nombres han sido cambiados para preservar la intimidad de las personas involucradas en la causa.
2. Se mantienen la ortografía y redacción originales.
3. Trabajé con diecinueve expedientes de hurto iniciados en el Departamento Judicial de Mar del Plata entre 1950 y 1980, en los que empleadas domésticas aparecían como acusadas y sus empleadores como denunciantes. Los expedientes fueron consultados en el Archivo del Departamento Judicial