Luis Tejada. Una crónica para el cronista, Babel, Medellín, 1994.
Primera parte
Templo abandonado
1. El estudiante expulsado
En Medellín, hacia 1905, un niño recién matriculado en el Colegio de los Hermanos Cristianos resolvió responder al severo castigo del maestro lanzándole a la cabeza un palo erizado de clavos. Para el maestro, la falta del discípulo había sido demasiado grave y justificaba el castigo: el pequeño alumno derramó la tinta sobre el papel. Asustado, el niño corrió hasta su casa y le dijo a su madre que creía haber matado a un cura. Desde ese momento, los padres decidieron que su hijo no volviera más a ese colegio y que su educación quedara al cuidado de su tía, la mujer que creó el primer jardín infantil en Antioquia. El niño debió sentir alivio con la decisión, pues conservaba el cercano y agradable recuerdo de las horas que pasó con su abuelo, uno de los primeros directores de la Escuela Normal antioqueña y quien le enseñó a juntar las primeras letras. Ese niño se llamaba Luis Carlos Tejada Cano, había nacido en Barbosa, población próxima a Medellín, el 7 de febrero de 1898,1 y fue el primero de los once hijos que llegaron al hogar de Isabel Cano Márquez y Benjamín Tejada Córdoba.2
El niño provenía de una familia liberal radical antioqueña que prefería pasar por culta y no por rica. La ascendencia se remonta hasta el general José María Córdoba, un hombre que creía ciegamente en los ideales republicanos e igualitarios de la Revolución francesa y que al ver que el gobierno de Simón Bolívar iba por los caminos de la dictadura decidió rebelarse. A Córdoba le adjudican los cimientos ideológicos del Partido Liberal en Colombia, consignados en una carta que le envió a Bolívar en septiembre de 1829.3 Cuando nació Luis Tejada, don Benjamín, su padre, deambulaba afanosamente por tierras de Antioquia y Cundinamarca recogiendo dineros para celebrar el centenario del natalicio de su ilustre antepasado. Incluso había fundado en Concepción el periódico Patria de Córdoba,4 con el fin de refutar a quienes desde la población de Rionegro negaban al padre de Luis cualquier parentesco con el victorioso general de Ayacucho y, además, no reconocían Concepción como la cuna del prócer. La disputa entre los notables de cada pueblo fue quedando sepultada cuando la fecha del centenario de Córdoba comenzó a confundirse con la inminencia de la guerra civil de los Mil Días.
El ambiente de la cultura familiar que rodeó a Luis Carlos Tejada era refinadamente heterodoxo. En medio de la herencia liberal radical del siglo xix, que implicaba algunas inclinaciones panfletarias y anticlericales, entre los Tejada y los Cano se permitían muchas libertades y variedades de pensamiento. Hacían parte de aquellas familias que gustaban de ponerse al día con el conocimiento moderno; eran atentos a las novedades literarias y filosóficas, a los nuevos rumbos de la ciencia y la pedagogía. Les preocupaba moldear al hombre ordinario, prepararlo para las tareas prácticas del progreso material que exigía el nuevo siglo. Sus herramientas predilectas para esa misión modernizadora fueron la escuela y la prensa. Claro que los Tejada prefirieron agregar los rigores de la disciplina eclesiástica o el fervor de la caridad cristiana. El sacerdote jesuita Ricardo Tejada, tío de Luis, pasó varios años estudiando en Inglaterra antes de regresar al país para dedicarse a escribir obras didácticas y enseñar en el Colegio de San Bartolomé. Don Benjamín Tejada fundó y fue miembro de varias conferencias de la Sociedad de San Vicente de Paúl, con las que promovió en muchos pueblos de Antioquia la construcción de “casitas de los pobres”.5 Alguien escogió caminos más audaces para su tiempo; María Rojas Tejada, la tía que se encargó de la educación de Luis Carlos, adoptó los métodos del alemán Friedrich Fröbel y así dio origen a los primeros jardines infantiles en Antioquia. También preparó a una generación pionera de maestras para esos jardines y fundó centros de cultura femenina.6 Ella hizo parte de aquellos docentes que creyeron que al hombre del nuevo siglo había que librarlo, desde niño, de la prisión de los claustros sombríos y de la tiranía de la letra y la tinta. Promovieron la educación del niño al aire libre, en medio del juego y el trabajo en común, paseando por bosques y montañas.7
Cualquier miembro de aquellas familias habría leído, en los umbrales de un siglo que moría y otro que nacía, los aforismos de Nietzsche, el catecismo positivo de Comte, los fundamentos espiritistas de Allan Kardec. También a Darwin, Taine, Brandes y Spencer. Sus ojos los dejaban deslizar por el enciclopedismo ilustrado y por las más recientes obras de la literatura francesa. Francia, Inglaterra y Estados Unidos eran los lugares del mundo que correspondían a sus inquietudes intelectuales.8 El abuelo que le enseñó a Luis a juntar las primeras letras, Rodolfo Cano, además de dirigir en varias ocasiones la Escuela Normal de Institutores de Antioquia, se distinguió por fundar sociedades teosóficas y su tradición librepensadora se prolongó como herencia en sus hijas María y Carmen Luisa. La una fue la luchadora socialista María Cano. La otra fue la enigmática “tía Rurra”, quien alguna vez atinó a decir de su inquieto sobrino que “Luis iba para Marte pero cayó en la Tierra por equivocación”.9
Cuando Luis Tejada fue retirado del Colegio de los Hermanos Cristianos, Colombia apenas despertaba del trauma de una guerra civil que se extendió desde 1899 hasta 1902 y aún no aceptaba la vergonzosa pérdida de Panamá. Los liberales radicales, conspicuos protagonistas de la contienda, depositaron sus esperanzas de desarrollo económico en el gobierno de Rafael Reyes. Aceptaban que la conciliación política debía ser garantía necesaria para que el país saliera de su postración. En 1904, el padre de Tejada, en calidad de jefe de la Juventud Liberal de Medellín, acompañó a quien se erigía entonces en el máximo líder del liberalismo colombiano, Rafael Uribe Uribe, en la campaña de elección al Congreso de la República. Al año siguiente fundó el periódico Antioquia Industrial, “órgano de intereses morales y empresas industriales”. El periódico, de circulación quincenal, les pedía a los maestros del país que crearan en cada pueblo sociedades de temperancia. Repetía el lema del general Uribe Uribe: “¡Más escuelas y menos tabernas!”. Para Benjamín Tejada Córdoba, el maestro era una especie de dirigente cívico, una entidad moralizadora; por eso creía necesario “propagar con la palabra y el ejemplo, el odio a los vicios y el amor a ciertas virtudes, como el ahorro, la caridad en acción, el patriotismo bien entendido, en favor del pueblo”. Tenía muy en claro el padre de Tejada que debían propagarse conocimientos útiles y prácticos, concordantes con los ideales de razón, número y ciencia que motivaron a la naciente burguesía del café. Sabía bien que el café sería el porvenir del país, que el capital de los ricos debía ir de brazo con el trabajo de los pobres y que, en adelante, la redención económica del país tenía que contar con el apoyo incuestionable “de la pluma, la palabra y la tribuna”.10
El ánimo educacionista de la familia Tejada estuvo guiado por un heraldo del pensamiento moderno en pedagogía, el maestro Pedro Pablo Betancur. Este maestro participó en la selección de los primeros docentes del Gimnasio Moderno, la institución educativa nacional que abanderó la inspiración en las tesis de la escuela activa, y condujo a María Rojas Tejada por las novedades pedagógicas de los Kindergarten. A ella le encargó, en 1910, la dirección del Liceo Pedagógico Femenino de Yarumal y a don Benjamín lo designó inspector de instrucción pública para esa provincia del norte de Antioquia. Esa es la razón por la cual encontraremos a Luis acompañando a su padre en las correrías por la región. El muchacho aprovechaba los viajes para escribir breves apuntes inspirados en el paisaje y en las recónditas poblaciones que visitaban; aquellas incipientes páginas en prosa las ilustraba con minuciosos dibujos extraídos de su visión de la naturaleza. En Yarumal conoció a Horacio Franco, otro joven que llegaría al periodismo nacional, y a Pedro Rodas Pizano, con quien años más adelante dirigió un explosivo periódico en Barranquilla. Con ellos disfrutó los generosos momentos de lectura que les brindaban las inquietantes bibliotecas de sus padres.11 Tejada parecía ser el estudiante ejemplar del colegio de varones de Yarumal, porque en un homenaje al maestro Betancur se le encomendó entonar un canto.12 Así vivió hasta que sus padres tomaron una nueva decisión sobre su destino; precisamente, el acto de homenaje de marzo de 1912 era la despedida para el maestro Betancur, a quien el Gobierno de la Unión Republicana le acababa de asignar la dirección de la Instrucción Pública en Antioquia; y era la despedida para Luis Tejada, a quien sus padres enviaban bajo la protección del mencionado maestro a estudiar en la Escuela Normal de Institutores, en