ser identificadas mediante el lenguaje de una situación. Para discernir un múltiple, es necesario que este tenga cierta característica, pero además que existan, en la situación, múltiples que no dispongan de esta característica. Así, por ejemplo, mediante la característica “color”, nos es posible identificar una gota de sangre en el océano, pero no nos es posible hacerlo a la luz del parámetro “liquidez”, puesto que todas las gotas del océano comparten esta misma última característica. Para que podamos distinguir alguna cosa por su propiedad A, es necesario que existan otras cosas que dispongan de la característica no-A. Entendemos entonces lo que puede significar el carácter indiscernible de las verdades; bastaría con que tengamos partes de una situación que estén compuestas a la vez de múltiples que dispongan de la propiedad A y de otros que dispongan de la propiedad no-A. En este caso, esta parte sería indiscernible en tanto que parte de la situación mediante la característica A: “Si x posee una propiedad, y si y no la posee, la parte finita (x, y), compuesta de x y de y es, como toda parte finita, objeto de un saber. Sin embargo, ella es indiferente respeto de la propiedad, puesto que uno de sus términos la posee y el otro no. El saber considera que esta parte finita, tomada como un todo, no es pertinente para el discernimiento, por la propiedad inicial.”39 Imaginemos entonces un múltiple que no pueda ser discernido por ninguna característica dentro de cierta situación. Este sería lo que el matemático Cohen llama una multiplicidad genérica, es decir una multiplicidad no-determinada, no-discernible, que goza de la mínima determinación posible: “Así, en definitiva, la parte indiscernible tiene “propiedades” de cualquier parte. Con todo derecho se le declara genérica, puesto que si se la quiere calificar sólo se podrá decir que sus elementos son. La parte depende del género supremo y el género, del ser de la situación como tal, ya que, en una situación, “ser” y “ser-contado-por-uno-en-la-situación” son una sola y misma cosa.”40 “Verdad” es entonces el nombre del múltiple con la mínima particularidad posible, de allí su nombre de “genérico”, tal como existen medicinas genéricas, es decir sin patentes, que no pertenecen a ningún laboratorio, libres de derecho, es decir, válidas para todos.
Entendemos entonces con este carácter genérico de las verdades, la obsesión igualitaria de Badiou, que no proviene de manera originaria de su comunismo, sino que de manera retroactiva lo fundamenta desde las matemáticas. Una verdad es necesariamente válida para todos los múltiples de una situación, es decir para todos los elementos del conjunto, por lo que entendemos que tanto en lo que se refiere a la política como a la ética, la mayoría, por muy mayoritaria que sea, está indexada sobre ciertos números de múltiples de la situación, por lo tanto la mayoría no deja de ser una simple opinión. Para que una ética sea posible, es necesario indexarla sobre verdades y no sobre opiniones ni negociaciones.
Una ética indexada sobre las verdades La miseria filosófica de las éticas del mal
La mayoría de las éticas contemporáneas, así como de las políticas, abandonaron la primacía del Bien para refugiarse dentro de un objetivo más prudente y modesto: aquel que consiste en simplemente alejarse del Mal. Para muchos41, el siglo XX ha marcado el peligro y el fracaso de todo proyecto político y ético positivo que pretendía apuntar hacia el Bien, independientemente de la forma y del contenido que le atribuyamos. De hecho, es notable que la obsesión por los Derechos humanos se enmarque plenamente dentro de esta concepción del Bien en tanto que ausencia de mal. Así, por ejemplo, los derechos humanos garantizan el derecho a no-ser violentado, a no-ser encarcelado fuera del marco estipulado por la ley, a no-ser molestado por sus ideas, etc. En todos los casos, parecen posicionarse en tanto que protección contra ciertos males claramente determinados: “3) El Mal es aquello a partir de lo cual se define el Bien, no a la inversa. 4) Los “derechos del hombre” son los derechos al no-Mal: […].”42 No obstante, tal como lo escribe Badiou, aunque sea de manera implícita y sin nunca revelarlo plenamente, esta concepción del Bien en tanto que simple no-Mal se fundamenta en dos posiciones que se pueden cuestionar. Primero, supone que exista un hombre universal e identificado que dispone de la capacidad de identificar el Mal (aunque sea para poder huirlo o establecer reglas comunes que nos protejan de éste). Segundo, es necesario que este hombre sea capaz de reconocer a las víctimas del Mal y eventualmente de reconocerse a sí mismo en tanto que víctima del Mal.
Ahora bien, ambos fundamentos se pueden cuestionar. En lo que se refiere al primero, Badiou nos recuerda que, si el hombre no vale mucho en tanto que verdugo y vector del Mal, tampoco vale mucho más en tanto que víctima de éste. Si podemos tratar a los hombres tal como si fueran animales, es a menudo porque la violencia y el maltrato que han padecido los han convertido en casi animales: “En tanto que verdugo, el hombre es una abyección animal, pero es preciso tener el valor de decir que en tanto víctima, en general no es mucho mejor. Todos los relatos de torturados y sobrevivientes lo indican con fuerza: si los verdugos y burócratas de los calabozos y de los campos pueden tratar a sus víctimas como animales destinados al matadero y con los cuales ellos, los criminales bien alimentados, no tienen nada en común, es porque las víctimas se han transformado realmente en animales. Se ha hecho lo necesario para que sea así.”43 Al contrario, afirma Badiou, el hombre nunca es más admirable y más grande que cuando se niega a dejarse encerrar dentro de un estatuto de víctima. Más allá de su estatuto de víctima, la grandeza del hombre siempre se manifiesta en los momentos dentro de los cuales se arranca a esta asignación, cuando asume que más allá de su ser animal, hay un ser inmortal44, capaz de deshacerse de su preocupación por sus intereses individuales o comunitarios para integrarse dentro de verdades y proyectos que lo sobrepasan. Por esta razón, la filosofía de Badiou afirma la necesidad de pensar al ser humano en tanto que inmortal: “Un inmortal: he aquí lo que las peores situaciones que le pueden ser infligidas demuestran qué es el Hombre, en la medida en que se singulariza en el torrente multiforme y rapaz de la vida.”45 Pero, sobre todo, las éticas que se dan como proyecto minimalista el alejarse del Mal son, al fin y al cabo, proyectos conservadores que afirman la necesidad de no cambiar absolutamente nada de fundamental en la vida de los seres humanos. Efectivamente, si el proyecto colectivo fundamental es únicamente el protegerse del Mal, ya se ha renunciado a todo cambio radical. Sobre este punto, no podemos sino notar con Badiou que la política de la defensa de los derechos humanos no ha modificado radicalmente los equilibrios fundamentales al nivel geopolítico global. Más aun, esta política parece aplicarse de manera diferente según si las violaciones de dichos derechos son el hecho de países potentes o de países que no gozan de protecciones militares, económicas o diplomáticas. Todos sabemos que las violaciones a los derechos humanos por parte de Estados-Unidos o de China no tienen las mismas consecuencias que aquellas que suceden en los países africanos. Finalmente, Badiou añade una tercera crítica a las éticas del Mal, precisamente por su carácter universal. Quien defiende derechos universales, o más aún, quien defiende al hombre universal, en muchas ocasiones olvida preocuparse de los hombres encarnados, o encuentra en este carácter universal, una buena excusa para no tener que preocuparse por las singularidades humanas. Así, por ejemplo, tal académico tendrá principios generales muy fuertes en sus escritos y conferencias acerca de la necesidad de abrir las fronteras a los extranjeros, pero se quejará de que hayan entrado en su universidad una multitud de profesores extranjeros. De la misma manera, un médico luchará a favor del derecho universal a la salud, pero se negará a violar una ley para curar gratuitamente a tal clandestino. La generosidad teórica y universal es, en muchos casos, una excusa para no tener que ocuparse de los casos singulares mucho más cercanos: “[…] por su determinación negativa y a priori del Mal, la ética se prohíbe pensar la singularidad de las situaciones, que es el comienzo obligado de toda acción propiamente humana.”46 Así, el querer fundamentar la ética en un Mal del cual queremos alejarnos es un fracaso.
Se podría objetarle a Badiou que, dentro de su refutación de las éticas del Mal, ha minimizado aquella que no parte del humano en tanto que sufre, sino que comienza por la manifestación y la primacía del otro. Efectivamente, gran parte de la ética contemporánea, sobre todo la que proviene de la fenomenología47, o las éticas que piensan el multiculturalismo, el derecho a la diferencia, el reconocimiento o la tolerancia, parten del otro en tanto que alteridad. Levinas es el fenomenólogo que llevó más lejos esta reflexión, y la ética que parte de una