algo modificada, de lecciones universitarias para estudiantes de todas las Facultades. Su propósito y pretensión se circunscriben a lo que el título reza: introducción. No se trata ni de una biografía detallada ni de una interpretación completa y sistemática de pasajes científicos ejemplares. Tampoco se trata de una aportación original a la investigación histórica de la Filosofía medieval; cualquier experto podrá ver fácilmente —además de por las citas expresas— en qué medida depende la exposición de los trabajos de M.-D. Chenu, E. Gilson, F. van Steenberghen y otros.
El tema propio de estas lecciones es el intento de diseñar, con base en los hechos históricos y biográficos, el perfil de aquel Tomás de Aquino que, aparte de lo meramente histórico, sólo importa en verdad al filósofo de hoy. Y tengo la esperanza de que haya sido posible, aun cuando sólo en líneas generales, hacer resaltar exactamente y diferenciar claramente lo que exclusivamente se pretendía, es decir, la fisonomía intelectual que caracteriza a Tomás como el «Doctor Universal» de la Cristiandad. Esto es también de lo que en cualquier forma soy totalmente responsable.
J. P.
CLAVE DE ABREVIATURAS
En las siguientes notas los pasajes de la Summa theologica se citan solamente mediante cifras; por ejemplo: II, II, 123, 2 ad 4 quiere decir II parte de la II parte, quaestio 123, articulus 2, respuesta a la 4.ª objeción. De igual modo con los pasajes del Comentario al Libro de las Sentencias de Pedro Lombardo; por ejemplo: 3, d. 31, 2, 5 quiere decir Libro 3.º, distinctio 31, quaestio 2, articulus 5. Las restantes obras de Santo Tomás se abrevian de la siguiente forma.
C.G. | — Summa contra Gentes. |
Ver. | — Quaestiones disputatae de veritate. |
Mal. | — Quaestiones disputatae de malo. |
Pot. | — Quaestiones disputatae de potentia Dei. |
Spir. creat. | — Quaestio disputata de spiritualibus creaturis. |
Quol. | — Quaestiones quodlibetales. |
Substant. separ. | — De substantiis separatis. |
Un. int. | — De unitate intellectus contra Averroístas. |
Reg. princ. | — De regimine principum. |
comp. theol. | — Compendium theologiae. |
Perf. vit. spir. | — De perfectione vitae spiritualis. |
Contra impugn. | — Contra impugnantes Dei cultum et religionem. |
Contra retrah. | — Contra retrahentes homines a religionis ingressu. |
In Joh. | — Comentario al Evangelio de San Juan. |
In Met. | — Comentario a la Metafísica de Aristóteles. |
In An. | — Comentario al De Anima de Aristóteles. |
In Phys. | — Comentario a la Física de Aristóteles. |
In De caelo et mundo | — Comentario al De caelo et mundo de Aristóteles. |
In Trin. | — Comentario al Libro de Boecio sobre la Trinidad. |
In Hebd. | — Comentario al De hebdomadibus de Boecio. |
I
La vida de Santo Tomás de Aquino se extiende de tal forma a lo largo del siglo XIII, que el año de la mitad de la centuria, 1250, es también al mismo tiempo el año central de la vida de Tomás, aun cuando entonces él sólo tuviese veinticinco años y estuviese sentado como estudiante a los pies de Alberto Magno en el monasterio de la Santa Cruz de Colonia. El siglo XIII se ha llamado de forma especial el siglo «occidental». El significado que se vincula a esta denominación no resulta siempre totalmente nítido. En un cierto sentido, yo aceptaría igualmente este calificativo; incluso me atrevería a aventurar la afirmación de que lo específicamente occidental habría sido llevado a su configuración definitiva precisamente en este siglo y precisamente por medio del propio Tomás de Aquino. Por supuesto que ello depende de lo que se entienda por «occidental». De eso habrá que hablar.
Existe la idea romántica de que el siglo XIII fue una época de equilibrio armónico, de orden estable y de florecimiento sin trabas de la Cristiandad. Precisamente en el terreno espiritual no encaja esa idea. El historiador de Lovaina Fernand van Steenberghen habla de un siglo de «crisis de la inteligencia cristiana»[1]; y en Gilson se encuentra: «Todo el mundo podía ver que se cernía una “crisis”»[2].
¿Cómo se manifestaba esto concretamente? En primer lugar hay que decir que la Cristiandad, desde hacía siglos sitiada por el Islam, amenazada por las hordas asiáticas —1241 es el año de la derrota de los mongoles en Legnica—, esta Cristiandad del siglo XIII se encuentra drásticamente condicionada por el hecho de que era sólo un pequeño grupo en medio de un mundo gigantesco no cristiano. Experimenta drásticamente sus propias fronteras y no solamente las espaciales. En medio de Asia, en el Karakorum, hacia 1253/1254, en la corte del Gran Khan tiene lugar una discusión de dos frailes mendicantes franceses con mahometanos y budistas. Si se puede hablar aquí de una «tarea misionera emprendida por decepción de la antigua Cristiandad»[3], es ciertamente más que cuestionable. Pero de todas formas esta antigua Cristiandad se ve desafiada en sumo grado no sólo desde más allá de sus fronteras espaciales. Ya desde hacía tiempo el mundo árabe, que había invadido la antigua Europa, se había impuesto no sólo por su poderío militar y político, sino también por su Filosofía y Ciencia, que, mediante traducciones del árabe al latín, se habían «establecido» en gran medida en el corazón de la Cristiandad, por ejemplo en la Universidad de París. Ciertamente que esta Filosofía y esta Ciencia, en sentido estricto, no eran de origen y carácter islámico; es la antigua ratio, es Aristóteles quien había penetrado en el mundo intelectual de la Europa cristiana por caminos tan sorprendentemente avasalladores; pero de todas formas es primariamente algo extraño, nuevo, peligroso, «pagano».
Al mismo tiempo esta Cristiandad del siglo XIII va a resultar conmovida de raíz en su política: política interior, si se prefiere; va a penetrar definitivamente «en la edad en la que cesa de ser una unidad teocrática»[4]; en 1214 por primera vez vence un rey nacional —¡como tal!— al Emperador —¡como tal!— en la batalla de Bouvines. Por la misma época se inician las primeras guerras de religión en la propia Cristiandad, llevadas a cabo con inimaginable crueldad; durante decenios parece haberse perdido definitivamente para el Corpus de la Cristiandad todo el Sur de Francia y el Norte de Italia. El antiguo monacato, que es invocado como fuerza de oposición espiritual, parece haber perdido su fuerza —como institución, es decir, considerado en su totalidad—, pese a todos los intentos heroicos de reforma (Cluny, Citeaux, etc.). Y por lo que respecta a los obispos (naturalmente que también esto es una forma de hablar muy sumaria e inexacta), un prior dominico de Lovaina, totalmente respetable, tal vez condiscípulo por cierto de Santo Tomás en el tiempo de aprendizaje en Colonia junto a Alberto Magno, pudo escribir lo siguiente: que en 1248 sucedió en París que un clérigo tenía que predicar ante un sínodo de obispos, y mientras estaba buscando una materia apropiada se le apareció el demonio y le dijo: «Diles solamente esto: los príncipes de las tinieblas infernales saludan a los príncipes de la Iglesia. Les damos alegremente las gracias por conducir hacia nosotros a los que les están encomendados y porque por su negligencia casi todo el mundo está en poder de las tinieblas»[5].
Naturalmente no es que únicamente le ocurriese algo a la Cristiandad. La Cristiandad del siglo XIII respondió también de una forma muy activa. En este siglo no sólo se construyeron las catedrales. También se fundaron las primeras Universidades, las cuales, entre otras cosas, iniciaron la conquista de la antigua ciencia mundana y, en gran parte, también la completaron. Otra respuesta creadora de la Cristiandad se esconde bajo el término de «Órdenes mendicantes». Estas nuevas comunidades se vincularían de una forma totalmente inesperada, a la institución de la Universidad. Los más significados maestros del siglo, tanto en París como en Oxford, son sin excepción frailes mendicantes. Nada parece haber «terminado», todo entra en ebullición. Alberto Magno formuló este atrevido panorama de futuro: Scientiae demonstrativae non omnes factae sunt, sed plures restant adhuc inveniendae; la mayor parte del saber está aún por descubrir[6]. También de las Órdenes mendicantes surge el impulso de penetrar activamente en el mundo más allá de las fronteras. Mientras Tomás escribe su Suma contra los gentiles dirigida a los mahumetistae et pagani[7], fundan los dominicos, en esos mismos años, poco después de la mitad del siglo, las primeras escuelas