galo, constituir los nuevos poderes (las juntas) y, finalmente, servir como medio de difusión de manifestaciones de patriotismo.13 Pero las mutaciones que empezaron como expresiones de control de la opinión por parte de las autoridades, se convirtieron en el triunfo de la opinión del cuerpo político que estuvo acompañado de una mayor demanda de información. La prensa se erigió en la fuente para la diversidad de opiniones y de referentes políticos,14 así como en una apuesta por una pedagogía política que fue introduciendo de forma “subrepticia” y mediante deslizamientos de sentido hacia significados modernos, términos considerados tabú. De esta manera, la prensa utilizó la historia como instrumento pedagógico para legitimar los nuevos principios, explicar las circunstancias de ese presente revolucionario y proyectar el futuro.15
Una vez sentado el precedente ilustrado en la emergencia de la opinión pública moderna, la historiografía ha identificado varias tensiones como, por ejemplo, la contraposición entre el tribunal de censura, que funcionaba con gran eficacia en el siglo XVIII, y el tribunal de la opinión pública como expresión de las reglas dictadas por la razón; la independencia del hombre de letras frente al poder político, lo que facilitó su labor crítica; la distancia que se produjo entre la irracionalidad del elemento popular, “dominado por el prejuicio, la fuerza irracional de las pasiones y la ignorancia”, y el interés por lo público liderado por un selecto grupo de intelectuales que sirvió de mediador entre el Estado y el pueblo y se erigió en árbitro del interés público.16
El concepto de república
Cualquier reflexión sobre la emergencia de la república y de la opinión pública republicana se inscribe en un campo de estudio que, a nivel internacional, ha producido importantes derroteros teóricos que han tenido un impacto importante en la historiografía hispanoamericana y colombiana en particular. Si partimos de los atributos de la república señalados por Pocock,17 debemos coincidir en que buena parte de nuestra historiografía ha formulado estos referentes para estudiar a la república o, por lo menos, para entenderla en una periodicidad que confirma su carácter problemático.18 Varios historiadores colombianos, estudiando las publicaciones periódicas y los textos constitucionales han identificado como “república”, democracia o sistema de representación política, entre otros apelativos, al tipo de régimen que se instauró a comienzos de siglo XIX.19
Para Gilberto Loaiza este concepto también ha resultado fundamental en su obra, pues defiende la tesis de que a comienzos del siglo XIX coinciden las aspiraciones por mantener una hegemonía religiosa católica, un proyecto de democracia representativa y el predominio de la cultura letrada en el espacio público. En una gran parte de su producción historiográfica establece que dicho predominio se extendió hasta bien entrado el siglo XIX. En este punto, no sobra citar la réplica de Aristides Ramos a la historiografía por su excesivo énfasis en el criollismo ilustrado dispuesto a defender sus lugares de privilegio. De su reflexión, aunque detenida en el período colonial, se desprende que los criollos no desarrollaron discursos y prácticas políticas de oposición al imperio español; antes bien, trataron de conservar intactas sus aspiraciones burocráticas y, en esa medida, defendieron siempre su condición de “españoles americanos” y no de “criollos”, como solían identificarlos los peninsulares. Dice Ramos: “esta condición particular de los criollos en América fue lo que les restó inventiva en sus procesos de afirmación política, por el profundo “iberocentrismo” en que enmarcaron sus acciones”.20 Margarita Garrido, por su parte, entiende que las contiendas por el sentido en una república son permanentes, ellas hacen parte de un marco discursivo común, hegemónico y en constante recomposición. Admite también la autora, la importancia de los momentos de crisis para que ese marco discursivo termine dislocándose, de ahí que se produzcan cambios de significado, combinaciones de lenguajes y experiencias. En las repúblicas decimonónicas, las combinaciones de lenguaje enunciadas por la autora fueron: privilegios y derechos; cabildos abiertos y soberanía popular; Dios, rey y pueblo; pueblo y ejército; honor, vecindad y ciudadanía; justicia, igualdad y clasificaciones sociales.21
En este volumen, Loaiza se integra a este debate en el contexto de la historiografía colombiana, aunque no presenta discusiones explícitas que le ayuden al lector a establecer los contornos de sus divergencias y convergencias con las obras y autores pertinentes. De allí que la lectura del libro deje interrogantes como el carácter del faccionalismo que en este libro resulta central porque se define como el detonante de la transformación en el concepto de opinión pública. Loaiza enfatiza en el tránsito de una retórica centrada en la palabra de los hombres de letras a una retórica facciosa que atestigua las rivalidades políticas. También explica los esfuerzos de cada gobierno de turno por asegurar el orden. Pero en este período, el faccionalismo presenta fracturas profundas que combaten en una u otra orilla por la primacía de la constitución o por el lugar de la guerra en la definición de la república. En el caso de la Nueva Granada, la oposición entre bolivarianos y santanderistas o entre santanderistas y ministeriales después, remite a una realidad más compleja que es necesario estudiar. Queda la pregunta de cómo funciona esta complejidad en relación a Hispanoamérica en general en un marco comparativo como el que despliega este libro.
En su conjunto, el esfuerzo de análisis que ofrece este volumen deja planteadas una serie de rutas de reflexión que, presentadas en el marco de una lectura comparativa a nivel de los procesos hispanoamericanos de la primera parte del siglo XIX, aportan indicios importantes para expandir la reflexión tanto teórica como metodológica en el campo de la nueva historia de los lenguajes políticos. Con seguridad, sus reflexiones alimentarán el debate en el ámbito historiográfico nacional, pero también, en tanto compilan una serie de ideas y conclusiones que el autor ha publicado ya en diferentes artículos, constituye una herramienta útil en la docencia universitaria.
María Eugenia Chaves Maldonado
Profesora titular en dedicación exclusiva del
Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias
Humanas y Económicas de la Universidad Nacional
de Colombia, Sede Medellín
Ph.D. en Historia
Marta Cecilia Ospina Echeverri
Profesora titular del Departamento de Historia de
la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la
Universidad de Antioquia
Dra. en Historia
1. Su lectura, en este punto, parece cercana a la discusión ya clásica de Benedict Anderson sobre las condiciones bajo las cuales la nación pudo ser imaginada en el tránsito del siglo XVIII al XIX; es interesante constatar que otro de los intereses del autor en este campo ha sido justamente, reconocer la importancia de la novela como una condición que permite la emergencia de la nación. Véase Gilberto Loaiza, “La nación en novelas (Ensayo histórico sobre las novelas Manuela y María. Colombia, segunda mitad del siglo XIX)” en La nación imaginada. Ensayos sobre los proyectos de nación en Colombia y América Latina en el siglo XIX, comp. Humberto Quiceno (Cali: Universidad del Valle, 2015), 131-175.
2. Gilberto Loaiza Cano, El lenguaje político de la república. Aproximación a una historia comparada de la prensa y la opinión pública en la América española, 1767-1830 (Medellín: Universidad Nacional