William Nordling J.

Un Meta-Modelo Cristiano católico de la persona - Volumen II


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necesidad y el dominio de cada virtud, Aquino (1273/1981) indica que el coraje «se refiere principalmente al miedo a las cosas difíciles que pueden alejar la voluntad de seguir la razón» (II-II, 123.3), mientras que «la templanza denota una especie de moderación y se refiere principalmente a aquellas emociones que tienden hacia bienes sensibles, [a saber] el deseo y el placer y, por consiguiente, a los sufrimientos que surgen de la ausencia de esos placeres» (II-II, 141.3). (Véase apartado también el capítulo 11, «Realizada en la virtud».)

      Dado que el acto de elegir entra exclusivamente en el dominio de la voluntad, estas virtudes no provocan, en sentido estricto, una elección correcta. No obstante, facilitan la acción moral, al arraigar capacidades emocionales que tienden hacia un verdadero bien y hacia la obediencia a Dios, así como a la razón correcta y la guía de la voluntad. Al ordenar las emociones, se eliminan los obstáculos para una acción virtuosa, ayudando así a lograr una vida de realización (Cessario, 2002, p. 163). Asimismo, las emociones virtuosas también pueden centrar la atención de la razón sobre un acto virtuoso que debe realizarse, como cuando por compasión por la miseria de otro, una persona se ve obligada a considerar la posibilidad de ofrecer su ayuda (Aquino, 1273/1981, I-II, 24.3 ad 1; Agustín, 427/1972, 9.5).

      Del lado contrario, mediante sus elecciones, los seres humanos podemos deformar las capacidades emocionales del deseo y de la toma de iniciativas, adquiriendo vicios que nos llevarán al languidecimiento. Para ilustrar este punto, Mattison (2008) ofrece el siguiente ejemplo (p. 85): un padre puede sentirse frecuentemente enfurecido por el comportamiento de sus hijos, incluso cuando no están haciendo nada malo. Al principio, cuando empieza a experimentar esta ira, intenta suprimirla. No obstante, tras un tiempo, en lugar de contenerse (mostrando autocontrol), permite que su ira lo consuma, y procede a gritar a sus hijos. Pronto, su ira desordenada no se limitará a sus hijos y comenzará a arremeter contra su esposa, amigos y otros miembros de la familia también por ofensas percibidas. Este padre es claramente intemperante, y sufre específicamente el vicio de la ira excesiva. Su ira desordenada le conduce a realizar malos actos y afecta negativamente a sus relaciones con sus seres queridos, inhibiendo su capacidad de realización.

      El trabajo de Goleman de 2005 sobre las emociones confirma y refuerza la importancia de formar adecuadamente nuestras emociones. Inspirándose en los hallazgos psicológicos de Mayer y Salovey (1989), así como en la visión de Aristóteles sobre las emociones, Goleman destaca la importancia de lo que él denomina inteligencia emocional. La inteligencia emocional incluye ser capaz de utilizar constructivamente las propias emociones, comprender empáticamente las emociones de los demás y emplear las emociones para apoyar relaciones exitosas (p. xxiii). Según Goleman, la inteligencia emocional es necesaria no solo para el bienestar físico, sino también para la realización de la familia, la comunidad y la profesión. Las deficiencias en la inteligencia emocional hacen que el individuo sea susceptible a una serie de vicios, como la impaciencia, el chismorreo y los celos (p. xxiii).

      REFORMANDO NUESTRAS EMOCIONES

      Una vez que nuestras capacidades emocionales están bien o mal formadas —generalmente cuando somos jóvenes— es difícil cambiarlas. No obstante, como adultos, frecuentemente somos llamados a cambiarlas. Esto es especialmente necesario en el campo de la psicoterapia para el tratamiento de emociones como el odio, la ansiedad y la depresión. Las virtudes y los vicios, incluidos los relativos a nuestras capacidades afectivas sensoriales inferiores, alteran profundamente el carácter de las personas. Aristóteles (ca. 350 a. C./ 1941, 1152a30-34) y Aquino (1273/1981) comparan la «disposición operativa» de la virtud y el vicio con una especie de segunda naturaleza dirigida a la acción moral (I-II, 55.4). Aquino (1273/1981) afirma que una disposición «es como una segunda naturaleza, y aún se queda corta» (I-II, 53.1 ad 1). En el caso del vicio, existe esperanza cuando todavía existe la posibilidad de cambio hacia la virtud. Asimismo, una disposición parcialmente formada puede entenderse en un sentido como un carácter de la persona, menos permanente, más inestable y fácil de cambiar (Aquino, 1273/1981, I-II, 49.2 ad 3) que una disposición totalmente formada, que puede ser modificada, pero solo con esfuerzo.

      Incluso mediante la ayuda de la gracia de Dios, el cambio es difícil para el individuo cuyas capacidades emocionales han sido desordenadas por el vicio. Aunque la gracia sana al pecador de los vicios, frecuentemente queda algún rastro de ese pasado, el comportamiento permanece aún en la persona por los efectos negativos producido por el vicio adquirido (Aquino, 1272/2005, a. 10 y 16). Cuando las disposiciones contrarias continúan obstaculizando al individuo para conseguir una vida bajo la gracia, este lucha contra sus emociones y se aferra a su pura fuerza de voluntad en lugar de experimentar la facilidad de una virtud bien establecida (Aquino, 1272/2005, a. 11 y 15).

      Sherwin (2009) pone como ejemplo al venerable Matt Talbot como la materialización del tipo de persona que Aquino imagina cuando reconoce el poder y la naturaleza profunda del vicio. Talbot, un obrero irlandés, sufría de intemperancia; fue un alcohólico desde su adolescencia hasta su conversión a los veintiocho años. A partir de entonces, dejó el alcohol y dedicó su vida a Dios y al servicio de los pobres. A pesar de su conversión, su anterior estilo de vida le atraía y le daba instrucciones; recordó el sabor, el agradable estado mental que le aportaba, y a sus viejos amigos. Particularmente al principio de su nueva vida cristiana, sintió un fuerte deseo de beber y volver a sus antiguas prácticas. Aunque la gracia divina le aportó la virtud moral infusa de la templanza, las influencias de sus antiguas disposiciones viciosas adquiridas aún permanecen. A pesar de todo, y con la ayuda de la gracia de Dios durante un largo tiempo, fue capaz de superar incluso este deseo de su vida anterior (Sherwin, 2009).

      Hallazgos relativamente recientes en el campo la neurociencia sobre la plasticidad del cerebro confirman las ideas de la ética de la virtud aristotélica-tomista sobre la dificultad de superar el vicio. Las investigaciones han demostrado que el cerebro «puede cambiar su propia estructura y función a través del pensamiento y la actividad» (Doidge, 2007, p. xix). Si bien parecería que este poder del cerebro facilitase la conquista del vicio, Doidge señala que «una vez que se produce un cambio plástico particular en el cerebro y se fija sólidamente, puede evitar que se produzcan otros cambios» (p. xx). Se refiere a este fenómeno como «la paradoja plástica» (Doidge, 2007, p. xx).

      Para ilustrar la plasticidad del cerebro, Doidge (2007) pone como ejemplo el aumento desenfrenado de la pornografía en Internet y el correspondiente aumento de la adicción a la pornografía (pp. 103 a 109). Debido a que las neuronas que se disparan entre sí se conectan, los usuarios de pornografía envían imágenes a los centros de placer de sus cerebros (pp. 108-109). Con el tiempo, lo que antes les parecía sexualmente excitante, como el sexo con novias o cónyuges, se vuelve menos excitante. Tienen que llevar sus experiencias de pornografía a su relación sexual, recordando mientras tienen relaciones sexuales las imágenes que han visto. Con el tiempo, a medida que los usuarios se van sensibilizando a las imágenes contempladas, anhelan intensamente la pornografía y necesitan aún más imágenes gráficas para producir el mismo efecto, aunque en realidad no les guste la pornografía (pp. 108 y 109). En un lenguaje más tradicional, el usuario de pornografía ha abusado de su deseo sexual y él mismo ha construido el vicio de la lujuria en sí mismo. Su transformación requerirá que ignore el vicio producido por falta de control, y consiga el autocontrol que aporta la virtud de la castidad. Necesita progresar, reordenando en primer lugar su cognición para saber que la castidad es buena, mientras que la falta de control no lo es. Esto implica pasar del vicio de la lujuria a la decisión del autocontrol. A continuación, tendrá que reordenar su voluntad para conseguir tomar decisiones castas. Finalmente, también se ayudará adquiriendo un deseo casto (templanza, en particular castidad). A lo largo de esta transformación, sus cogniciones, elecciones y emociones desordenadas deberán ser modificadas para conseguir motivar y apoyar la virtud, en lugar de la lujuria.

      Dado que este proceso es extremadamente difícil, la persona se verá muy favorecida por prácticas virtuosas y amigos, así como por diferentes formas de psicoterapia, incluida la terapia cognitiva-conductual (Ellis, 2004), la terapia experimental y la terapia centrada en las emociones (Greenberg, 2012; Greenberg y Johnson, 1988), así como por la misericordia y la gracia de Dios (Mattison, 2004, pp. 172-175; Mattison, 2008, pp. 87-90).

      CONCLUSIÓN