6 de enero de 1918, en las difíciles circunstancias de la Primera Guerra Mundial y las peores condiciones del psiquiátrico, el corazón de Cantor se negó a seguir funcionando.
Hilbert exclamaría: «Nadie nos podrá expulsar del paraíso que para nosotros ha creado Cantor». Y nadie pudo. Buena parte de las matemáticas actuales son la herencia de Cantor, el hombre que domesticó el infinito.
La última danza
Reventamos, parece que reventamos.
Grupo Niche
En algún lugar de una galaxia de cuyo nombre no quiero acordarme, dos estrellas ejecutaron una danza cósmica sin presentir que sería su último tango. Eran muy pequeñas: el diámetro de cada una de ellas era de unos 20 kilómetros; su masa, algo mayor que la masa del Sol. Tanta masa comprimida en un espacio tan reducido hacía que la gravedad en su superficie fuese formidablemente intensa. Los electrones abalanzados por la presión hacia los núcleos formaban neutrones, y la estrella remedaba a un gigantesco núcleo atómico. Era la clase de objetos más compactos que podemos concebir: estrellas de neutrones, el remanente de estrellas masivas que explotan al agotarse su combustible nuclear.
La danza de las estrellas fue haciéndose frenética; cuando estuvieron a un centenar de kilómetros de distancia se generaron copiosas ondas gravitacionales. La espiral se fue achicando, y luego de unos dos minutos el choque fue inevitable, de modo que se produjo la fusión de las estrellas, un cataclismo que generó un estallido de materia y radiación.
Todo esto ocurrió hace 130 millones de años.
Las ondas gravitacionales provenientes de aquel par de estrellas llegan a la Tierra el 17 de agosto de 2017 y activan levemente durante unos cien segundos los dos detectores LIGO en Estados Unidos. Se disparan las alarmas. Menos de dos segundos después el telescopio espacial Fermi detecta una breve e intensa ráfaga de rayos gamma en los cielos del hemisferio sur. Los datos de LIGO, Fermi y el detector de ondas gravitacionales Virgo en Italia permiten localizar la dirección de la fuente en un área de unos 28 grados cuadrados. En apenas unas horas un telescopio óptico en Chile percibe el insólito brillo del estallido. Y en las siguientes horas y días cerca de 100 telescopios, incluyendo al Hubble, escudriñan esa luz en todas las longitudes de onda, infrarroja, ultravioleta, rayos X.
Por primera vez en la historia la humanidad pudo capturar un episodio astrofísico detectando sus ondas gravitacionales y sus ondas electromagnéticas. Se ha inaugurado así una novedosa manera de indagar sobre el universo. Ambas ondas viajaron durante 130 millones de años a la velocidad de la luz y ambas nos hablan de aspectos distintos del fenómeno del cual provienen. La exquisita tecnología actual y la posesión de teorías exitosas y de simulaciones computarizadas nos dan luz acerca del evento ocurrido. La emergente astronomía multimensaje acaba de anotarse un éxito.
El análisis conjunto revela que las ondas gravitacionales no provenían de agujeros negros, como las cuatro detecciones anteriores en las que no hay luz emitida, sino que proceden de la fundición de dos estrellas de neutrones, un fenómeno que ya ha sido bautizado como kilonova. Por eso podemos conocer las masas de las estrellas, la masa resultante y la cantidad de energía emitida. Era una conjetura que las erupciones de rayos gamma podían tener su origen en la colisión de estrellas de neutrones. Ahora hay constataciones. Gracias al análisis de la luz en diversas regiones del espectro, sabemos que esas erupciones se formaron, con alrededor de 10.000 veces la masa de la Tierra, de elementos más pesados que el hierro, como el oro, el platino, el uranio, que quedarán dispersos en el medio interestelar. El enigma de cómo funciona esta alquimia cósmica ha sido descifrado.
Además, la detección de ondas gravitacionales y electromagnéticas proporciona una nueva manera de medir la tasa a la que se expande el universo. Sin duda, corren tiempos fascinantes para la astronomía. En 2015, cuando se detectó la primera onda gravitacional (hoy galardonada con el Nobel de Física en 2017), aumentó nuestra habilidad para hackear el mundo físico. La astronomía multimensaje está apenas naciendo y se espera que revolucione nuestra comprensión del universo. Ya estamos vislumbrando sorpresas.
El precio y el valor de la ciencia
Supe que lo sencillo no es lo necio,que no hay que confundir valor y precio.
J. M. Serrat
Afirmar que el mundo contemporáneo está moldeado por una sofisticada tecnología es aseverar lo obvio. Afirmar que esta tecnología es un subproducto de la investigación básica es mucho menos evidente.
Todos los sistemas de producción de la energía que mueven al mundo (sea energía hidroeléctrica, solar, nuclear) y los equipos médicos que indagan el interior de nuestros cuerpos (la nanotecnología, la manipulación genética, la industria de las telecomunicaciones, internet, las computadoras, hornos de microondas) dependen de la comprensión de leyes fundamentales de la naturaleza.
La tecnología es un producto colateral y deseable de la ciencia. Sin embargo, en general, la motivación de los científicos a la hora de escudriñar en las leyes naturales no es la eventual aplicación práctica o tecnológica, sino más bien el placer de descubrir el funcionamiento oculto de la realidad. La naturaleza nos propone enigmas y el ser humano es un reconocedor y un descifrador de enigmas.
James Clerk Maxwell buscaba develar la estructura de los campos electromagnéticos, y sus ecuaciones sugerían que una corriente oscilante emite ondas de radio. Este fue el inicio de la radiodifusión.
La generación de jóvenes físicos que desentrañaron los entresijos del mundo cuántico no sospechaban que las leyes que descubrían harían posible la existencia de las computadoras, los celulares, el láser, entre muchos otros productos tecnológicos.
Paul Dirac buscaba averiguar el comportamiento de un electrón a altas velocidades, y la ecuación que lo describía permitió predecir la antimateria. Luego la tecnología fabricó los tomógrafos de emisión de positrones para conocer sobre nuestros órganos.
Albert Einstein no pensó en ninguna aplicación práctica de su teoría de la gravedad, pero el sistema GPS funciona gracias a una sofisticada predicción de su teoría acerca del comportamiento del tiempo en campos gravitacionales.
Parodiando la famosa expresión l’art pour l’art de comienzos del siglo xix, la actitud general de los científicos se condensa en la frase «la ciencia por la ciencia misma», por la aventura intelectual de hackear los códigos de la naturaleza, y no por la eventual utilidad que pueda tener.
Es cierto que hay áreas de la ciencia más cercanas a las aplicaciones que otras. Estudiar la superconductividad a temperatura ambiente promete más usos prácticos que la presunta teoría cuántica de la gravitación, pero los caminos de la ciencia son curiosos y nunca se sabe si de una teoría muy abstracta pueden derivarse tecnologías valiosas.
¿Que la ciencia es costosa? Sí, los grandes experimentos para explorar el mundo subatómico o el universo requieren una tecnología de punta, muy sofisticada, que es dispendiosa. Además, hay que pagar a científicos, ingenieros, computistas y técnicos, todos de altos niveles de formación. Por eso muchas veces se dan colaboraciones entre varios países y con participación de muchos centros de investigación. La ciencia actual resulta costosa, pero es valiosa. Basta con recordar algunos hechos.
El telescopio espacial Hubble tuvo un precio menor a 3000 millones, pero nos regaló una nueva mirada al universo y ha producido cerca de 5000 millones de artículos científicos. En cambio, 4 años de la guerra de Irak costaron 120 veces más que el Hubble y han originado más de 100.000 muertos.
La máquina más compleja jamás construida por la humanidad, el acelerador de partículas LHC, costó 13.000 millones de dólares, desde