Sergio Götte

El sufrimiento en la pandemia


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del dolor. La extensión y la multiformidad del sufrimiento moral no son ciertamente menores que las del físico; pero a la vez aquél aparece como menos identificado y menos alcanzable por la terapéutica.

      3. Análisis fenomenológico del dolor

      Teniendo en cuenta que, si el dolor no es conscientemente sentido, no existe como dolor, y que el análisis fenomenológico implica los fenómenos tal como nos aparecen en la conciencia, puede establecerse una clasificación del dolor, según su intensidad o según el tono afectivo que lleva consigo; esto es, según el dolor como dolor vivido. En esta línea, el filósofo alemán Max Scheler escribió en 1916 un ensayo titulado “El sentido del sufrimiento humano”. Scheler señala tres planos o modos de ser de la persona humana: lo biológico, lo psicológico y lo espiritual. De acuerdo a esta distinción, reconoce cuatro estratos en los cuales se vivencian el dolor físico, el sufrimiento y la tristeza: en lo que respecta al cuerpo, el estrato somático y de sentimientos sensoriales (que son los primeros, relativos al sentido del tacto, sensaciones corporales, pequeños malestares que son más bien defensa de la persona); en lo que se refiere a lo psicológico, el estrato somático vital (asociado a sentimientos corporales y vitales) y el estrato psíquico del Yo; en relación al plano espiritual o del alma, el estrato más profundo, donde se dan los sentimientos más íntimos de la persona. Según Scheler, no puede negarse que los dolores del alma tienen también una parte física o somática y que con frecuencia se reflejan en el estado general del organismo y que, de modo similar, hay dolores corporales que apelan a la totalidad del espíritu humano, todo lo cual hace de estas distinciones, un paisaje complejo. Solamente considerando la completitud de la persona, con su carácter esencialmente dinámico, el sufrimiento va a tener un sentido, pues, va a ser entendido en su integridad. Comprendiendo el sufrimiento desde sus estratos más inferiores, el físico o emocional, podemos intentar dar otro paso hasta la comprensión más fiel y acabada de quién es el ser humano como unidad de significado. Bajo el signo de un determinado estado emocional, podemos entregarnos al dolor, o podemos oponernos a él, soportarlo, tolerarlo, sufrirlo, gozarlo. A nivel de la esfera espiritual, el ámbito del sentido y de la libertad, podemos buscar o rehuir del dolor, o simplemente reprimirlo. Allí el dolor existe como purificación, como expiación o como corrección.

      Para el neurólogo y psiquiatra Viktor Frankl, quien sobrevivió desde 1942 hasta 1945 en varios campos de concentración nazis, incluido Auschwitz, el sufrimiento tiene sentido en cuanto brinda a la persona un consuelo ante sus dudas, preocupaciones y problemas existenciales:

      Sufrir significa hacer méritos y significa también crecer. Pero también significa madurar, pues la persona que se supera a sí misma madura antes que otras. Sí, el propio desempeño del dolor no es otra cosa que un proceso de maduración. Sin embargo, en el ser humano está ser consciente para alcanzar su libertad interior a pesar de dependencias externas (Miramontes, 2013, p. 54).

      Para poder encontrar ese sentido es necesario apelar a la dimensión humana fundamental: la espiritual. Del mismo modo, si la persona no encuentra sentido a su sufrimiento, ello va a significar una desdicha doble, porque al sufrimiento mismo se suma la sensación del absurdo. En cambio, el hombre que descubre un “para qué vivir puede aguantar y sostener cualquier cómo” (Frankl, 1987, p. 88) y, para que esto pueda darse es muy necesario tener al amor como motor:

      El amor es la meta última y más alta a que puede aspirar el hombre... la salvación del hombre está en el amor y a través del amor. Comprendí cómo el hombre, desposeído de todo en este mundo, todavía puede conocer la felicidad si contempla al ser querido. Cuando el hombre se encuentra en una situación de total desolación... cuando su último objetivo es limitarse a soportar los sufrimientos con dignidad, ese hombre puede, en fin, realizarse en la contemplación del ser querido (Frankl, 1994, p. 45).

      Sin embargo, esta apertura al dolor desde la fenomenología, desde la vivencia de la subjetividad, también nos plantea límites. La fenomenología es una apelación insuficiente porque para saber qué y cómo es el alma, no basta atenerse a lo que aparece como vivido en la conciencia de la subjetividad. Además, los análisis anteriores no explican la existencia del sufrimiento. Hacen referencia a la experiencia humana de un mal, de un ser humano que no puede aproximarse al bien. Pero, ya que el mal no es un fenómeno de índole exclusivamente lógico-natural, no puede ser cumplidamente explicado a nivel fisiológico y fenomenológico. Si existe como una forma de señalización para que nosotros conservemos nuestra integridad y que se favorezca el florecimiento de la vida, ¿por qué se vuelve tan cruel y bárbaro?

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