El último en aparecer fue el padre de Adam, que agarraba una gran bolsa de viaje con sus manos.
—Bueno, pues parece que ha llegado la hora —afirmó Adam con un deje de resignación en su voz—. Tengo que… Tengo que…
No pudo terminar de hablar, una pelota de tristeza ocupaba su garganta y le impedía continuar. Sus ojos se volvieron acuosos. Ante la visible congoja, Rachel fue incapaz de aguantar y derramó las lágrimas que a duras penas Adam retenía.
—Suerte, amigo. —Logan fue el primero en despedirse ofreciendo su mano a Adam—. Espero que aprendas mucho y vuelvas siendo un gran doctor.
—Te deseo que vaya todo bien, Adam. —Luke fue el segundo en despedirse—. Quién sabe, si la guerra se vuelve más violenta, puede que nos obliguen a alistarnos y hasta puede que nos encontremos en el frente. Y, si me hieren, espero que seas tú el que cuide de mí.
—No digas tonterías, Luke… —afirmó Adam abrazando a su amigo—. Esto se va a acabar en dos días…
El señor Stein se acercó a su hijo, puso sus manos en los hombros de Adam y asintió con la cabeza. Después, lo abrazó con fuerza, como había hecho tantas veces cuando era niño. Entonces, deseaba que el momento en el que creciera y tuviera que asumir responsabilidades no llegara. Pero había llegado.
—Hijo —dijo el padre, también con visible congoja en la voz—, una vez llegues allí, compórtate como el hombre que sé que eres y todo saldrá bien. Espero tu regreso de la misma manera que fue el mío en la anterior guerra, lleno de gloria. Para entonces, habrás conseguido un gran porvenir y podrás tener una familia en la que espero que tengas un hijo al que ames tanto como te amo yo a ti.
Adam miró a los ojos a su padre y ya no sintió impotencia ni miedo, sino comprensión. Ya no lo juzgaba. No pensaba si era peor o mejor padre, simplemente comprendía que hacía lo que él creía que era lo mejor para su hijo, aunque no fuera la opción que a él más le agradara, como cuando era un niño y no le dejaba comer tantos dulces para proteger sus dientes y su salud.
Cuando padre e hijo se separaron, llegó el turno de despedida de la prometida. Rachel se apretó contra el pecho de Adam transmitiéndole todo el temblor de su cuerpo. Durante aquel abrazo, comenzó a llorar agónicamente al saber que llegaba el momento de separarse de su amado, sabiendo que había muchas posibilidades de no volver a verle. El llanto de Rachel aumentó sus decibelios y los alaridos de angustia de la joven rompieron la noche. Una bandada de charranes huyó asustada por el dantesco espectáculo.
—Venga, que esta escena me la encuentro yo cada vez que recojo a alguien. No vamos a estar aquí toda la noche —dijo el conductor, desesperado, acercándose para separar a la pareja.
—Deles un minuto, por favor —solicitó el señor Stein reteniendo al piloto con el brazo. El conductor asintió, asustado por el tono que había adoptado el hombre.
Pero un minuto no sería suficiente. Ni siquiera todo el tiempo del mundo habría permitido que Rachel quisiera separarse de Adam por voluntad propia. Tuvieron que forzarle a ello sus amigos, que les separaron mientras Rachel decía entre lágrimas y mucosidades «vuelve, Adam, vuelve pronto, por favor…».
El conductor abrió la parte trasera del camión. Adam se dirigió hacia allí y dentro encontró al menos una docena de hombres que, como él, mostraban evidente temor en su rostro. Antes de subir, miró una última vez a Rachel, retenida en su posición por Luke y Logan. Observó a la chica y grabó su imagen en su mente, pues acordarse de ella sería su tabla de náufrago cuando las cosas se pusieran complicadas de verdad. Dirigió su mirada hacia su padre, que inclinó la cabeza en señal de respeto, y de nuevo volvió a mirar a su amada. Cuando cargó su corazón con la imagen de Rachel, subió al camión militar, que no tardó en arrancar y comenzar a alejarse de allí.
En un momento en el que Logan y Luke cedieron, pensando que todo estaba ya hecho, Rachel se escapó y comenzó a correr tras el vehículo a toda la velocidad que sus cortas piernas le permitían. «¡Vuelve! ¡Adam, vuelve, por favor!», gritaba una y otra vez mientras el ardor en sus muslos se hacía más fuerte, impidiéndole mantener el ritmo y haciendo que el camión pareciera cada vez más pequeño. El sudor se mezcló con las lágrimas que no dejaban de cesar y aquella mezcla debía de ser tóxica, pues su corazón respondía con más y más dolor. Aguantó la carrera todo lo que pudo hasta que fue incapaz de perseguir un camión que se llevaba a su amado.
Lo vio marcharse y estiró el brazo una última vez como si pudiera atravesar el tiempo y el espacio con él para agarrarle, para traerle de vuelta con ella. Entonces, en la extrema negrura de la noche, se sintió sola. No recordaba haber estado sin él en su vida. Un vacío enorme la invadió, un hueco que pronto empezó a llenarse de temor y desesperanza.
«Vuelve, Adam. Vuelve pronto, por favor…».
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