cuadro del Sagrado Corazón
A los niños y jóvenes de Colombia,
en cuyas manos está nuestra Historia.
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1… 2… 3…
«§»
Colombia
De donde siento que soy.
País de regiones, múltiple y diverso.
La gente y el lugar, a los que amo y estoy unido entrañablemente.
Personas de una especial alegría, de un baile y un son.
La llevo metida en mis cinco sentidos.
Contar
Es poner en palabras una historia.
Es charlar sobre nuestras semejanzas y diferencias para celebrarlas.
Es recrear alegrías para sentirlas de nuevo.
Es hablar de tristes sucesos para dejarlos atrás.
Es hacer planes y tener sueños juntos.
Objetos
Lo que está frente a mí. Lo que me interesa e intento conocer.
Son los testigos fieles del pasado.
Encierran mensajes cifrados de quienes se fueron.
Contienen historias de vida para quienes vienen detrás.
Los hacemos, nos hacen.
Somos un poco nuestros objetos.
2
La idea “grandiosa”
«§»
Desde ayer estoy en vacaciones. Siempre hacemos un viaje en familia, de unas tres semanas, por algún sitio de nuestro país. El resto del tiempo me gusta no hacer nada o hacer solo lo que me viene en gana. No importa que al final de las vacaciones llegue a aburrirme un poco, en los últimos días libres, largos y lentos.
Eso planeaba hace dos días, pero las cosas comenzaron a complicarse. Ellos no pueden tomar sus vacaciones en esta época, por tanto, no habrá viaje. Ir donde los abuelos está descartado pues de nuevo tienen problemas con sus achaques. Entonces estaría, día tras día, solo en casa, aburrido como una ostra, con los libros, la bicicleta y los aparatos. Ya me iba haciendo a la idea y estaba tranquilo, pero va a ser peor. A mi mamá se le ocurrió una “idea grandiosa”, la soltó ayer, durante la cena, a la hora de los postres.
—Tomarás un curso de vacaciones de cinco semanas.
—¿Qué? ¿Seguir estudiando? —le dije.
Mi papá no decía nada, pero estaba de acuerdo, era evidente. Mi cerebro rugía como un volcán que iba a hacer explosión en un momento.
—Han debido preguntarme primero —seguí.
Estaban mudos, desconcertados. Seguro habían pensado que para mí sería una buena noticia, que por algo tengo fama de ser un “comelibros”, pero la situación era muy clara: Si quería salvar mi libertad de solo hacer lo que me viniera en gana, debía usar sin demora mis mejores argumentos:
—Están coartando mi libertad. —No respondieron nada, pero me pareció ver en sus caras una cierta sonrisa—. Ya estoy averiguando por Internet dónde debo quejarme.
Les anuncié, mientras efectivamente miraba el celular. Había iniciado la búsqueda: “Derechos de los niños en vacaciones”. El buscador se movía en círculos, estaba lento.
Esperaba encontrar un mandamiento en alguna carta, o una frase en algún manifiesto que dijera: “Todo ser humano, en especial si es un niño o un joven, tiene derecho a descansar en vacaciones”. Y que a continuación me ofrecieran el salvavidas: “Puede quejarse en esta oficina y será atendido de forma inmediata”.
El buscador seguía girando imparable, sin ofrecer resultados.
—¡Es una estupidez madrugar, estudiar y acostarme temprano, cuando estoy en vacaciones!
Seguían inamovibles como estatuas. Entonces lancé la más poderosa de las consignas:
—Voy a poner una tutela, el descanso en vacaciones es un derecho fundamental.
Ellos esperaban a que me calmara, pero yo estaba furioso. Miré mi plato. Aún me esperaba media milhoja de arequipe, pero no terminé. Me marché a mi cuarto y esperé. Pensé que iríamos a dialogar y a buscar una solución, pero me equivoqué, aquella noche me ignoraron. Tras mi puerta cerrada solo escuché un “Buenas noches”, al que apenas respondí con un gruñido. Era evidente que ellos mantenían su decisión y yo mi oposición.
Al día siguiente, a la hora del desayuno, estaban sonrientes como si nada hubiera pasado; yo, en cambio, estaba dispuesto a hacer cualquier cosa, hasta huelga de hambre si era necesario. Pero su amabilidad me desarmó.
—No es un programa más de “Vacaciones recreativas” —comentó mi papá mientras me acercaba una tortilla de huevo, hecha como me gusta—. El curso es apenas en la mañana, tendrás tus tardes libres. Te quedará tiempo hasta para aburrirte —añadió.
Yo seguía mudo, aparentaba estar concentrado en la ensalada de frutas.
—Serán solo cinco semanas, luego vendrán otras tantas para hacer lo que quieras —agregó mi mamá.
Debo reconocer que esas frases me tranquilizaron un poco. Algo había logrado con mi actitud. Por lo menos aparentaban ser flexibles.
—Pregunta entre tus amigos quiénes han oído hablar del profesor Teruel y de sus cursos —sugirió ella.
—Esta noche conversamos, aún el proyecto puede detenerse —concluyó mi papá.
Se fueron y me puse a llamar a mis informantes, uno a uno.
—¿Has oído hablar de un tal profesor Teruel?
Para mi sorpresa más de uno, más exactamente la mitad, sabía de él.
—Es famoso por sus cursos de vacaciones.
—Los mejores estudiantes de nuestro colegio fueron a sus clases.
—Con él descubrí que siempre es muy divertido aprender.
Eso último lo dijo Carlos, quien es casi el mejor en Sociales. (Después de mí, es obvio).
Pero cuando pregunté cómo eran esos cursos, nadie pudo dar detalles:
—Solo te puedo decir cómo fue mi clase, porque siempre es diferente.
—Tiene fama de hacer todos los años una clase nueva.
—Es más fácil que un río se devuelva, que el profesor Teruel se repita.
Esa noche cenamos todos juntos. Poco a poco me iba serenando. Hubiera preferido tocar otro tema, pero hablar del curso era inevitable.
—Ni siquiera es seguro que puedas asistir, hay pocos cupos, mandamos tus datos y mañana al mediodía nos avisan si eres uno de los elegidos —me informó mi papá.
Para mí era seguro que la solicitud sería aprobada, mis calificaciones siempre son de sobresaliente para arriba, pero si el curso era tan famoso como decían, podría haber muchos otros candidatos