Diana Arias

Amores inmigrantes


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cosmopolita»XII. Contabilizaba, entre sus colaboradores, a la célebre Alfonsina Storni —quien entregó su poema «Dulce y sombrío» a la exclusividad de Mireya—XIII, a Amado Nervo, Rabindranath Tagore y otros ilustres escritores que enaltecieron esta publicación.

      Los estudios de español de Nellie, así como la lectura de poetas y escritores de diverso origen, no hicieron sino fortalecer su carácter y definirla en su personalidad. Nellie pensaba que esa vida con los Madsen era una etapa importante, pero que de ninguna manera sería su futuro. Conocer el idioma le dio confianza para pensar que más adelante, cuando Margarita tuviera edad escolar, podría instalarse en Punta Arenas o, quizá, en la gran ciudad de Buenos Aires.

      La vida en la Patagonia era rigurosa. El ritmo de todo lo marcaba el clima, desde los cultivos hasta el sueño. En los meses de sol fuerte, se dormía menos porque había que aprovechar para construir, reparar y tomar todo lo que la naturaleza ofrecía, previniendo los largos encierros a los que obligaba la temperatura bajo cero en invierno.

      La intimidad del matrimonio Madsen —que parecía mimetizarse con la majestuosa naturaleza que los albergaba— y la llegada del tercer hijo, nombrado Fitz Roy en honor al monte, daban a Nellie la certeza de que su estancia con ellos estaba llegando a su fin. Andreas y Fanny no estaban de acuerdo con su partida, y las semanas previas fueron tensas. Nellie dejaba un gran vacío que los Madsen no aprobaban pero que tampoco podían impedir.

      Ella quería educar a su hija, expandir sus horizontes y la montaña comenzaba a oprimirla… La primera vez que les planteó a los Madsen su intención de renunciar al trabajo, recibió un rechazo doloroso. Tanto Andreas como Fanny no comprendían su necesidad de cambiar el rumbo. A Nellie no la intimidaba el disenso, aunque sentía la responsabilidad de contar con un plan serio para su futuro.

      Esa noche redactó una carta para Hans, su exesposo:

       Querido Hans, no habrá esperado recibir noticias mías. Seguramente mi último contacto con usted hayan sido los documentos del divorcio. No podemos negar que tenemos una hija en común, no me hago muchas ilusiones de que nos reciba de vuelta, porque esta situación de partir fue idea mía. Pero piense en Titte, no tema, tengo mis ahorros y nos quedaremos en lo de Rasmus unos meses. Él es tan amable con nosotras como siempre.

       Si cree que la gente no nos odia tanto, a veces pienso en volver a Dinamarca, Fanny y Andreas se enojaron porque me voy de Fitz Roy.

      He sufrido y estoy cansada de luchar, quiero la vida que siempre soñé. Titte es grande ahora y puede entender, ella me insiste en viajar hasta usted. Si nos dijo que nos quería, por qué no viene a buscarnos.

       Espero su respuesta. Perdóneme.

      Carta original de Nellie

      No planeaba enviar esa carta. Solamente la tranquilizaba saber que era una opción si las cosas no marchaban bien.

      Tal como lo había hecho cuatro años atrás, recorrió con Margarita el majestuoso río de las Vueltas y atravesó la Patagonia, pero esta vez en dirección al océano Atlántico. En Puerto Santa Cruz, las esperaban Rasmus y su esposa, quienes las hospedaron unos meses hasta que partieron madre e hija a la capital, abriéndose camino una vez más, solas. En ese tiempo, Nellie escribió a sus padres en Dinamarca, a su exmarido Hans y a su hermana. Las cartas reflejaban la incertidumbre, la soledad de sus decisiones y la remota posibilidad de regresar a Europa. Aun así, le devolvió a Hans el dinero que él le había mandado por telegrama, en una clara postura que al interior de su corazón la llenaba de dudas.

      Los meses con Rasmus fueron entrañables, la amabilidad y buen humor de su hermano la reconfortaban. Margarita se había convertido en una niña locuaz, expresiva y, con seis años, hablaba perfectamente el danés y, a la par de su madre, el español. Ellas no lo sabían, pero una vez más, la instrucción y el estudio serían la llave para abrir nuevas oportunidades.

      Buenos Aires, 28 de noviembre de 1921

      En un mar de plata, helado y gris, zarparon hacia la capital, a bordo de un barco de vapor que transportaba lana. Hicieron paradas en Puerto Madryn y Puerto Belgrano antes de llegar a Buenos Aires. En cada muelle, subían y bajaban pasajeros, hombres solos, familias con niños y hasta un sacerdote.

      Esta vez, Margarita disfrutó la travesía. Preguntaba todo y sobrellevaba estoicamente las tardes tormentosas cuando las olas, merced a los vientos fuertes, mojaban la cubierta del barco y solamente podía observarse el mar desde los ojos de buey de los camarotes. Al llegar a Buenos Aires, las esperaba un compatriota de apellido Ambrosius, que siempre se ocupaba de ayudar a los daneses que necesitaban hospedaje y destino en la Argentina.

      Embarque de pasajeros en el sur patagónico

      La Argentina recibió a miles de inmigrantes europeos que poblaron sus tierras. El Gobierno pretendía crear nacionalismo en torno a la aplicación de la ley de educación, la enseñanza de los símbolos patrios y, fundamentalmente, del idioma.

      [De todas maneras, en esa época, la élite cultural despreciaba] a los inmigrantes porque desconocían el idioma nacional, y despreciaba a las clases populares incultas porque solo hablaban el idioma nativo. El cos-mopolitismo lingüístico era un pequeño club cerrado. […] Durante el Centenario, encontramos este mismo fenómeno entre personalidades defensoras del criollismo y la hispanidad como Ricardo Rojas, Enrique Larreta, Ricardo Güiraldes o Manuel Gálvez.

      Este último, al ser uno de los escritores nacionalistas más fervorosos por su pluma y su verba de la primera mitad del siglo XX, se enorgullecía de que su novia y futura esposa, Delfina Bunge, le escribiese en privado cartas en francés, o publicase sus primeros libros de poemasXIV en la lengua de MontaigneXV.

      En este contexto, Nellie Petrea Nielsen, con veintiocho años y una educación privilegiada en idiomas, tenía oportunidades. Además, el hecho de ser una mujer divorciada e independiente, con una hija criada por ella sola, la colocaba en un estrato social de mujeres que podían trabajar y ser libres de las ataduras más tradicionales de la época.

      Tras pasar unos días con la familia de Ambrosius y por consejo suyo, se armó de valor para presentarse ante Madame Fontaine.

      El atelier de Madame Fontaine

      Madame Fontaine era una amante de la Argentina. Había llegado desde París a principios de siglo con el arte de la moda en sus manos. Habiendo sido discípula de Jacques Doucet en su casa de alta costura, en Francia, tuvo la oportunidad de llevar a Buenos Aires un importante pedido para una familia porteña, que además requería la atención de arreglos y ajustes a los costosos vestidos.

      Con cuarenta años y una personalidad aventurera, se enamoró de esa capital sudamericana que se preparaba ostentosamente para celebrar el centenario de la Revolución. La mujer de porte elegante y gestos glamorosos cumplió con su trabajo para la Maison Doucet y, carta de por medio, presentó su renuncia para instalar su atelier en la calle Florida. Allí se dedicó a la confección de sombreros femeninos, un artículo requerido y símbolo de actualidad cosmopolita. Sus principales clientas no eran las damas de la alta sociedad, que seguían esperando los últimos modelos parisinos, sino aquellas mujeres que se abrían camino con ideas y proyectos propios.

      Las mujeres porteñas empezaron a cambiar sus actividades, dejaban sus hogares para salir a trabajar y se lanzaron a la moda, que hasta ese momento había sido patrimonio solamente de la clase alta.

      En