Charlotte Bronte

Jane Eyre


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       Jane Eyre

       Prefacio

       Volumen I

       Capítulo I

       Capítulo II

       Capítulo III

       Capítulo IV

       Capítulo V

       Capítulo VI

       Capítulo VII

       Capítulo VIII

       Capítulo IX

       Capítulo X

       Capítulo XI

       Capítulo XII

       Capítulo XIII

       Capítulo XIV

       Capítulo XV

       Volumen II

       Capítulo I

       Capítulo II

       Capítulo III

       Capítulo IV

       Capítulo V

       Capítulo VI

       Capítulo VII

       Capítulo VIII

       Capítulo IX

       Capítulo X

       Capítulo XI

       Volumen III

       Capítulo I

       Capítulo II

       Capítulo III

       Capítulo IV

       Capítulo V

       Capítulo VI

       Capítulo VII

       Capítulo VIII

       Capítulo IX

       Capítulo X

       Capítulo XI

       Capítulo XII. Conclusión

       Autora

       Notas

      Singular desde su complicada infancia de huérfana, primero a cargo de una tía poco cariñosa y después en la escuela Lowood, Jane Eyre logra el puesto de institutriz en Thornfield Hall, para educar a la hija de su atrabiliario y peculiar dueño, el señor Rochester. Poco a poco, el amor irá tejiendo su red entre ellos, pero la casa y la vida de Rochester guardan un estremecedor y terrible misterio.

      Charlotte Brontë

      Jane Eyre

      Prefacio

      Al no ser necesario hacer un prefacio a la primera edición de Jane Eyre, no lo hice. Esta segunda edición requiere unas palabras, tanto de agradecimiento como de comentario diverso.

      Debo expresar mi agradecimiento a tres sectores.

      Al público, por su indulgencia al aceptar una narración sencilla con pocas pretensiones.

      A la prensa, por su honrado apoyo a un aspirante desconocido.

      A mis editores, por su ayuda y su tacto, su energía, su sentido práctico y su generosidad para con un autor desconocido sin recomendaciones.

      La prensa y el público solo son personificaciones imprecisas para mí, y debo darles las gracias de forma imprecisa; pero mis editores son de carne y hueso, como también lo son ciertos críticos magnánimos, que me han alentado como solo las personas nobles de gran corazón saben animar a un luchador desconocido. A estas personas, es decir, a mis editores y a estos buenos críticos, les digo: caballeros, les doy las gracias desde el fondo de mi corazón.

      Habiendo mencionado de esta forma lo que les debo a aquellos que me han ayudado y aprobado, dirijo mi mirada a otro grupo; un grupo pequeño, por lo que sé, pero no por eso debo descuidarlo. Me refiero a unos cuantos timoratos o criticones que desconfían de tales libros como Jane Eyre, a cuyos ojos, todo lo que se sale de lo común está mal; y cuyos oídos detectan, en todas las protestas contra la intolerancia —padre de todo delito—, una ofensa contra la piedad, regente de Dios sobre la tierra. A estos recelosos, quisiera proponer algunas distinciones evidentes, y recordarles ciertas verdades básicas.

      El convencionalismo no es la moralidad. La santurronería no es la religión. Atacar aquella no es defender esta. Quitarle al fariseo