pagado todos los impuestos, así que era suya, libre de todo. Por consiguiente, cuando ocurrió el despido, Katie empacó sus cosas y las de Carol Grace y se mudó al condado de Sardis.
Después de la mudanza, Alan Blake, el antiguo mariscal de campo de la escuela secundaria de Katie, también se había mudado al condado, aunque lo suyo era un caso urgente. Era policía en la ciudad y había arrestado al hombre que se encargaba de las partidas de póker ilegales de la familia criminal de Giambini, Moses Turley, y a sus hombres por intentar asesinarlo a él y a otro policía. Mickey Giambini no quería tener ningún vínculo con él en el juicio, así que envió a Turley y a sus hombres a buscar a ambos policías para luego matarlos. Los hombres de Giambini encontraron al compañero de Alan, James Winstead, y lo mataron... pero no antes de que el hombre les dijera a los criminales que podrían encontrar a Alan en el condado de Sardis.
El viejo amigo de Alan, el comisario Billy Napier, también había estado en el equipo de fútbol americano de la escuela secundaria en Perry y había convencido a Katie para que le diera a Alan un lugar donde esconderse a cambio de trabajar como granjero.
Mientras tanto, Katie había conocido a la anciana bruja, Margo Sardis. Ella decía que Katie y Carol Grace eran descendientes de la familia Sardis y que tenían magia dentro de ellas. Con el tiempo, Katie comenzó a aprender a usar su magia.
Carol Grace también mostraba señales de poderes mágicos florecientes y estos se multiplicaban cuando estaba cerca de Mary Smalls, su mejor amiga y compañera de escuela. Aparentemente, Mary también tenía magia dentro de ella... pero nadie sabía de dónde venía, ya que su madre, la vieja amiga de la escuela de Katie, Phoebe Smalls, no poseía estos poderes... y nadie, ni siquiera Phoebe, tenía la mínima idea de quién era el padre de Mary.
Phoebe era una alcohólica en recuperación.
––––––––
KATIE Y ALAN SE ENAMORARON profundamente y juntos hicieron reavivar el amor que alguna vez Billy Napier y Phoebe Smalls tuvieron.
Durante una reunión de las dos familias, Moses Turley aprovechó de tomar la granja en su poder, así que pasó a través de un túnel que se encontraba por debajo de esta. Carol Grace y Mary llegaron justo a tiempo para impedir que los criminales de Giambini asesinaran a Alan o a cualquier otra persona. Se tomaron de las manos instintivamente, parecía como si un poder de otro mundo se hubiera apoderado de ellas, así que utilizaron su magia mental y echaron a esos hombres malvados de la casa.
Los demonios habían estado esperando afuera para devorar a los cuatro criminales, además, la tierra se abrió y se tragó su auto. Tras lo sucedido, ambas chicas se desplomaron en el suelo, sin saber si se encontraban inconscientes o profundamente dormidas.
Al día siguiente, se celebró una boda doble, puesto que el comisario Napier y Phoebe Smalls habían decidido contraer matrimonio al igual que Katie y Alan.
Desde entonces, la anciana Margo Sardis había continuado enseñándole a Katie sobre su magia y también lo hizo con las otras dos chicas.
Sin embargo, Margo aún desconfiaba de ellas y prefería no hablarle de ello a Katie... pero, ella ya se había dado cuenta que algo le preocupaba. Katie había pensado preguntarle a su tía, aunque comprendió que Margo se lo contaría cuando estuviera lista... y no antes.
Alan ya había contactado a un abogado en Perry para adoptar a Carol Grace y claramente Katie había dado su consentimiento, ya que sabía lo mucho que Carol amaba a Alan y lo mucho que Alan amaba a la muchacha. Parecía lo correcto.
La audiencia de adopción sería a fin de mes, a tan solo una semana.
Katie observó a su hija: ― Señorita Carol Grace ¿qué lugar aprobaría para que su madre le dé un gran beso? Iré con Alan si esta decisión te hace feliz.
― ¡Ewww! ―Carol Grace puso huevos revueltos en su plato, los cubrió con un poco de mantequilla, pimienta y se llevó a la boca un trozo de tostada y dos rebanadas de tocino.
― ¿Tal vez en el corral de los cerdos? ― contestó riéndose.
― No lo creo ―Alan arrugó su nariz.
― Ahí huele tan mal como el armario de Carol Grace ―dijo mientras simulaba tener arcadas.
Pequeñita, la mascota Boston terrier que Billy Napier le había regalado a Carol Grace, bajó las escaleras de un salto, entró a la cocina, ladró una vez y la chica le tiró un pedazo de tocino.
Carol se devoró el desayuno, se limpió la boca con la servilleta, se levantó bruscamente y dijo: ―Tengo que irme, el autobús llegará en un minuto.
Besó la mejilla de su madre y la frente de Alan.
― ¡Nos vemos! ¡Los amo!
Desde la puerta trasera llamó a su mascota: ― ¡Adiós Pequeñita! ¡Sé una buena chica!
Pequeñita ladró como si hubiera entendido la orden de su dueña.
La puerta del porche trasero se cerró de golpe y Alan hizo un gesto de dolor.
―Tras su pronunciamiento, el heraldo real se marcha.
Katie se rio.
Alan acababa de tomar un gran bocado de huevos revueltos y tostadas cuando sonó su teléfono celular. Miró el registrador de llamadas y dijo: ―Es Billy― contestó la llamada.
― ¡Hola Bill! ¡Espero que Phoebe te haya preparado un desayuno tan bueno como el que me dio Katie!
―Alan, no creo que pueda desayunar ahora mismo. Escucha, necesito que te conectes.
Alan percibió el tono serio en la voz de su amigo e inmediatamente se conectó.
― ¿Otro más?
― Así es.
― ¿Dónde?
―En la Universidad Comunitaria.
―Estaré ahí en un momento.
―Gracias, viejo amigo.
Alan colgó la llamada.
Katie se había dado cuenta que Alan tenía que irse.
― ¿Es otro de esos asesinatos?
Alan miró a su esposa a los ojos.
―Sí. Debe ser bastante grave.
Billy sonaba molesto.
Katie asintió con su cabeza y sintió un escalofrío en todo su cuerpo.
―Está bien, anda, pero ten cuidado.
Alan iba a comer otro bocado de huevos, pero cambió de opinión.
―Mejor que no. Si se le revuelve el estómago a Bill, probablemente se me revuelva a mí también.
Se levantó de la mesa para ir a colocarse su uniforme y, en cuanto se volteó, vio a una anciana parada atrás de él. Saltó del susto y gritó: ― ¡Ahhh!
Katie comenzó a reírse fuertemente.
Alan puso su mano en su pecho mientras apoyaba la otra en el respaldo de la silla.
―Por Dios, tía Margo, ¿tenía que acercarse a hurtadillas?
La anciana se reía a carcajadas.
―No me acerqué a hurtadillas, Alan. Acabo de entrar por la puerta trasera. Quizás no hice mucho ruido.
Katie, todavía riéndose, dijo: ―Lo hizo, yo la vi entrar.
Alan, mientras continuaba sacudiendo su cabeza de nerviosismo, extendió sus brazos y abrazó a la anciana bruja.
―Buenos días a ti también, tía Margo― la soltó