José Manuel Gutiérrez Gutiérrez

Paisajes de la alegría


Скачать книгу

rel="nofollow" href="#u30c79b83-d21b-5ef9-a462-6e1d90eb969c">LARS VON TRIER

       NUBES TRAS «LA SAGRADA FAMILIA» DE GAUDÍ

       UN LIBRO DE ZANASIS JATSÓPULOS

       PLAZA DE SANT JOAN

       PARA LEER A SHAKESPEARE

       PRESENCIA DE MORANDI

       EN UNA ESTANCIA HOLANDESA (José Jiménez Lozano)

       DÍA DEL LIBRO EN BARCELONA

       TESTAMENTO EN SAN SALVADOR DE VALDEDIÓS

       UN APUNTE DE ANDRZEJ WAJDA (Katyn)

       ADONÁIS COLECCIÓN DE POESÍA

       AUTOR

      I.

      AL CALOR DE UN FUEGO

      UN APUNTE DE JAMES IVORY

      NO los vi en la Naturaleza por primera vez.

      Los vi con James Ivory en el Regreso a Howards End.

      La suavidad de los narcisos al atardecer.

      BACH, DE FONDO

      LENTAMENTE, un coro de voces graves

      levantaba la niebla,

      descubría huertos y sendas,

      pueblos y puentes,

      la reverberación del río que se perdía,

      como un hilo de plata,

      por el vientre del valle.

      Los cazadores, desde lo alto,

      esperaban algún movimiento en la mirada:

      jabalíes huyendo de los perros,

      ciervos en los claros del bosque,

      el reclamo de alguna cornamenta

      entre los árboles.

      Así, cierto cuadro de Brueghel

      y así la contradictoria alegría

      de los sueños frustrados,

      un coro de voces graves o la Cavatina

      de Myers junto a la Siciliana en sol menor de Bach

      tocada una tarde en Granada

      por Alexis Weissenberg,

      tocada por un campesino

      con solamente su mirada

      por los hermanos Olmi en El árbol de los zuecos

      o en la recuperada infancia,

      en Añisclo, en los bosques de Noviembre.

      Y, siempre, la vida pidiendo todo:

      los deseos y el dolor

      y la enfermedad

      y los adioses de los nuestros

      o tanta belleza latente,

      oculta, cierta.

      La vida con la muerte

      en la Siciliana en sol menor,

      tocada por Lars Von Trier

      con un hondo lamento de trompeta.

      HOMENAJE A WIM WENDERS

      EN un parque de Berlín un ángel contemplaba

      con los ojos de los hombres los pájaros

      que, al atardecer, volaban en torno a una cúpula.

      «Los hombres tan solo valoran

      lo que se puede tocar»,

      decía el ángel que experimentaba

      la ley de gravedad de la materia,

      el descarnado movimiento

      de aquellos que iban y venían

      libres en su elección de esclavitudes,

      ciegos ante el polícromo horizonte

      de la luz en el que se dibujaban

      imposibles momentos de plenitud,

      destellos apenas de otro hemisferio

      en el que crece la flor de las certezas,

      turbulento mundo de mansedumbre

      en el que los ángeles cantan su condición

      y al que el hombre, en silencio, aspira.

      AGRADECIMIENTO A MARGUERITE YOURCENAR

      PRONTO, las huellas que creímos

      profundas se tensan, sin sombra,

      en la piel de los calendarios.

      Donde hubo atención y silencio,

      donde el amor más alto cultivaba

      sus jardines, se levantan derruidas columnas,

      ruinas de imperios por las que vaga la memoria

      en pos de sedas y oro,

      ramas de mirto tras la furia

      del viento y los solemnes desfiles de la Historia.

      Una noche he soñado a Marguerite Yourcenar

      soñando los sueños de Adriano,

      dispuesta a escribir la primera página

      de una novela que justificara su vida,

      los viajes, el estudio,

      la palabra labrada

      en el tiempo con la larga paciencia del agua,

      poco a poco, lentamente: de país en país,

      de los folios al color de los mapas,

      de los hallazgos al fracaso,

      de las alimentadas esperanzas

      a las tristezas más amargas

      pero dueña, tras el mar de la muerte, de su ser,

      el mismo que viajó por el pasado de Grecia

      y el Nilo ofreciéndome en las Memorias de Adriano

      el paisaje de los atardeceres

      en los que quise sentir la sangre de la Tierra,

      las dudas de los hombres,

      la unidad tantas veces perdida en los destellos

      falsos de la memoria y el deseo.

      MIENTRAS LEÍA EL «ELOGIO A MARCO AURELIO» DE JOSEPH BRODSKY

      COMO llegado de otro mundo,

      leía