Nicolas Tran

Calígula


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       CRONOLOGÍA

       AUTOR

       COLECCIÓN HISTORIA

      UN TIRANO Y UN ANTIMODELO

      CALÍGULA ES UN EMPERADOR ROMANO célebre —de cierta manera, tristemente célebre—. Ha encarnado un modelo de tirano, desde la Antigüedad hasta nuestros días, y se puede comenzar por medir esta posteridad tiránica evocando una obra literaria célebre. Pienso en la obra de teatro titulada Calígula, que Albert Camus compuso durante la Segunda Guerra Mundial y que terminó poco después. En esta obra, entre otras reflexiones filosóficas, Calígula se nos presenta como un espejo de las dictaduras del siglo XX. Es el arquetipo del tirano.

      Este emperador encarna también una forma de antimodelo, opuesto a los emperadores romanos que supieron gobernar Roma con mesura y razón. Así el Calígula de Camus puede presentarse como la otra cara de las Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar. Adriano reinó sobre el Imperio entre 117 y 138, y le pareció a Marguerite Yourcenar, a comienzos de los años 1950, un modelo de monarca virtuoso opuesto a Hitler y Stalin. Calígula, para la posteridad, es un anti-Adriano y un anti-Augusto. Entre los emperadores que han dirigido Roma comportándose como tiranos, Calígula ha inaugurado tristemente una pequeña galería de monstruos sanguinarios. Una generación después de él llegó Nerón, que reinó entre 54 y 68, luego al final del siglo II Cómodo, y a la vuelta del siglo III, Heliogábalo.

      Cronológicamente, Calígula fue el tercer emperador romano después de Augusto y Tiberio. Pertenece, pues, a la primera dinastía imperial romana, que se constituyó en la familia ampliada de Augusto. Este último instauró el régimen imperial en 27 a. C. Transmitió el poder al seno de su familia y su dinastía se mantuvo en el poder hasta la caída de Nerón, en 68.

      Desde cierto punto de vista —pues el juicio sobre Tiberio es globalmente negativo—, Calígula fue el primer mal emperador que los romanos pudieron oponer a sus buenos emperadores. Esta oposición se construyó de tal manera que su estudio permite comprender el régimen imperial, puesto en marcha por Augusto entre 30-27 a. C. y su muerte en 14 de nuestra era. A este régimen se le llama el «Principado».

      Por su parte, Calígula dirigió el Imperio romano menos de cuatro años, entre 37 y 41. Su corta vida, de su nacimiento en 12 a su asesinato a comienzos del año 41, permite comprender el Imperio romano del primer siglo en sus estructuras fundamentales, en sus evoluciones y también en sus contradicciones.

      Sin embargo, escribir la historia de Calígula es un reto. ¿Por qué? Porque el historiador encuentra problemas de fuentes de información. Es cierto que los especialistas de la Antigüedad afirman siempre que se enfrentan a «problemas de fuentes», que son a la vez cuantitativos y cualitativos. Pero no hay que quejarse demasiado, pues estas dificultades demandan en definitiva un espíritu crítico y una distancia ante las fuentes que es interesante practicar.

      En el caso de Calígula, nuestras fuentes principales son literarias. Las Vidas de doce césares, de Suetonio, y en particular la vida de Calígula, corresponden a las más importantes de ellas. Las Vidas de doce césares comienzan con la biografía de César y siguen con las de emperadores de los primeros siglos, doce vidas. La de Calígula es la cuarta, después de las de César, Augusto y Tiberio. Esa hizo que pasase a la posteridad el retrato de un hombre que tendía a la locura algunos meses después de su advenimiento. Según dice el propio Suetonio, esta vida de Calígula ofrece el retrato de un monstruo, visión unánime puesta en marcha en vida de Calígula y en los años que siguieron: monstruo político, pero también monstruo moral.

      Es preciso insistir en que Suetonio escribió esta biografía mucho después de los hechos que relata. Autor de comienzos del siglo II, pues su obra data de comienzos de los años 120, Suetonio era un caballero romano. Veremos que la aristocracia romana estaba compuesta por senadores, que formaban el primer orden del Estado, y justo detrás venían los caballeros. Como caballero, Suetonio ejerció funciones administrativas en Roma; se ocupaba de la correspondencia imperial y, en el marco de sus funciones, tuvo acceso a los archivos que estudió de cerca. La seriedad de su obra no está en cuestión, y en la vida de Calígula se mide esta cualidad a través de algunas preguntas. Por ejemplo, a propósito del lugar de nacimiento de Calígula, Suetonio contesta lo que dicen unos y otros y, tras verificación en los archivos, afirma que Calígula nació en Antium y no en otra parte. Suetonio es un biógrafo honrado, pero es también un hombre del siglo II y escribe con subjetividad.

      Las Vidas de doce césares fueron redactadas bajo la dinastía de los Antoninos, la tercera dinastía imperial. El poder imperial pensaba entonces encarnar un modelo de buen gobierno, en comparación con lo que Roma había conocido en el siglo anterior. Por eso Suetonio traza un oscuro retrato de los emperadores que sucedieron a Augusto en el primer siglo. Con Calígula, se sumerge al lector en la oscuridad absoluta que participa de este cuadro de conjunto. Y es esta constatación lo que nos incita a la prudencia ante esta primera fuente fundamental.

      Suetonio tiene un lugar tanto más grande porque el testimonio del historiador Tácito falta casi por completo. Los Annales de Tácito se publicaron al comenzar el siglo II, y este libro constituía una historia muy precisa de Roma, de 14 a 18, o sea de la muerte de Augusto a la caída de Nerón. Pero desgraciadamente, el relato de los años 37 a 41, que nos interesa especialmente, se ha perdido. Solo subsisten algunas briznas de la visión que Tácito tiene de Calígula.

      Esta falta recuerda cómo las fuentes literarias nos han llegado: han salido de una larga tradición manuscrita. Solo algunos textos se copiaron de generación en generación, desde la Antigüedad hasta la invención de la imprenta. En este proceso, los monjes copistas de la Edad Media han tenido un papel crucial. Cada generación ha elegido sus preferencias; lo que significa que aspectos enteros de nuestro conocimiento de la Antigüedad, y los que nos interesan de la biografía de Calígula, han desaparecido de manera irremediable. Esa es una dificultad mayor, que subrayamos desde el principio.

      A falta de disponer de la obra de Tácito, tenemos que apoyarnos en un escritor aún más tardío, Dión Casio. E incluso la historia de Dión Casio, publicada en griego a comienzos del siglo III, no se ha conservado completa. El relato del año 40 y el del comienzo del 41 se ha perdido, y también son años capitales para escribir la historia de Calígula. Ante esta pérdida, se está obligado a fiarse del breve resumen bizantino que nos ha llegado de la época medieval. A pesar de todo, es interesante comparar a Suetonio con Dión Casio, porque estos dos autores dan a veces descripciones diferentes de los mismos acontecimientos. Y más de una vez sus palabras son contradictorias. Eso muestra que, en la época de Dión Casio, las fuentes a disposición de los historiadores eran mucho más ricas que hoy. Dión Casio podía leer a Suetonio, pero también otras fuentes. Y, de hecho, ha elegido entre diferentes testimonios para construir su relato.

      El otro interés de Dión Casio está en que se sitúa en la tradición de los Annales, que consistía en escribir la historia de manera estrictamente cronológica, de año en año; y eso aporta una perspectiva muy complementaria a la de Suetonio, porque nuestro caballero romano es un biógrafo que pretende trazar un retrato moral y psicológico de un hombre. En consecuencia, su