Alberto Alexis Martínez

Vidas - Relatos y emociones


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49. EL POLIZÓN

       50. SABRINA, LA INFAME SEDUCTORA

      Si bien muchos de los siguientes relatos son historias de ficción, algunos de ellos, han sido inspirados en hechos reales, donde se han modificado nombres, lugares, o parte de los acontecimientos para proteger a los involucrados.

      01. EL BIEN, SIEMPRE COMPENSA

      Eran las 10 de la mañana de un frío día en Boston, pocas personas se veían en las calles que apresuradamente se dirigían a sus quehaceres, cuando entre ellos, un chico de once años, con bufanda, gorro y guantes de lana rápidamente camina entre ellos, hasta llegar a una farmacia, allí se detiene, entra y dirigiéndose a un señor, que obviamente era el farmacéutico, le observa y dice:

      —Buenos días señor, mi madre me mandó buscar esto —dice el chico sacando de entre sus ropas una receta médica que el hombre tomó en sus manos, la leyó, y de inmediato retiró de un estante el medicamento colocándolo sobre el mostrador.

      —Bien jovencito aquí está, son 18 dólares. —El chico entonces saca una billetera que dejaba ver que tenía dinero adentro, pero por estar con los guantes puestos, le dice...

      —Por favor señor, agarre usted mismo el dinero. —Y le entrega la billetera al hombre, pero, en cuanto el farmacéutico toma la cartera, el chico agarra el medicamento y sale corriendo a la calle, el hombre asombrado mira la cartera y ve que ella solo tenía periódicos recortados como si fueran dinero.

      —¡Atrapen a ese chico, atrapen a ese chico! —grita el farmacéutico que sale corriendo detrás de él.

      Pero en la corrida, al muchachito se le cae el medicamento del bolsillo y en cuanto se detiene y retrocede para recogerlo, un transeúnte atento a los hechos le agarra y sujeta del brazo llegando enseguida el farmacéutico que dice:

      —¡Ah, te hemos atrapado pequeño ladrón!

      —No señor, no soy un ladrón —dice llorando el niño—. Por favor, es que mi madre está muy enferma y necesita de este medicamento... ¡Por favor, yo le Juro que se lo pagaré así que junte el dinero!

      Esto hizo reflexionar al hombre que le agarra del brazo y moviendo la cabeza regresa con el chico a la farmacia.

      —Toma tu cartera y tu dinero falso... —dice el farmacéutico—. Ahora vamos a ir a tu casa, porque quiero hablar con tu madre.

      El hombre se llamaba Jeff Castel, era un individuo alto de 60 años cuya figura se imponía, así que el chico obedece, de inmediato, tras ponerse un abrigo, Jeff le dice a su hijo que trabajaba con él:

      —Oye Ted, toma cuenta del negocio que yo vuelvo enseguida —Y sale con el chico tomándolo del brazo, al tiempo en que guardó el medicamento en su bolsillo.

      Suben al auto, y entonces Jeff, mirando al chico le dice:

      —Bien, dime, ¿cómo te llamas y dónde es que vives?

      —Me llamo Carlos señor y vivo aquí a cuatro cuadras —responde tembloroso el muchachito.

      Jeff se pone en marcha y van hacia el lugar que el chico le indica, de hecho, era una casa de aspecto muy humilde. Ambos bajan del auto, y se dirigen a la puerta, el chico la abre y muy educadamente le hace pasar, al tiempo que grita:

      —Mamá, hay un señor que quiere hablar contigo, ven por favor.

      —No puedo hijo, estoy en la cama y me siento muy mal, ve qué es lo que quiere —responde ella desde su cuarto.

      —Con permiso señora, soy de la farmacia y preciso hablar con usted, ¿puedo pasar?

      —Sí, entre por favor —dice la mujer.

      Jeff ingresa al humilde dormitorio donde está acostada la madre del chico; se trata de una linda mujer con acento latino de unos 36 años, si bien se veía algo demacrada, entonces él se presenta:

      —Soy Jeff Castel, de la farmacia, y vine porque su hijo me llevó una receta, y quería ver qué es lo que tiene ¿Señora...?

      —Julia, mi nombre es Julia señor, el médico me diagnosticó una infección urinaria y estoy con mucha fiebre, me siento muy mal...

      —Bueno, creo que este medicamento con un té le va a hacer sentirse bastante mejor, déjeme que yo le prepare uno...

      —Oh, no, no, gracias señor, pero... es que ahora… no tengo té en casa.

      Suponiendo que ella algo más le ocultaba, él mira a Carlos, y dice:

      —Bien, déjame ver entonces qué le puedo preparar, a ver Carlos, ayúdame, quiero ver qué es lo que le puedo hacer a tu mamá... —Y se dirige con el chico a la cocina, donde se encuentra con un viejo refrigerador totalmente vacío, una alacena sin nada y en definitiva... Tal como lo sospechaba, la madre y el chico no tenían lo qué comer.

      Conmovido, Jeff se queda un instante callado, luego regresa al dormitorio y le dice a Julia:

      —Aguarde un instante señora, que yo iré a comprar un té y ya vuelvo con algo que le hará sentirse mucho mejor, enseguida vengo, y tu Carlos, cuida la puerta hasta que regrese.

      En verdad, Jeff ya había vivido situaciones de extrema carencia en su infancia, así que sale preocupado por ese cuadro que mucho se asemejaba a un pasado que él no quería recordar.

      Media hora más tarde, Jeff retorna con tres bolsas de alimentos que deposita en la cocina, en cuanto le pide a Carlos que caliente agua para hacerle un té a su madre, mientras él, le prepara el medicamento que una hora antes el chico le había intentado robar. A seguir, Jeff va a la cocina y prepara el té, en cuanto el chico se acerca y le dice:

      —Gracias señor por no haberle comentado a mi madre lo que yo intenté hacer, me siento muy avergonzado...

      —Discúlpame tu Carlos, yo también habría hecho lo mismo en tu lugar, y lo siento mucho, yo también me avergüenzo por haberte tratado de pequeño ladrón.

      Llevándole entonces el té a Julia, Jeff le dice:

      —Como vi que le faltaban algunas cosas en la cocina, yo me tomé la libertad de traerle algo para que se pueda preparar una comida caliente que le ayudará bastante, pero usted no debe moverse de la cama, yo le mandaré a la señora que me cocina a mí para que venga y le prepare algo de comer, le indicaré qué platos le debe hacer para que se recupere y en pocos días estará bien.

      —Le agradezco mucho señor, pero... yo no le puedo pagar a una cocinera...

      —Usted no se preocupe Julia, ella está a mis servicios y hace lo que yo le mando, así que ahora, usted repose y cualquier cosa que necesite manda a Carlos a buscarme, ¿está bien?

      —Muy bien señor, que Dios se lo pague, es usted muy bondadoso.

      —Yo también sé lo que es pasar por una crisis... ¡Cuídese! —Y así es que Jeff se retira dándole unas palmaditas en el hombro a Carlos que se queda sonriente.

      Al poco tiempo, llega la cocinera que era una señora dominicana, y les preparó una comida caliente que tanto ella como el chico, consiguieron disfrutar reponiendo sus energías.

      Jeff volvió dos días después para ver cómo estaba Julia, y le trajo otros medicamentos complementares para su afección. Ahora, ya más recuperada, Julia se lo agradece, y le promete que así que tenga trabajo le pagará por los medicamentos...

      —Oh, no tienes que pagarme nada Julia, pero dime, ¿de qué trabajas tú?

      —Yo ahora hago limpiezas en casas de familia, como soy colombiana y aquí estoy indocumentada, me es muy difícil conseguir empleo fijo.

      —Bueno, veamos, yo necesito de alguien en la farmacia que se encargue de la limpieza y mantenga todo en orden, así puedo aliviar de esas