cultural dejado por los jesuitas. Pues bien, el Gobierno se encargó, en primer lugar, de suprimir las cátedras de la escuela antitomista, con la prohibición de utilizar los textos de jesuitas, basada en la excusa de que defendían el probabilismo y el tiranicidio. Concretamente en Valencia, según el decreto del Consejo de Castilla, del 12 de agosto de 1768, el Claustro Mayor del Estudi General acordó la supresión de 3 cátedras de Filosofía antitomista y las 6 cátedras de Teología antitomista. Este último aspecto entrañaba un problema profundo, porque 3 de las cátedras de Teología eran pavordías que se regían por la Bula Pontificia fundacional de Sixto V en 1585.
Cualquiera que conozca la vida universitaria comprenderá la convulsión entre profesores y alumnos. Porque, de hecho, los profesores de la escuela suareciana (jesuítica) quedaban destituidos y cualquiera que hubiese sido alumno de la escuela antitomista quedaba sin posibilidades de acceder al profesorado universitario. Sin duda alguna, la escuela tomista se convirtió en el gran beneficiario y al grupo se adhirieron personas ajenas a la doctrina filosófica o teológica de Santo Tomás. En realidad, se convirtió en un instrumento de poder (Mestre, 2003b).
En esas circunstancias, los proyectos surgidos en el círculo tomista no encontraron oposición por parte del poder local y central. En 1768, año en que se fundó la Real Academia de San Carlos, las únicas excepciones eran algunos regidores del Ayuntamiento de Valencia, y éstos no siempre podían controlar la elección de rector del Estudi General. Pero, aún en la Universidad, su poder era tal que la elección del 18 de diciembre de 1768, que recayó en el canónigo antitomista Cebrián de Valda, fue reiteradamente recusada. Por lo demás, el arzobispo de Valencia era Andrés Mayoral, tomista; también lo era el obispo auxiliar (Rafael Lasala); la dirección del Colegio de San Pablo estaba ocupada por el familiar de Bayer, Joaquín Segarra, asimismo tomista; los escolapios, favorecidos por Mayoral, émulos de los jesuitas, con la presencia del P. Benito Feliu de San Pedro, amigo de Vicente Blasco; y, en Madrid, la presencia de Pérez Bayer, de la escuela tomista, como preceptor de los infantes reales y la colaboración del montesiano Blasco, también tomista. Además, en la Corte estaban el pintor Ponz; Raimundo Magí, predicador oficial y después obispo de Guadix; Villafañe, que, si bien era castellano, había residido en Valencia y era amigo de Bayer; Manuel Monfort, hijo del impresor y protegido del hebraista, y más tarde Juan Bautista Muñoz, cronista de Indias y fundador del Archivo de Indias. Aunque el bibliotecario real Cerdá y Rico, amigo de Mayans, no acabó de encajar en el círculo, la presencia de tantos valencianos en la Corte, bajo la dirección de Bayer, constituía una fuerza innegable. Los coetáneos eran plenamente conscientes de ello y no dudaban en calificarlos como los turianos.
Y sin afán de insistir en todos los puntos de afinidad entre los protagonistas en Valencia y en Madrid, baste recordar la amistad de Ignacio Vergara aquí y Manuel Monfort en la Corte, en el círculo de Bayer con el arquitecto Villanueva. Este supuesto, la amistad de Pérez Bayer con Manuel de Roda y el afecto de Carlos III, propició la aceptación de la Corte. El contraste con el fracaso de los intentos anteriores de crear instituciones culturales entre nosotros (Academia de Ciencias de Bordazar y Corachán) o la Academia Valenciana de Mayans resulta evidente y clarificador. Es cierto que no todos los tomistas valencianos veían con buenos ojos la fundación de la Academia propiciada por Mayans, que encontró apoyo en los antitomistas. En general, los tomistas no se inscribieron entre sus miembros, pero no parece que se opusieran a su funcionamiento. Los obstáculos vinieron de las instituciones de la Corte controladas por el Gobierno central. En el caso de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos tampoco hubo oposición de los antitomistas en Valencia. Las divergencias posteriores con motivo del discurso de Mayans en la Real Academia de San Carlos, conocido como Arte de pintar, se debieron a otras razones. La diferencia estuvo en que los valencianos, que en 1768 controlaban las líneas culturales del Gobierno de Madrid, apoyaron con calor esa fundación.
No deja de constituir un motivo de esperanza constatar que las escuelas académicas no sólo buscaron el poder. Algunas veces, y en este caso con motivo de la fundación de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos, también se preocuparon de aspectos estrictamente culturales. Y lo que es más interesante, estas preocupaciones culturales encontraron –aunque no siempre, como hemos podido observar– el apoyo y favor de las autoridades públicas.
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