Autores Varios

Guerra y viaje


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se firmó la paz, sino que no me separé de los gitanos ni siquiera cuando ésta por fin se consiguió, porque no me veía haciendo otra cosa que no fuera robar. (...) Con esta gente he vagabundeado tanto tiempo desde entonces recorriendo todos los rincones de Europa y he tramado, preparado y llevado a cabo tantas bribonadas de ésas, que haría falta un saco de papeles para contarlas (204 y ss.).

      La vida de Coraje se caracteriza por constantes cambios, y no sólo de lugar: cambia de sexo, cambia de nombre, cambia constantemente de estado civil, de oficio y de imagen. Se dedica a la prostitución, al saqueo, a la rapiña y a la espada; regenta la cantina del campamento, vende quincalla, tabaco y aguardiente; entre batalla y batalla, cuando se cansa de la guerra y de la soldadesca, se dedica a la administración de su capital en Praga o al cultivo de la tierra y, finalmente, lleva la vida nómada y de dudosa legalidad de una reina gitana.

      La pícara Coraje es uno de los textos más enigmáticos de la literatura alemana de la Edad Moderna temprana. Todas las interpretaciones han generado gran controversia y en los últimos años ésta se ha acentuado (Meid, 1984: 9). Por un lado, se ha interpretado como un ejemplo de la misoginia tradicional en el que su protagonista es retratada como un ejemplo negativo (Jacobson, 1968) y, por otro, como un intento del autor de mostrar los esfuerzos de una mujer por emanciparse bajo las condiciones adversas de la guerra y de la misoginia imperante (Breuer, 2002: 11).

      Aunque La pícara Coraje se puede enmarcar dentro de la tradición de la novela picaresca, en su variante alemana, no encaja plenamente en los esquemas clásicos del género, porque si bien comienza su historia sirviendo de mozo de un capitán, en general su trayectoria será la de una gran señora, bien sea por méritos propios, bien por sus matrimonios. En cuanto al esquema, se corresponde con el de la novela picaresca pero sin el arrepentimiento o la conversión final, algo que la protagonista se encarga de enfatizar en el primer capítulo, una breve pero necesaria presentación en la que relata la intención de su autobiografía, que no es otra que vengarse de Simplicissimus por haberla ridiculizado. Es más, Coraje hace especial hincapié en subrayar que no se avergüenza de sus actos y que sus intenciones no son ni redimirse ni alcanzar la misericordia del Cielo:

      Si odiase yo mi bolsa de oro, que he ido arañando con peligro de mi cuerpo y de mi vida, o más bien, como se me dice, con el de la pérdida de la Gracia, si la odiase tanto como envidio la del vecino y si amase a éste como a mi dinero, quizá entonces pudiese alcanzar el don divino de la contrición. He conocido todas las edades de una mujer y de mi propio ejemplo compruebo que difícilmente se enseña al perro viejo. Me ha aumentado la cólera con los años y no me puedo quitar la bilis de dentro y hacer como el carnicero con la panza del cebón, dándole la vuelta para limpiarla. ¿Cómo habría podido yo soportar tal amargor?, ¿quién me podría extraer la flema acumulada y curarme de la desidia?, ¿quién me convencerá de odiar los ducados, cuando sé por mi larga experiencia que libran de las necesidades y que sólo ellos pueden ser consuelo para mi vejez? Antaño, señores clérigos, entonces, cuando vivía en la flor de la juventud y en estado de inocencia, era el momento de enseñarme el camino, que según vuestro consejo debería seguir ahora. Entonces, cuando me aprestaba a recorrer el tiempo en que los placeres tientan, me hubiera sido más fácil oponer resistencia al impulso de la sangre, más que ahora al asalto de los otros tres agudos humores. Mejor es que vayáis a aquellos jóvenes cuyos corazones no hayan sido mancillados aún por el ejemplo de otros, como lo fue el de la Coraje. Enseñadles, recordadles, pedidles o, más bien, instadles a que no se dejen llevar por su falta de juicio, como la pobre Coraje fue a hacer (75).

      El leitmotiv de esta novela no lo constituyen ni el desengaño ni la desilusión; Coraje es una superviviente y saca provecho de forma legítima de las circunstancias adversas. En esta novela, aunque episódica, no existe evolución y la estructura está condicionada por la casualidad y el desorden de la guerra. Coraje no contempla su propia vida como ejemplo para reestablecer un orden o la bondad de Dios; el epílogo del autor es la única concesión en este sentido, una leve advertencia a los hombres, recatados donceles, honestos viudos y hombres casados también, para que no se dejen seducir por esta terrible Medusa, nefasta Sirena o insondable Belidibus: «no os dejéis trastornar ahora por esta mala loba», advierte, «pues es más cierto que del amor putañesco no se puede esperar más que impureza de todo tipo, la vergüenza y la burla, pobreza y miserias, y más aún, que le corroa a uno la conciencia» (206). Sin duda es un epílogo con un enorme contenido irónico, pues de todas las monstruosidades que refleja la obra sólo considera necesario advertir de los peligros que entraña el trato con prostitutas.

      No sólo la estructura episódica de la novela se corresponde con la tradición de la picaresca, también el hecho de que la protagonista tenga que abrirse paso por la vida desde sus primeros años y mediante sus propios medios en un mundo hostil, en este caso, doblemente hostil, y a la circunstancia de la guerra hay que sumar su condición de mujer en un mundo de hombres. A ella le hubiera gustado llevar otra vida, estar en la piel de otra, «pero la costumbre, y los que cada día solían rondar[le] alrededor, [le] impedían hacer progresos, pues, es bien cierto que la mayoría de la gente en tiempo de guerra, en vez de mejorar se malean» (112). El afecto, el amor o la bondad están ausentes en esta novela, no caben en un mundo despiadado y brutal, un mundo degradado por la guerra, un mundo al revés. A la protagonista sólo le queda su coraje, término de la jerga cuartelera (Parker, 1975: 153 y ss.), un nombre que ella rechaza por obsceno y despectivo, pues adquirió este mote cuando en una pelea, aún en su etapa de mozo del capitán, su adversario descubre que su coraje, su sexo, no es lo que parece ser. Sin embargo, Coraje ocultará el origen de este sobrenombre y hará creer a los demás que se debe a su valor: «Acerca del nombre de Coraje, le [a su marido] convencí de que se me atribuía por mi audacia, como en efecto también creían todos los demás» (120). Por ello, el apelativo a lo largo del texto connota tanto su agresividad sexual como su bravura en la batalla.

      El trasfondo de la guerra es también una novedad con respecto a las novelas picarescas anteriores, femeninas o no, en concreto, la Guerra de los Treinta Años. La literatura del Barroco conoció de forma sucesiva tres grandes plagas: la pobreza, la persecución de la brujería y la Guerra de los Treinta Años. Los autores barrocos más reconocidos adoptaron una postura crítica al respecto porque estaban convencidos de que no eran posibles ni el progreso ni la reconstrucción de la nación alemana si no se acababa con estas lacras (Battafarano, 1994: 10). Para estos autores, la degradación antropológica del ser humano