un punto de vista como intelectuales, científicos sociales o antropólogos. Tratamos de defender una manera particular de hacer nuestro trabajo que consideramos diferente de la de algunos estudios de lugar recientes en otras disciplinas y también distinta de la etnografía entendida solamente en términos culturales. Denominamos a nuestra perspectiva «realismo histórico», una noción a la que dedicamos una gran parte de esta introducción.
REALISMO HISTÓRICO
El mundo está cambiando. La economía y la sociedad capitalistas en las que las figuras fundacionales de la ciencia social afinaron sus instrumentos conceptuales ya no se parecen a lo que fueron para ellas. Aunque el capitalismo industrial o el estado moderno, que tanto obsesionaron a Marx, Simmel, Durkheim y Weber, quizá no han podido ser sustituidos, la Inglaterra industrial de Marx o la Francia moderna de Durkheim podrían parecer lugares idiosincráticos para empezar una exploración de la economía y la sociedad en el siglo XXI. Así pues, ¿cómo podríamos estudiar la economía y la sociedad actuales de un modo que sea sensible a las realidades contemporáneas sin evadirnos de las responsabilidades del saber que aquellos escritores pasados sintieron profundamente?
Tratamos de hacer todo ello mediante la etnografía. Pero, al hacer que nuestra investigación etnográfica sea sensible tanto a las complejidades de la realidad actual como al saber comprometido con el cambio político, tratamos de producir un tipo de etnografía especialmente riguroso e históricamente contextualizado (Smith, 1994). Como forma de investigación, la etnografía abarca habitualmente disciplinas académicas que van desde la antropología y la sociología hasta la geografía, la ciencia política y la historia, así como un amplio abanico de puntos de vista metodológicos y teóricos (Wacquant, 2003: 2). Sin embargo, esta centralidad renovada de la etnografía, en tanto que expresión de una comprensión diferente de nuestras responsabilidades como científicos sociales, tiene que ser destacada y, a la vez, cuestionada. Al definir la etnografía como «investigación social basada en la observación cercana sobre el terreno en tiempo y espacio real de personas e instituciones, en la que el investigador o la investigadora se incluye a sí mismo cerca (o dentro) del fenómeno para detectar cómo y por qué los agentes en escena actúan, piensan y sienten como lo hacen», Wacquant también destaca su papel como «forma de conciencia pública» (2003).
En este libro usamos la etnografía –como modo de investigación y como forma de compromiso político– desde la perspectiva del realismo histórico. Nuestro objeto de estudio son las relaciones sociales que producen –históricamente– un «factor» económico que ha sido recientemente descrito como «capital social» y ha sido asociado a espacios o territorios concretos en lo que ha sido calificado por los científicos sociales y los historiadores económicos como «economía regional», «distrito industrial» o incluso «nacionalismo económico». Metodológicamente, nos centramos en una aproximación multinivel que destaca la tensión dialéctica entre las prácticas sociales que observamos y los conceptos y modelos que construimos, que luego realimentan los discursos y las prácticas observadas, sobre todo a través de la implementación de programas y políticas de desarrollo. Así, tratamos de problematizar la cuestión del lugar en el contexto del capitalismo actual, un asunto que se dirige tanto al antropólogo o al sociólogo interesado en las expresiones de localidad revitalizadas en un mundo globalizado como al geógrafo o economista interesado en los beneficios que puede obtener una economía regional a partir de su «cultura local».
Para algunos científicos sociales, el análisis crítico de las grandes narraciones de la Ilustración condujo progresivamente a insistir en diferentes formas de etnografía en un intento de comprender las maneras en las que la gente corriente tiene experiencia de este vasto mundo sobre una base cotidiana. Pocos de los que invirtieron largos periodos de tiempo realizando trabajo de campo rechazarían este programa. Sin embargo, nos sentimos incómodos cuando nuestra atención minuciosa hacia las vidas de las personas, en su experiencia diaria, no nos deja espacio para explicar los flujos de fuerza y las tendencias que subyacen en esas experiencias cotidianas, unos flujos producidos históricamente algunas veces, emergentes otras veces de fuentes difusas situadas más allá del emplazamiento local de la experiencia cotidiana. Así pues, nuestro propósito en este libro es trabajar en la interfaz entre las experiencias y los sentimientos articulados de la gente y las conexiones escondidas, los flujos y las relaciones de reproducción y (siempre inmanente) de transformación social.
El reto de la etnografía es grande: ¿qué parte de la Hydra se ataca en primer lugar? Un reciente estudio antropológico de Europa apunta directamente a la cabeza(¿s?) –Cris Shore (2000), en Building Europe (véanse también Abélès, 1992, 1996; Bellier, 1999)– mientras que otro –Douglas Holmes (2000), en Integral Europe– aplica la directriz de George Marcus (1998) de hacer «etnografía multilocalizada». Ambos ofrecen importantes contribuciones al estudio de la coyuntura actual a través de la antropología política y de la historia cultural. A la vez, Producing Culture and Capital, la etnografía de Yanagisako (2002) sobre los empresarios en el distrito de Como, en la Italia septentrional, se centra en la cultura de los pequeños capitalistas (véanse también Blim, 1990; Rothstein y Blim, 1992). Con todo, echamos en falta algo. La dimensión de la reproducción capitalista y las formas de regulación necesarias que requiere siguen llamando a nuestra puerta mientras proseguimos con el estudio de la política y de la cultura de las vidas cotidianas de la gente.
Las especificidades que encontramos de un tiempo y lugar a otro nos conducen a un modo particular de decidir cuáles son los primeros pasos que debemos dar a la hora de intentar entender la Europa del siglo XXI, lo que tiene que ver con la manera como el espacio está siendo reconstituido en todo el continente. Un dato clave en el discurso de la Europa actual es el término ubicuo pero amorfo de región, con la integración de Europa percibida en la línea de «economías regionales». No hay ninguna razón para que tal historia de las formas espaciales no pueda ser entendida en términos de sus implicaciones de cambios en la experiencia social; esto es lo que hizo Raymond Williams al buscar «estructuras de sentimiento» en la Inglaterra del siglo XIX en su estudio The Country and the City (1973; véase también 1988). Por otra parte, también podría entenderse en términos de la lógica estructural de la producción y regulación capitalista, una tarea que David Harvey asumió en su Limits to Capital (1982). Nuestras propias exploraciones pasan por algún lugar intermedio entre esas dos geografías y buscan descubrir la constitución dialéctica de una por medio de la otra: una historia en la que la gente (re)produce artefactos concretos y abstractos para la vida, unas abstracciones concretas que ofrecen así el paisaje que condiciona la reproducción y transformación de las generaciones posteriores. Llamamos a este tipo de aproximación «realismo histórico» (Smith, 1999, 2004b), y en el siguiente apartado explicaremos cómo dicha aproximación originó un programa y una serie de prioridades –es decir, una problemática– que nos condujeron a un lugar concreto y a un entrelazado particular de nuestras historias.
EN BUSCA DE UN MUNDO SOCIAL
Nuestro análisis combina tres tipos diferentes de atención a la realidad. El primero requiere que el investigador o investigadora busque los elementos de la realidad que le ayuden a caracterizar los rasgos reproductivos de la economía política actual entendida de manera estricta. Si tuviéramos que separar el concepto en sus partes constituyentes, dentro de este modelo consideraríamos lo «político» en términos del poder «estructural» de Wolf y la «economía» en términos de lo que David Harvey (2001), siguiendo a Marx en el Grundrisse, llama abstracciones concretas que condicionan las posibilidades de reproducción social. Eso significaría prestar atención a la «organización del trabajo social» históricamente específica y a «cómo se insertan las personas en el conjunto de la sociedad» (Wolf, 1999: 289-290), así como a las condiciones de producción material (máquinas, tecnologías, etc.) y a la huella histórica de estos procesos sobre el paisaje en forma de carreteras, canales de irrigación y prisiones. En consecuencia, dedicaremos todo el capítulo 1 a la geografía histórica de la zona y, a lo largo de todo el libro, intentaremos situar las prácticas sociales y las expresiones culturales en el marco de estas abstracciones concretas de la reproducción capitalista, pero no por ello menos silenciosas y ocultas.
Nuestro