día transcurrido en ella (de acuerdo a cada tipo de contrato vigente) es susceptible de contar a efectos de marcar la jerarquía a la hora de optar a plazas, repartir docencia o designar libranzas para actividad investigadora.
Lo que Iñaki Fernández presenta aquí es la versión en libro de la tesis doctoral que Luis Castells y un servidor tuvimos la fortuna de dirigir. Hay muchas cosas que se pueden decir de una tesis doctoral y quiero utilizar este prólogo para hacer algunas reflexiones que creo que son pertinentes a la hora de introducir la investigación en que se basa este libro. Dado que es una investigación que va a ser mayoritariamente leída por doctoras y doctores, o aspirantes a serlo, lo que aquí voy a escribir busca generar una reflexión que echo en falta cuando se aborda este formato de investigación, probablemente el más exigente que establece la Universidad española.
Toda tesis doctoral tiene una épica y una poética. La épica es creada y recreada por cada postulante una vez supera este reto iniciático. Se compone, fundamentalmente, del recuerdo de los sinsabores, los (escasos) placeres y las (múltiples) vivencias atesoradas en el transcurso de su elaboración y defensa final. La alimentan los congresos a los que se asistió, las comunicaciones que defendió, el interés que su trabajo pudo generar en personas de renombre, el vértigo ante el folio en blanco y la desorientación ante consultas documentales siempre excesivas. A ello pueden sumarse las torres de documentos y las horas invertidas en su lectura para, al final, quedar reducidos a una pulpa mínima incapaz de reflejar la cantidad industrial de horas invertidas en su recolección, lectura y análisis...
Convengamos, por tanto, en que la épica de la tesis es un ejercicio de memoria personal (inevitablemente subjetiva, cambiante, caprichosa en su selección de los acontecimientos y detalles evocados) que es compartido a lo largo de la vida. El espacio en que se comparte es el académico, el de los colegas y amigos de profesión, el de los congresos y sus horas de atonía. Fuera de esos espacios la tesis doctoral es una experiencia inaprensible por los sentidos para la mayoría de la población. Esta mayoría puede entender que una persona pase ocho o diez horas diarias trabajando en una oficina, un taller, una fábrica o un supermercado, sometida a todo tipo de maltratos laborales y condicionantes ambientales, pero es incapaz de comprender que pase esas mismas horas en un laboratorio, un archivo o una biblioteca, sentada ante un ordenador, normalmente en silencio, durante meses y años, muchas veces sin beca, en cuyo caso aumenta considerablemente la proporción de tiempo que es robado por el doctorando al descanso, a la familia, a la pareja, a los amigos, al ocio, a las aficiones e incluso a los vicios. Ese mismo robo, en proporción menor, lo cometen quienes disfrutan de una beca, y como todo robo no es reversible, el tiempo invertido no nos vuelve, los cuidados y afectos no cultivados no pueden recuperarse y todo lo perdido queda invertido en esa documentación con la que, pasados los años, uno no sabrá qué hacer y que, en muchos casos, acabará alimentando las plantas de papel reciclado...
Esta épica de la tesis solo puede ser compartida, por lo tanto, con quienes nos entienden por haber experimentado el mismo proceso ritual. Sin embargo, ese compartir tampoco es uniforme a lo largo de la vida. Aludimos más a ella en las etapas posteriores a haberla defendido para, luego, irse disipando en el océano de protocolos, incertidumbres y flexibilidades que impone la carrera investigadora española, hasta restar cuatro retazos compuestos por unos cuantos recuerdos mal coordinados y difícilmente cuajados en un relato coherente. Iñaki es quien podría dotar de contenido a su particular épica, pero en este libro no lo va a hacer, permanece fiel al principio de que esta se sostiene en una comunicación oral. Poco puedo (y debo) decir de ella. A lo sumo puedo subrayar que esta su tesis le ha acompañado por un gran número de años, muchos más de los que en sus inicios consideramos que implicaría. En ese curso temporal se han producido acontecimientos trascendentales que le han marcado y que han ido dejando su poso en su manera de afrontarla y resolverla. No es este un asunto baladí pues la proporción de tesis doctorales que naufragan en el devenir de vidas agredidas por un sistema económico tan exigente como el que nos sostiene no es menor. Todos conocemos las historias de colegas que aparcaron sus tesis ante retos vitales (oposiciones, desgracias personales, construcción de familias, necesidades laborales) para no poderlas volver a retomar. Esto precisaría de una perspectiva de género que aplicar, pues en absoluto es igual la proporción de mujeres que de hombres, y tampoco es igual la proporción de mujeres doctoras que no pueden continuar con su carrera universitaria que la de hombres. Son cuestiones que el mundo académico, siempre tan progresista en su estética como conservador en su práctica, tiende a abstraer, si no directamente a silenciar.
Toda tesis doctoral tiene otra dimensión complementaria que voy a abordar de forma más breve y que viene a cuento de esto último que he comentado acerca de la carrera investigadora y sus trampas: su vertiente de poética. Se trata de una narrativa marco que dota de sentido (o eso pretende) toda investigación doctoral. Según cuenta en su página web el Ministerio de Educación, insertarse en la carrera investigadora «supone un reto personal, pero es además una aventura apasionante, al convertirse una persona en agente activo en la generación de conocimiento y de nuevos descubrimientos». Convengamos en que este tipo de lenguaje resulta poco ajustado a la realidad de igual manera que la publicidad tiende a ajustarse mal a los productos que promociona. En la actualidad la elaboración de una tesis doctoral solo habilita para poder iniciar una carrera universitaria (ninguna universidad contrata a no doctores) cuyo curso será imprevisible.
La poética que encierra toda tesis ensalza sus virtudes en la construcción de la ciencia y de la cultura ciudadana y las capacitaciones que proporciona a quien la hace para insertarse en el mundo universitario, pero esto es una mera idealización. Una vez cubierta la tesis doctoral es cuando realmente tiende a empezar la carrera del investigador o investigadora, y tiene poco de «aventura apasionante». En realidad, lo que el doctorando muchas veces aprende en la confección de la tesis doctoral y, sobre todo, en el diseño del tribunal que le evaluará es el campo de batalla en que va a ir insertándose como futuro agente investigador: quiénes son hostiles y quiénes podrían serlo, a quién hay que amar o temer. Esto explica un fenómeno constatado por diversos trabajos sociológicos recientes como es la concentración de las direcciones de tesis doctorales en muy pocas manos académicas. Esta responde a mecanismos de estratificación social de la ciencia que fueron descritos para el caso norteamericano por la socióloga Harriet Zukerman hace más de cincuenta años. Y revela que los perfiles de las directoras y directores de tesis doctorales no son inocuos en la propia construcción de estos productos científicos. Las directoras y directores de tesis tienden a ser buscados por doctorandas y doctorandos con dos criterios referenciales: que sean capaces de garantizar su formación científica y que les doten de la seguridad de que en su tramo final la tesis no sufrirá contratiempos. Esto significa que, incluso en una fase final de elaboración de la tesis, el doctorando no maneja el criterio de que la calidad del trabajo que ha realizado es la variable por la que será evaluado. Sabe que el «peso social» de su directora o director es tenido muy en cuenta en esa fase en tanto que variable complementaria que disipe posibles complicaciones derivadas del funcionamiento clánico de los departamentos universitarios y de muchos de sus grupos de investigación.
A la épica y a la poética de la tesis doctoral me permito, por lo tanto, añadir una tercera variable final como es el peso que en ella tiene la directora o director. La construcción de relaciones estrechas entre doctorando y tutora o tutor generó en el pasado manifestaciones de sumisión feudal, muchas veces disfrazadas de compañerismo e, incluso, amistad; acrecentadas por la presencia de emociones como son la admiración, el respeto o el temor reverencial. Era algo que encajaba en un esquema de relaciones académicas de signo vertical que se ha modificado un poco pero no lo suficiente. La relación entre doctorando y director o directora siempre es compleja y sobre ella podría escribir una presentación entera, pues hay múltiples formas de dirigir tesis doctorales. Hay personas que convierten cada tesis doctoral dirigida en una parte importante de su actividad investigadora; hay personas que no llegan a leerse la propia tesis que han dirigido, que las contabilizan como una mercancía más que les habilitará de méritos en su horizonte profesional y que pueden manifestar la misma sensibilidad para con su pupilo que la que podrían sentir por cualquier oriundo de Yemen del Sur. Hay personas, en fin, que se implican en las tesis que dirigen, aunque intentan dejar que sea la doctoranda o doctorando quien vaya madurando en el proceso de elaborarla, no les restan sinsabores ni crisis personales,