Iñaki Fernández Redondo

El fascismo vasco y la construcción del régimen franquista


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relación que mantuvo con el régimen franquista posibilitó su adecuación al paradigma nacionalista mediante la figura de la traición o engaño por el que apoyaron a los rebeldes. Como contraste, la tarea de hacer lo propio con el trasunto español de los fascismos de los años treinta resultó mucho más factible. Falange, que es de lo que habla este libro, simplemente no habría existido aquí y su continuidad en el tiempo durante la dictadura no sería sino expresión de ese genérico fascismo sin conexión con el país y antítesis de la visión estereotipada y construida del mismo.

      Sin embargo, el ejercicio de la disciplina histórica nos revela un escenario bien diferente. El País Vasco fue uno de los territorios en los que actuó la crisis de los años treinta del pasado siglo, un contexto de búsqueda de alternativas políticas, filosóficas, artísticas y religiosas que respondía al avance secularizador de la modernidad y a la incapacidad del liberalismo de hacer realidad su promesa primigenia de libertad, igualdad y fraternidad. A la vez, como en el resto del continente, la «guerra civil europea» (Traverso, 2009) que sostuvieron diferentes movimientos y regímenes políticos que prometían una salida a la situación terminal de la civilización occidental que ellos mismos proclamaban encontró aquí su manifestación propia con las versiones locales de cada uno de ellos. El País Vasco, como territorio afectado de manera intensa por el proceso de modernización y por las consecuencias del despliegue de la sociedad de masas, vio también florecer diferentes reelaboraciones de presupuestos ideológicos tradicionales dispuestos a generar un nuevo instrumental adaptado a los nuevos tiempos. En ese sentido, no constituyó ninguna excepción y conoció el mismo despliegue de formaciones fascistas que el resto de España, ocupando además el caso vasco un lugar destacado en la aparición y consolidación de ese movimiento, puesto que aquí surgieron algunos de los más importantes configuradores de esa cultura política. En esta tarea se destacaron una serie de literatos y periodistas bilbaínos, agrupados originariamente en torno a una nebulosa Escuela Romana del Pirineo, pioneros en la estetización de la política y responsables en buena medida de la conformación del estilo y retórica de Falange Española.

      A pesar de todo, hablar hoy de fascismo vasco en la primera mitad del siglo XX parece una provocación, que a su vez exige preguntar y responder sobre el porqué de la desaparición de esa cultura política de nuestra memoria colectiva. Existen diversas razones. Una radica en el reducido número de los fascistas vascos y en la asimilación simbólica y doctrinal que el franquismo operó enseguida con ellos. Mediante el Decreto de Unificación de abril de 1937, y a pesar de algunas resistencias, los falangistas fueron integrados en el partido único, diluyéndose su identidad en la amalgama franquista. Algo similar ocurrió con el tradicionalismo vasco, pero el potencial numérico y organizativo de este hizo que las historias de unos y otros fueran bien distintas. Además, la gran mayoría de los antiguos falangistas, y de nuevo en contraste con el tradicionalismo, se integraron en el partido único sin mayores dificultades y actuaron desde allí durante la larga dictadura, reforzando de esta manera su identificación con el Régimen.

      Por otra parte, a ese proceso de desintegración en una estructura de mayor proyección y continuidad contribuyó también el antifranquismo vasco, sobre todo en la fase final de la dictadura: los falangistas, en el desprestigio adquirido al final de esta, no eran sino «fascistas» indistinguibles en el conjunto enemigo. Ni los propios ni sus contrarios tuvieron especial interés en mantener su identidad de origen. Además, como señalábamos, se insistió en la idea de que los falangistas eran ajenos al país a todos los efectos y a ellos, ahora sí, se les identificaba, a diferencia forzada de los carlistas, con los foráneos que abusaron de la violencia durante la Guerra Civil o con los que la mantuvieron desde los gobiernos provinciales y demás organismos a lo largo de la dictadura. Al terminar esta, la campaña criminal desatada por el terrorismo contra aquellos colaboradores directos del Régimen hizo que solo los más contumaces levantaran el estandarte de su cultura política original. En todo caso, unos pocos; una minoría dentro de las derechas integradas en el Movimiento que, durante la Transición, tan solo era identificada cuando sus perseguidores querían hacer valer la maldad intrínseca de la víctima y el valor redentor de su acción «depuradora».

      Por todo ello, recuperar el protagonismo jugado por aquella Falange vasca contribuye a rebatir una memoria colectiva a la carta erigida sobre la primacía de la voluntad política por encima del análisis histórico y a construir un conocimiento mucho más acabado en su complejidad sobre nuestro pasado. Para ello se ha acudido a una investigación historiográfica estructurada en tres partes –República, Guerra Civil y franquismo– y en cinco capítulos, ordenados conforme a la cronología de los procesos y hechos. El primero trata de la implantación del fascismo en el País Vasco en los años treinta, analizando las diversas realidades provinciales, así como su extensión respectiva, praxis política y perfiles de su militancia. El segundo capítulo, ya en la Guerra Civil, aborda la dura represión de retaguardia sufrida por los falangistas vascos en el territorio controlado por el Gobierno republicano legítimo, mientras que el tercero enfrenta el otro gran fenómeno de entonces: su participación en las milicias de voluntarios para el frente. Ahí se estudia el proceso de expansión que vivió este partido y el papel que jugó en la retaguardia de los alzados. Ya en el franquismo, el cuarto capítulo analiza el Decreto de Unificación y las respuestas de la militancia falangista a este, incluidas las expresiones de resistencia. Finalmente, el último capítulo detalla el proceso de implantación e institucionalización del régimen de Franco, la capacidad mostrada por el franquismo para imponerse en el tiempo a la cultura política falangista, el enfrentamiento habido en algunos casos, pero, sobre todo, la integración y el acceso al poder institucional que acabaron teniendo en diferentes épocas aquellos militantes del original fascismo vasco.

      El resultado final contribuye, entendemos, a enriquecer el conocimiento del falangismo español desde un territorio en el que la fortaleza de sus socios competidores relegó a este a un papel secundario dentro de la coalición contrarrevolucionaria. Durante la II República la potencialidad del tradicionalismo atenuó de manera considerable las posibilidades de crecimiento del fascismo en territorio vasco, mientras que durante el franquismo la primacía de las élites económicas y sociales, cuyo mejor ejemplo lo representó la oligarquía industrial vizcaína, hizo por completo imposible la realización del proyecto político fascista. La juventud de sus primeros militantes y la dura represión de retaguardia menguaron notablemente su capacidad de influencia política futura, algo a lo que tampoco resultó ajena la división interna en sus filas. En este sentido, una de las características más interesantes del caso vasco es la posibilidad de observar cómo se comportó el fascismo en una situación de equilibrio de fuerzas desfavorable con sus socios contrarrevolucionarios tanto en una etapa insurreccional como en otra posterior institucional. De esta manera, se constituye en mirador privilegiado para el examen de dos de los procesos cruciales de estos momentos, el de fascistización de las fuerzas de derecha y el de la institucionalización del régimen franquista.

      Este libro es una parte de las investigaciones que me permitieron obtener el grado de doctor en Historia Contemporánea ante un tribunal compuesto por los profesores Pedro Barruso, Eduardo Alonso, Teresa Ortega, Carme Molinero y Antonio Rivera. Les agradezco los comentarios que me aportaron en aquella defensa y que han contribuido a mejorar este texto. También tengo que hacer una mención especial a mis directores de tesis, los profesores Fernando Molina y Luis Castells, quienes, con empeño, me han enseñado el oficio de historiador. A ello han colaborado también otros compañeros y amigos del Instituto de Historia Social Valentín de Foronda, especialmente José Antonio Pérez, Rafa Ruzafa, Antonio Rivera, Pedro Berriochoa y Mikel Aizpuru. De la misma manera lo han hecho otros doctorandos y jóvenes doctores con los que me unen lazos de amistad y con los que disfruté, y disfruto, de un rico y ameno intercambio de opiniones científicas: Aritz Ipiña, David Mota, Jon Kortazar, Erik Zubiaga, Bárbara van der Leuw, Guillermo Marín, Javi Gómez Calvo, Germán Ruiz, Virginia López de Maturana, Joseba Louzao y Marijose Villa. Nada hubiera sido posible sin la beca del Programa de Formación y Perfeccionamiento del Personal Investigador que me concedió el Gobierno vasco para desarrollar la investigación, ni sin la estancia en la Universidade de Lisboa, bajo la mirada atenta del profesor António Costa Pinto, que me permitió formarme todavía más, conocer mejor la historia portuguesa y disfrutar de esa bella ciudad. Los empleados y empleadas de archivos y centros documentales han mostrado en general una gran