AAVV

Friedrich Schiller


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convierte en sospechoso el pathos de Schiller, porque nos los podemos imaginar fácilmente como bordados en un cojín del sofá».12 Y es que: «Schiller no sólo [es] el escritor alemán que con mayor frecuencia ha sido parodiado, a nadie se le ha imitado tan descaradamente como a él ni usurpado tan desvergonzadamente» (Janz, 1996: 193). Aunque, por cierto, este dudoso honor lo comparte con otros muchos clásicos populares. A modo de ejemplo: los versos de Heine corrían tan de boca en boca que cualquier poetastro se afanaba en imitar su modelo. Con lo cual su riqueza artística y sus verdaderos logros fueron devaluados durante mucho tiempo, y se hacía mofa de la ligereza y aparente facilidad de rimar «Herz» con «Schmerz» («corazón» y «dolor»), o sea, el agridulce elemento romántico por antonomasia. Este peligro lo corren por desgracia todos los poetas realmente populares. También nos parece hoy excesivamente sentimentaloide una frase de Schiller sobre el amor como «Das Auge sieht den Himmel offen / es schwelgt das Herz in Seligkeit» («El ojo ve el cielo abierto / el corazón se regocija de dicha»).

      Si las generaciones anteriores de escolares y universitarios, entre obligaciones y ejercicios libres, iban y venían con citas de las obras de Schiller, desde algún tiempo a esta parte contamos con el desarrollo contrario: Ya no se aprenden poemas de memoria y raras veces se escribe al dictado porque esto significaría exigir demasiado a nuestros pobres alumnos, que deben alojar a diario nuevas parcelas del saber en sus cabezas o confiar en las nuevas tecnologías. Se prima la tendencia práctica a no interiorizar el saber, sino a hacerlo disponible, pudiendo optarse por acceder a él en cualquier momento al precio de la función modélica de la obra literaria. Es verdad que la memorización y el aprendizaje al dictado de literatura clásica han sido vistos durante décadas como un ataque frontal a la libertad didáctica del alumno.

      El lenguaje de Schiller había cuajado en el habla general mediante su impresionante dramatismo y sus diálogos fáciles de retener. Eran emblemáticos por las sabidurías vitales que transmitían y que Schiller aún hoy en día transmite, pero también lo eran –y no en último lugar– por la pulida forma lingüística que seduce con la precisión de la métrica y del ritmo. Mientras los alumnos, mediante la memorización, adquirían esa ejemplaridad estética a través de los grandes modelos, se conseguía a la vez, mediante esa dura disciplina, un cierto cultivo de la lengua.

      En el campo de la fraseología contrastiva se me plantea la pregunta de cómo maneja el traductor tales construcciones, que en la lengua original cuentan con una forma invariable y con carácter acuñador para la posteridad. Cabría suponer que la primera traducción canónica al español haya generado una cita famosa correspondiente que sella una forma fija también en la lengua española. Pero aquí surge el problema de la recepción,