Tomás Miranda Alonso

Argumentos


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en que se convierten en objeto de su reflexión, y a conocer las reglas lógicas que se han de utilizar en la construcción y evaluación de estos. La lectura y el análisis de estos textos en el aula deberían también contribuir al desarrollo de una actitud comprometida apasionadamente con el ejercicio de una racionalidad que, por supuesto, es encarnada, pues tiene que ver con nuestra constitución biológica, es contextual, es provisional y es falible. Estamos hablando de una racionalidad comunicativa, que se constituye en diálogo, de una racionalidad crítica, la única disposición sobre la cual se puede confiar la mejora y la consecución de la cohesión y la articulación sociales.

      La heterogeneidad de los textos presentados muestra que el tema objeto de nuestro estudio ha ocupado un lugar central en la tradición filosófica; también presentamos fragmentos extraídos de la prensa y de revistas, pues la reflexión sobre la argumentación no se puede hacer desde el vacío formal, sino analizando razonamientos concretos con los que los seres humanos actuales piensan la realidad de hoy y con los que justifican decisiones importantes que afectan a la organización personal y social de nuestra vida. Hemos procurado que los textos seleccionados no se refieran a problemas excesivamente circunstanciales, ya que estos podrían perder el interés pasado cierto tiempo. Los textos aquí presentados abren y se abren, al mismo tiempo, a los problemas propios de un curso introductorio de filosofía. Hay quien piensa que esta forma de enseñar filosofía o, mejor dicho, de enseñar a filosofar es la más adecuada. De lo que sí se puede ofrecer garantía es del carácter incentivador del diálogo y de la reflexión de este curso de filosofía que, en realidad, se abre sobre la totalidad del temario oficial adoptando la lógica de la argumentación.

      En el primer capítulo se exponen los fines de la argumentación, la cual se presenta como una acción encaminada al entendimiento logrado mediante razones y susceptible de crítica. La lógica es la disciplina que desde Aristóteles se ocupa de estudiar las reglas de los argumentos. Pero estos pueden ser considerados o como estructuras formales ideales (dimensión sintáctico-semántica) o como ejemplares concretos que utilizamos en un contexto determinado y con unas intenciones particulares (dimensión pragmática). El primer punto de vista ha sido el adoptado por la lógica formal y el segundo, por la lógica informal o teoría de la argumentación, lo que antiguamente se llamaba retórica. Esta disciplina ha tenido mala prensa, pues se ha presentado, con frecuencia, como un conjunto de recursos estilísticos encaminados más bien a embellecer el discurso, sin interesarse por la verdad de lo que se dice y, en muchos casos, sirviendo exclusivamente a los intereses de uno u otro poder (eclesiástico, económico, de un grupo social…). Pero a mitad del siglo XX, coincidiendo también con el interés que el lenguaje ordinario y su dimensión pragmática empieza a tener entre los filósofos, va a resurgir una retórica (la nueva retórica) que, como en Platón y Aristóteles, tiene que ver con la dialéctica y la verdad o, mejor dicho, con lo verosímil. Nuestro interés en este libro se centra más en la consideración de los argumentos teniendo en cuenta su dimensión pragmática (lógica informal), aunque también hemos introducido algunas consideraciones pertenecientes a la lógica formal. Las valoraciones de las diversas prácticas docentes asociadas a la difusión de la primera edición de Argumentos han puesto de relieve que la motivación generada por estas consideraciones y por el contexto de análisis han requerido ampliaciones que han contado con una excelente recepción por parte del alumnado.

      El tratamiento que hacemos de los argumentos y del elenco de problemas que presentan dista mucho de ser completo. El carácter limitado de la extensión de este material nos ha obligado a seleccionar aquellos aspectos que hemos considerado más básicos e interesantes para ser tratados en un curso de Filosofía, en el que hay que tener en cuenta las motivaciones intelectuales personales. Confiamos que este punto de partida y el interés del tema puedan dar de sí o generar otras motivaciones más estrictamente filosóficas. Asumimos que los estudiantes no necesariamente tienen vocación de dedicarse a la filosofía como profesionales; por lo tanto, la organización de esta materia en primero de bachiller tiene como finalidad principal convertir el aula en una comunidad de diálogo filosófico donde los alumnos se ejercitan en la construcción de un pensamiento crítico, creativo y cuidadoso, partiendo de las preguntas de carácter filosófico que ellos se plantean sobre el sentido de su existencia.1 Ahora bien, como reconoce José Gaos en «La filosofía y sus públicos»,2 no tener vocación filosófica no quiere decir que los estudiantes no posean inquietudes intelectuales. Los seres humanos no podemos dejar de plantearnos las grandes preguntas filosóficas, que, como dice Kant, pueden resumirse en estas: ¿qué puedo conocer?, ¿qué debo hacer? y ¿qué me cabe esperar?, preguntas que se condensan en una: ¿qué es el hombre? Estas inquietudes han de estar claramente consideradas en la organización de este curso.

      En el segundo capítulo nos ocupamos de la estructura de los argumentos y de las disertaciones argumentativas. Analizamos los distintos elementos de que constan y prestamos especial atención al papel importante que los lugares comunes (tópicos) desempeñan en el proceso argumentativo. La perspectiva adoptada para estudiar los argumentos es la pragmadialéctica, es decir, consideramos la argumentación como un acto de habla (dimensión pragmática) en el que se buscan, se presentan y se contrastan razones para justificar nuestros conocimientos y nuestras acciones en el contexto de un diálogo (dimensión dialéctica). Concluimos con la exposición de las etapas y de las reglas que se han de respetar en todo diálogo argumentativo.

      En el capítulo tercero se analizan diferentes muestras argumentativas. Consideramos falaz un argumento cuando violenta las reglas del diálogo argumentativo, expuestas en el capítulo segundo, para evitar la consecución del fin propio de este. Por ello, la decisión de si un argumento determinado es o no una falacia hay que tomarla teniendo en cuenta el contexto comunicativo en que se produce. También dedicamos atención a los razonamientos analógicos y a los que se utilizan para establecer una relación de causa-efecto. Por último, nos ocupamos de algunos esquemas argumentativos que pueden ser analizados teniendo en cuenta solo su estructura formal, en virtud de la cual serán válidos o no. Entre este tipo de razonamientos, merecen una especial atención los silogismos, tanto por la importancia que han tenido en la historia de la lógica, como por la relativa frecuencia con que son usados en la vida cotidiana como modos de demostración.

      Finalmente, dedicamos el último capítulo a presentar la estrecha relación que existe entre el ejercicio de una racionalidad argumentativa y el desarrollo de la capacidad crítica de la razón. Pensamos que el aula y la escuela deberían esforzarse por convertirse en una comunidad de investigación, donde los estudiantes y profesores piensan críticamente la realidad que les ha tocado vivir y tratan, mediante el diálogo argumentativo, de dar y encontrar sentido a la experiencia. La participación en una comunidad de diálogo de este tipo exige el compromiso con unos determinados valores morales, sin los cuales el diálogo no es posible. La construcción de la democracia exige ciudadanos que sean capaces de pensar críticamente y de dialogar con los demás para construir, entre todos, formas de vida razonables. Presentamos, finalmente, la relación estrecha que se puede establecer entre la teoría de la argumentación y la fundamentación de la ética y del derecho.

      No es necesario analizar todos los textos que aparecen en este libro, pudiendo el profesorado elegir aquellos que considere más interesantes para su grupo concreto de estudiantes. Lo que sí es conveniente es seguir el mismo orden de la exposición. Después de leer cada texto convendría hacer las actividades correspondientes a este. Estas están ordenadas con referencia a cada uno de los textos que aparecen en el capítulo, de tal modo que a cada texto le corresponde una actividad pensada para formar un nivel tal de familiaridad con el tema que haga posible la reflexión.

      Esta propuesta puede ser utilizada de formas muy diversas. A ello contribuye la formulación de actividades, incluyendo cuestiones que bien obligan a familiarizarse con técnicas necesarias para llevar adelante el trabajo textual, bien contribuyen a poner en claro la comprensión previa del estudiante de los problemas presentados en los textos o vinculados a ellos, bien cuestionan las afirmaciones vertidas en los textos, bien otorgan la necesaria orientación o perspectiva que requiere la interpretación del texto. En todos los casos hemos procurado dejar claros los posibles objetivos del análisis y de la discusión. De esta forma, consideramos que se ejemplifica algo fundamental: la pretensión