Juan Ramón Muñoz Sánchez

La Galatea, una novela de novelas


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el asesinato de Carino a manos de Lisandro en el plano básico de los acontecimientos generales, fue ideada grosso modo tal cual la conocemos.

      En el periodo que media entre finales de 1586 y 1601, Cervantes dedicó la mayor parte de sus esfuerzos a los oficios de comisario de abastos y recaudador de impuestos atrasados para la Hacienda Real en los caminos de Castilla la Nueva y las tierras de Andalucía. Abandonó la carrera teatral que había emprendido años atrás en los corrales madrileños y la publicidad de la imprenta, pero no dejó de ejercitar la pluma en los ratos libres y las horas muertas de su ocupación: escribió dos o tres comedias nuevas –La casa de los Celos y selvas de Ardenia, entre 1595 y 1600; una posible versión preliminar de El rufián dichoso, antes de 1600, y Los baños de Argel, hacia 1601-1602–, varios entremeses6 y algunas novelas cortas. De estas, ¿cuáles? No los sabemos con certeza; probablemente uno o dos de los episodios que entrecruzan las aventuras de don Quijote y Sancho en El ingenioso hidalgo y quizá algunas de las más antiguas de las Novelas ejemplares. Siempre se ha sostenido que la Historia del capitán cautivo, cuya acción en presente se ubica en 1589, momento en que Rui Pérez cuenta su singladura a la comitiva de personajes reunidos en la venta de Juan Palomeque, hubo de ser redactada no más allá de esa data, tal vez en 1590; una cosa, desde luego, no comporta la otra, pues por esa regla los libros I y II del Persiles y Sigismunda tendrían que haber sido escritos por Cervantes cuando era todavía un niño o El amante liberal a seguida de la toma de Chipre por la flota turca de Selim II, sultán de la Sublime Puerta, el 9 de septiembre de 1570; sin embargo, tiene todos los visos de haber sido compuesta como un texto independiente, por lo que su redacción debería situarse en el interregno que va de 1590 a 1599-1600, en que pone mano sobre la obra de la primera parte del Quijote.

      Lo mismo se puede aventurar con la escritura de El curioso impertinente, acaecida probablemente en una fecha próxima a 1600. No se puede descartar tampoco la eventualidad de que las historias de Marcela, de Cardenio y Dorotea, de don Luis y doña Clara y de la bella Leandra hubieran sido pergeñadas al margen del Ingenioso hidalgo, aunque todo apunta a que fueron concebidas ad hoc. Entre 1600 y 1609, años que segmentan la conformación del manuscrito de Porras de la Cámara, que quizá se podría estrechar a 1604-1606, Cervantes dio forma a las versiones primigenias de Rinconete y Cortadillo, que es una contrafacción paródico-burlesca de la Primera parte de Guzmán de Alfarache, a la vez que un tributo al Lazarillo, en la que se armoniza la jácara con la novela picaresca, y de El celoso extremeño, novela tragicómica a la italiana íntimamente relacionada con El curioso impertinente, que subvierte las novelle de adulterio y de escarmiento del marido celoso; también a La tía fingida, si es que es de autoría suya, que es una novela prostibularia de ambientación universitaria y, por ende, urbana, en la tradición de La Celestina y La Lozana andaluza. Las tres novelas, como sabemos, tuvieron vida propia autónoma.

      En el filo de los siglos XVI y XVII Cervantes era, pues, un dramaturgo retirado de las tablas que aún escribe teatro de cuando en cuando y un novelliere en activo. Tal vez, como su máscara autorial dice en el prólogo, engendró, en la cárcel Real de Sevilla, en la que fue preso por orden del juez Vallejo a finales de septiembre de 1597, hasta mediados de abril de 1598, la idea de un texto protagonizado por un viejo hidalgo de aldea ocioso que pierde el juicio por la lectura tan intensa como masiva de libros de caballerías; la cual le servía para novelizar (y desarticular) el debate de la preceptiva neoaristotélica a propósito de la dialéctica entre historia y poesía, en tanto en cuanto la mente desquiciada de su protagonista consideraba verdadero –histórico– lo que no era sino verosímil –poético–: la ficción de los libros de caballerías. El proyecto hubo de ir madurando desde el comienzo en la mente de Cervantes como un libro largo, en virtud de la extensión habitual de los imponentes infolios caballerescos que ridiculizaba a la par que homenajeaba, que rondaban entre doscientos y trescientos folios de media, y de los modelos con los que factiblemente operaba, sobre todo el Orlando furioso, de Ariosto. Desde el punto de vista estructural, la trama medular del Ingenioso hidalgo se cimenta, en efecto, sobre el principio vertebrador del viaje, el constante deambular errante del caballero en el perseguimiento de honra y prez, que posibilita, conforme a las contingencias del azar y a los incidentes propios del camino, el surgimiento de la peripecia y el encuentro con personajes de todo tipo y condición, y que es lo que le imprime esa índole episódica a la narración; si bien, la trabazón de las distintas aventuras es bastante sólida por cuanto hay una evolución en su tratamiento, en el comportamiento de la realidad y las diferentes perspectivas narrativas de presentarla y en la conducta y modo de afrontarla de un héroe que actúa o hace lo mismo que reflexiona, piensa y habla. E igualmente, sobre el lugar del reposo y descanso del caballero andante: el espacio social de la corte y el castillo, en donde practica la cortezia, el fino amor y el juego del torneo, subrogado transparentemente a la baja por las ventas del ventero socarrón (II-III) y de Juan Palomeque el Zurdo (XVIXVII, XXVI-XXVII Y XXXII-XLVII), y el espacio solitario del bosque o la floresta, representado por Sierra Morena (XXIII-XXX). Pero el estímulo, el espaldarazo final lo constituyó el clamoroso éxito de la Primera parte de Guzmán de Alfarache, un volumen en cuarto de 256 folios, impreso en Madrid, en casa del licenciado Várez de Castro, en 1599, que le daba la pauta de una ficción cómica en prosa de aire realista, multiforme, pluritemática y de variedad tan enciclopédica como heterogénea. A su arrimo, traza Cervantes los dos magistrales pasos del Ingenioso hidalgo en que lo caballeresco se confronta irónicamente con lo picaresco, a saber: la conversación que mantiene el ventero que arma caballero a don Quijote con su ahijado en la primera salida (III) y el célebre encuentro con la cadena de galeotes en que va preso Ginés de Pasamonte (XXII), y redacta, como acabamos de ver, la versión más antigua de Rinconete y Cortadillo, que se menciona en el capítulo XLVII y que probablemente coindice con la del códice de Porras de la Cámara. Con todo, a Cervantes no hubo de entusiasmarle un ápice la alternancia de consejas y consejos, de narración y admonición, de relato y discurso, que informa la narración primopersonal del pícaro, pese a su sutil imbricación, puesto que a la ficción no le corresponde instruir ni dar lecciones para la vida, y menos aún la mala baba misantrópica y cínica que rezuma contra esa «república de hombres encantados» que es el inmundo mundo. Sea como fuere, a partir de ahí, habida cuenta de la poética en vigor, la trama principal de su obra tenía que entreverarse perentoriamente con episodios novelescos.7

      De entre las novelas que tenía escritas, El curioso impertinente fue seleccionada para ocupar una posición privilegiada, justo el centro del cuerpo, en deliberado contraste; centrada igualmente en una monomanía del personaje principal cuya razón de ser no es otra que la confusión entre la vida y el ideal, muestra la otra faz de la naturaleza dual de la vida: la alternativa, a la risa y la comedia, del llanto y la tragedia. Tal era la lección estética que Cervantes había aprendido en su atenta lectura de El asno de oro, novela mixta, entre fantástica y cómico-realista, que en el núcleo contiene, como relato dentro del relato, el cuento de hadas de Cupido y Psique, que espejea en Psique la trayectoria de Lucio-asno; tal era el puesto que ocupaba el Abencerraje en La Diana de Montemayor que él había paladeado: al final del libro IV, el centro de la narración, en el palacio de la sabia Felicia, puesto en boca de Felismena como el único metarrelato no verdadero sino ficcional, fraccionando ponderada y equilibradamente las interpolaciones coordinadas de los tres primeros libros –la de Selvagia (libro I), la de Felismena (libro II) y la primera parte de la de Belisa y Arsileo (libro III)– de las de los tres últimos –la segunda parte del episodio de Belisa Arsileo (libro V), la de Amarílida y Filemón (libro VI), la inconclusa de Duarda y Danteo y el desenlace de la de Felismena (libro VII)–. A continuación eligió la Historia del capitán cautivo, que no solo refiere el caso de un genuino militar de los tiempos modernos en contraposición del anacrónico caballero andante medieval que representa don Quijote, sino que además la biografía de Rui Pérez de Viedma dibuja un recorrido zigzagueante entre la historia y la poesía, ya que comienza apegada al cuento tradicional, para deslizarse hacia la historia y terminar declinando a la poesía, mezclando y confundiendo modos de discurso como haría en breve en La gitanilla y en La ilustre fregona. Los otros cuatro episodios, escritos probablemente para la ocasión, se entretejen