Jesús Purroy

Todo lo que hay que saber para saberlo todo


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físico no se puede abarcar racionalmente sino que hay que entenderlo «con todo tu ser», en una especie de visión mística no muy lejana de las que experimentaban Santa Teresa de Ávila o San Juan de la Cruz.

      No sé bastante sobre física ni sobre religiones orientales para valorar las conclusiones de su libro, pero sí que sé que lo que llama-mos intuición es un proceso mental como cualquier otro: el conocimiento místico, la comprensión del mundo y otros estados mentales alterados son fenómenos que la neurociencia puede explicar a partir del funcionamiento del cerebro. Algunos ya están explicados, y otros lo pueden estar en un futuro próximo.

      Una muestra reciente del estudio científico de los estados mentales sobrenaturales se publicó a finales del 2006. Shahar Arzy y sus colaboradores estimularon diversos puntos del cerebro de una mujer que no tenía ningún historial de enfermedad psiquiátrica. Cuando estimulaban un punto preciso esta mujer notaba una presencia detrás de ella, como si tuviese una persona muy cerca. Es una sensación que puedes haber experimentado, quizás estando a solas en un lugar oscuro desconocido. Cuando la mujer cambiaba de postura, la presencia adoptaba la misma postura: si la mujer se abrazaba las rodillas, la presencia intentaba abrazarla. Si la mujer cogía un papel con la mano, la presencia intentaba quitárselo. La interpretación de estos resultados es que en aquel punto del cerebro se encuentra el mapa de situación del cuerpo y si este mapa se estimula erróneamente da una imagen desplazada del lugar donde crees que estás.

      Por lo tanto, es posible que las personas que tienen sensaciones que no se corresponden con lo que nosotros notamos tengan simplemente un mal contacto en este circuito cerebral, o en algún otro que haga una función parecida. Esta explicación es menos ruidosa que la posesión diabólica, pero en mi opinión, es mucho más impresionante.

      ¿CÓMO SABES QUE HAS PUESTO BASTANTE ORDEN?

      Si quieres poner orden en tus creencias, tómalas una a una y hazte una serie de preguntas. ¿Te ha venido dada por la familia o el entorno? ¿Es específica de tu tribu o la compartes con extraños? ¿Qué pasaría si fuese falsa? Según las respuestas que des podrás clasificar a cada pieza en un cajón o en otro.

      Todo aquello que sea específico, heredado o esencial para tu estabilidad mental, archívalo como creencia irracional y no le des más vueltas. Aquí irán tus gustos, tu identidad (¡empezando por tu nombre!), tu religión (o su ausencia), una gran parte de tus convicciones éticas y un montón de cosas importantes que, o no puedes discutir, o preferirías no hacerlo.

      En el otro cajón estará el conocimiento basado en la razón: lo que has aprendido de fuentes fiables, lo que has comprobado en persona. Algunas de estas creencias serán erróneas, porque tus fuentes fiables te pueden haber engañado de buena o mala fe, o porque tú mismo te puedes equivocar a veces. No importa. El objetivo de aprender es ir identificando estas creencias erróneas y sustituirlas por otras mejores. Ya has empezado a ver cómo.

      CAPÍTULO 2. SABE QUÉ NO SABES

      Tengo una libreta donde apunto las cosas que no sé. Soy consciente de que no necesitaba hacer este esfuerzo: las cosas que no sé llenan estan-terías enteras en las bibliotecas, se amontonan en columnas peligrosas en las hemerotecas y deambular como almas en pena por el ciberespacio. No tengo ninguna esperanza de poder dedicar ni una milésima de segundo a tantas y tantas cosas que me convendría saber.

      Hay una manera de superar la frustración de no poder abarcar tanto como querríamos. Es un truco simple que encontré por azar, una tarde que me había escabullido hacia la biblioteca de la universidad en lugar de estar en el laboratorio. Hojeando unos anuarios de sociología –que, francamente, quedaban muy lejos del trabajo que tenía entre manos en aquella época– tropecé con un artículo de Robert Merton en el que recomendaba especificar la ignorancia con el máximo de precisión. Plantear preguntas concretas, que puedan tener respuestas inmediatas. Alguien ha de hacerse las Grandes Preguntas, pero las pequeñas preguntas son las que permiten avanzar poco a poco, día a día. Es prudente dejar que otros hagan la revolución.

      ¿Qué no sabes? La respuesta a esta pregunta es importante, porque enfoca tus intereses en una dirección u otra. El simple hecho de concretar lo que no sabes aclara el pensamiento. Si quien pregunta ya está respondiendo, quien pregunta claramente puede responder exactamente. Suele pasar que muchos de los errores que cometemos son consecuencia de definiciones incorrectas y preguntas mal formuladas.

      Ni siquiera puedes intentar responder una pregunta si antes no te has asegurado de que hay alguna cosa que necesite respuesta. Merton también recomienda definir el fenómeno que se quiere estudiar, asegurarse de que realmente lo que ves existe. Hay muchas maneras de existir: una migración de pájaros existe, y una alucinación también. Ambos fenómenos merecen una explicación, por mucho que la migración pase a la vista de todo el mundo y la alucinación pase dentro del cerebro de una persona.

      Para ilustrar lo que significa «definir el fenómeno» podemos re-currir a la leyenda apócrifa de los eclipses.

      LA APÓCRIFA LEYENDA DE LOS ECLIPSES

      Hace unos cuantos miles de años, en el lugar donde ahora vives, moraba un puñado de personas que subsistían como podían, a base de ordeñar cabras medio domesticadas, cazar jabalíes y recolectar cualquier cosa de los bosques y los prados mientras acababan de aprender aquel nuevo invento de la agricultura. La vida era dura y ellos también. Un día llegaron unos viajeros. Con ayuda de signos y dibujos en el suelo, los viajeros explicaron que en su país una vez el sol había desaparecido en pleno día, se había hecho la oscuridad total durante un rato, y después el sol había vuelto. También gracias a signos y dibujos en el suelo tus antepasados les dieron a entender que no creían ni una palabra de aquella historia del sol intermiten-te, y que les invitaban a participar en un sacrificio humano. Consu-mada la ofrenda, no se volvió a hablar de eclipses ni de otros inventos extranjeros: el fenómeno no había quedado establecido, al menos a gusto de tus antepasados. Los eclipses se dan de vez en cuando y, al cabo de un tiempo, tus ancestros contemplaron un eclipse total de sol. Tomaron nota de que, efectivamente, los eclipses existían. Incorporaron los eclipses a la tradición oral y no le dieron más vueltas al tema.

      Al cabo de los años, la malnutrición, los partos, los jabalíes y las infecciones habían eliminado a casi todos los testigos oculares del eclipse. Sólo el viejo Ug, que era un niño cuando vio desaparecer al sol, recordaba este hecho. Sus hijos pensaban que chocheaba, pero se limitaban a sonreír cuando se lo volvía a explicar. Para ellos, el fenómeno tampoco estaba establecido: era sólo una más de las historias que se explican y no había que tomarla al pie de la letra.

      Con el paso de unas cuantas generaciones llegaron más viajeros, esta vez mejor preparados para tratar con los nativos. Al poner en común sus tradiciones respectivas vieron que todos ellos hablaban del sol intermitente. Como admitieron esta comprobación independiente del fenómeno, la existencia del eclipse se dio por establecida. Los protocientíficos de la tribu declararon que no sabían cómo se borra el sol en pleno día, y se pusieron a trabajar para encontrar una explicación. Establecer un fenómeno no es lo mismo que darle explicación, sólo es admitir que existe, y que es razonable inten-tar explicarlo. Probablemente tus antepasados propusieron una explicación mítica, pero esto ahora no tiene importancia.

      La leyenda de los eclipses ilustra la dificultad de establecer un fenómeno. No todo lo que pasa es evidente. Si comparamos dos casos reales de fenómenos bien establecidos o mal establecidos veremos las consecuencias de escoger correctamente o no.

      La primera comparación es entre los misteriosos rayos X y los aún más misteriosos rayos N.

      LOS MISTERIOSOS RAYOS X Y LOS AÚN MÁS MISTERIOSOS RAYOS N

      Al final del siglo xix, cuando parecía que la física ya había explicado todo lo que había que explicar para entender la realidad, el alemán Wilhelm Roentgen sorprendió a todo el mundo con el descubrimiento, casi por casualidad, de unos misteriosos rayos que podían mos trar el interior de las cosas y las personas. Estos rayos recibieron provisionalmente el nombre de «X», mientras se acababa de aclarar qué eran exactamente. Como suele pasar, las soluciones provisionales re sultaron definitivas y hoy todos hemos oído hablar de los rayos X. Como también suele pasar, la innovación