Sea´n Patrick O'Malley

Enganchados a la luz


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Buena Noticia y bautizar a nuevos hermanos y hermanas en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Celebramos a los mártires de Florida que dieron la vida por la misión que Cristo y su Iglesia les confiaron.

      Tuve el privilegio de servir aquí como obispo y conocer de primera mano la energía y el crecimiento que experimenta nuestra comunidad de fe. ¡Hay tantos sacerdotes dedicados, religiosos y laicos pronunciando su «sí» a Dios aquí!... Esta celebración es una acción de gracias por las bendiciones del pasado y por las personas generosas y llenas de fe que nos han precedido, pero también es un momento para dedicarnos a la misión otra vez.

      El papa Francisco captó la atención del mundo al recordarnos la alegría del Evangelio. Él nos desafía a superar la globalización de la indiferencia, a ir a la periferia siguiendo las prioridades del Buen Pastor, que deja a noventa y nueve en busca de la única oveja que se ha perdido. El Santo Padre nos dijo que nuestra Iglesia no es un museo o un auditorio; nuestra Iglesia es un hospital de campaña y nosotros somos los auxiliares llamados a hacer el primer triaje en un mundo lleno de gente herida.

      El Santo Padre nos desafía a abrazar nuestra misión, que es, al mismo tiempo, pasión por Jesús y pasión por su pueblo. El mundo quedó estupefacto cuando, durante una audiencia de los miércoles, en la plaza de San Pedro, el papa Francisco se metió entre la multitud para abrazar y besar a un hombre terriblemente deformado que estaba allí. Después, el hombre contó a los periodistas que muchas veces la gente evita sentarse a su lado en el coche, y que la bondad del Santo Padre con él le hizo experimentar el incondicional amor de Cristo.

      El papa Francisco dice que, a veces, estamos tentados a ser ese tipo de cristiano que mantiene a distancia las llagas de Cristo. Y, sin embargo, Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos el sufrimiento de los otros; él espera que dejemos de buscar esos nidos que nos abrigan del torbellino de sufrimiento humano y en vez de eso entremos en la realidad de la vida de la gente y conozcamos el poder de la ternura.

      6

      Primeros pasos en una vida consagrada

      Una película que tuvo mucho éxito –Mi gran boda griega– presenta los muchos desafíos que afrontan las familias cuando tienen que preparar una boda. Hay muchas cosas que pueden salir mal: a la novia se le puede romper el vestido, se puede averiar el coche, se pueden perder las alianzas, puede faltar el vino, a veces la novia no aparece en la iglesia; y hoy, en la boda de la parábola de las vírgenes prudentes, es el novio quien se retrasa. En otro episodio del evangelio, Jesús describe la tarea de evangelizar comparándola con la de salir a las calles y ciudades para invitar a la gente a una gran celebración, una boda, pero de repente quienes llevan la invitación reciben una paliza. Todos conocemos anécdotas de auténticos desastres en una boda. Jesús también. En la boda de Caná no había vino. En los evangelios, Jesús se describe a sí mismo a veces como el buen pastor, y otras veces como el novio. Bonita descripción. Jesús nunca es el viudo. Él no existe separado de su novia, la Iglesia. Sin duda, todos conocemos jóvenes novios deslumbrados y enamoradísimos de su novia. Así es Jesús, enamorado de nosotros, su pueblo, su Iglesia. En la boda de Caná, María, madre del novio, madre de la novia, pronuncia sus últimas palabras, pero no será su última presencia. Nos dice: «Haced todo lo que él os diga». En el Calvario y en Pentecostés, María está presente otra vez. Siempre repitiendo el mismo mensaje y el mismo fiat. La primera palabra de María en el evangelio es «hágase en mí según tu palabra». Von Balthasar, el gran teólogo, que siempre habla de kniende Theologia, esto es, teología de rodillas, describe el fiat de María como Geschehen Lassen das Ja, esto es, un sí que permite que suceda algo. El sí de María permite que Jesús nazca en nuestro mundo, permite que Dios se haga uno de nosotros. Sus últimas palabras son: «Haced todo lo que él os diga». Estamos hoy aquí no para una boda, sino para un noviazgo durante el cual estas hermanas empiezan un período de intenso discernimiento sobre su vocación 3.

      Esta nueva fase de sus vidas tiene como símbolo la elección de un nuevo nombre, la toma del velo blanco y la entrega de su propio diurnal.

      Estas mujeres piden integrarse en la comunidad de las Hijas de María de Nazaret porque quieren responder al desafío de nuestra Señora: haced todo lo que él os diga.

      Pasaréis vuestro noviciado escuchando la Palabra de Dios, en actitud de escucha del corazón para descubrir aquello a lo que Dios os llama. Es una actitud de disponibilidad a la voluntad de Dios. Cada una quiere pronunciar su sí a un estilo de vida evangélico, consagrada a través de los votos de pobreza, castidad y obediencia.

      El evangelio de hoy empieza por decirnos que había una boda en Caná de Galilea y que María estaba invitada. Estoy seguro de que quienes conocían a María la apreciaban mucho. Querían que ella estuviese en sus fiestas, era divertida, sabía remangarse para echar una mano siempre que fuese necesario, ya fuese ocuparse de una familiar que iba a dar a luz o asegurarse de que hubiese suficiente comida y bebida para todos.

      El evangelio sigue diciendo que Jesús y sus discípulos también habían sido invitados. Es un paréntesis extraño: es como decir que fray Seán estaba en la recepción en el Rose Garden de la Casa Blanca, el pasado viernes, y que el papa Francisco también estaba allí. Parece que esté dicho al revés.

      Jesús hace su primer milagro a petición de María. Ella tiene tanta confianza en él que dice sencillamente a los criados: «Haced todo lo que él os diga».

      Este es el mensaje de María, incentivándonos a abrazar fielmente la voluntad de Dios, con valor, con alegría y confianza –esta es la actitud de su Magnificat–.

      Y después viene el milagro: ¡qué milagro tan extraordinario! Son setecientos litros de agua usada para lavar los pies de los invitados transformados en vino: ¡es mucho vino! Es como en el milagro de la multiplicación de los panes y los peces: sobran doce cestos. A mí no me gustan las sobras, pero aquí la sobreabundancia es parte del mensaje: Dios nos da más de lo que pedimos, más de lo que merecemos, más de lo que pensamos –¡ni sospechamos cuánto nos quiere!–.

      El jefe de los criados probó el vino y se quejó de haber servido el peor vino al principio y haber guardado el mejor para el final... Jesús nos garantiza que el futuro puede ser mejor, nos podemos transformar en el vino vintage.

      Este milagro es el signo que revela la gloria de Jesús, y los discípulos empiezan a creer en él. Aquí también percibimos que ante una misma realidad puede haber reacciones diferentes: algunos beben el vino bueno sin preocuparse de dónde viene, mientras que otros entrevén la gloria de Dios.

      El primer milagro de Jesús se desarrolla en una boda. Y es gracias a María. Ella es la mujer llena de fe que muestra el poder de Jesús –«Haced lo que él os diga» y tendréis vino–. Es una epifanía.

      Con María todo es sencillo. Su oración es una simple declaración de pobreza: «No tienen vino». Lo que María quiere decir es: «Ellos no tienen vino, yo no tengo vino, pero confío en la providencia amorosa de Dios».

      La pobreza es una de las características de María de Nazaret. María es una de los ‘anawim, aquellos que ponen su confianza no en el dinero o en el poder, sino en la providencia amorosa de Dios.

      Cuando el beato Carlos de Foucauld publicó su retiro en Nazaret, lo llamó La dernière place (El último lugar). Jesús dijo que debíamos buscar el último lugar en el banquete. Para los contemporáneos de Jesús, Nazaret era el último lugar, aquel donde nadie quería vivir. Hasta Natanael pregunta: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?». La respuesta es lapidaria: es Jesús quien viene de Nazaret.

      Suelo decir que la pobreza no siempre lleva al amor, pero el amor lleva siempre a la pobreza –hacerse pobre para bien de aquellos a quienes se ama es la kénosis de Cristo, que se vació de sí mismo y tomó la condición de esclavo–.

      Los apóstoles abandonaron pescas milagrosas para seguir a Jesús. El amor lleva a la pobreza, a la renuncia, al sacrificio.

      Nazaret también significa esa hospitalidad donde es acogido el extranjero, donde se practica aquello que