Camilo Chacón Sartori

Mentes geniales. La vida y obra de 12 grandes informáticos


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avances gracias a la neurociencia cognitiva, todavía hay muchas preguntas por responder. ¿Será, acaso, el ordenador la respuesta? ¿La que pueda desvelar los grandes misterios del cerebro? Aún no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que el uso de ordenadores ha sido una pieza decisiva en todos los avances de las demás ciencias e ingenierías. La velocidad de computación ha sido un aspecto fundamental a la hora de acelerar muchos experimentos, lo que, llevado a otras áreas, se traduce en nuevos logros.

      En 1950, Turing publicó un artículo titulado «Computing machinery and intelligence» (en español, «¿Puede pensar una máquina?») en la revista Mind que hasta el día de hoy tiene una enorme influencia. En él se puede ver a un hombre preocupado por su tiempo y por lo que los ordenadores podrían lograr en el futuro. Menciona —de manera informal— cómo podríamos saber que un ordenador ha alcanzado la inteligencia humana. Para ello, idea un experimento que se conoce como el juego de la imitación o simplemente como prueba de Turing.

      En este legendario artículo, Turing termina diciendo algo premonitorio, pues muchas de las cosas que nombra ya han sido logradas en algunos casos. Primero, Turing hace referencia a que las máquinas competirán en todos los campos puramente intelectuales del hombre, a saber, cuestiones específicas, por ejemplo, jugar al ajedrez y otras actividades lógicas. Segundo, avanza que las máquinas podrán comenzar a entender el lenguaje natural. Y finalmente, apunta a que un día las máquinas adquirirán la capacidad de detectar objetos al igual que lo hace un niño que va descubriendo el mundo (Turing, «¿Puede pensar una máquina?», 1950).

      1.5 EL JUEGO DE LA IMITACIÓN

      El juego de la imitación presentado por Turing (véase la figura 3) se puede describir así: supongamos que existen tres personas, A, B y C. La primera (A) es un hombre; B, una mujer; y C es un interrogador de cualquier sexo. Entonces C permanece en una habitación separada de ambos. El objetivo del interrogador es determinar cuál de los dos es hombre y cuál es mujer. Así, podría decir el interrogador: «X es A, Y es B» o a la inversa: «Y es A, X es B». Turing nos da un ejemplo:

      Dice C: ¿Podría X decirme la longitud de su pelo? Supongamos que X es en realidad A, entonces A debe responder. El objetivo de A en el juego es intentar que C se equivoque en la identificación. Por lo tanto, su respuesta podría ser:

      «Mi pelo es ondulado y los mechones más largos miden unos 20 centímetros».

      Para que los tonos de voz no ayuden al interrogador, las respuestas deben ser escritas. Lo ideal es disponer de un ordenador que comunique las dos salas. Como alternativa, un intermediario puede repetir la pregunta y las respuestas. El objetivo del juego para el tercer jugador (B) es ayudar al interrogador. La mejor estrategia para ella es probablemente dar respuestas sinceras. Puede añadir a sus respuestas cosas como «yo soy la mujer, no le hagas caso», pero no servirá de nada, ya que el hombre puede hacer comentarios similares.

      Ahora nos preguntamos: «¿Qué pasará cuando una máquina tome el papel de A en este juego?» ¿Fallará el interrogador con la misma frecuencia cuando el juego se desarrolle como el ejemplo del hombre y la mujer? Estas preguntas sustituyen a la original, «¿pueden pensar las máquinas?» (Turing A., ¿Puede pensar una máquina?, 1950, págs. 23-25).

      Dicho en otras palabras: ¿puede una persona detectar a través de una conversación por chat cuándo se encuentra hablando con un humano o con una máquina?, ¿puede una máquina engañarlo?, ¿qué preguntas debería hacer la persona para detectar que está conversando con un humano? Todas estas cuestiones plantean un reto al juego de la imitación. Un interesante experimento mental que, hasta nuestros días, se mantiene en discusión por las repercusiones que puede tener en la filosofía de la mente y en la inteligencia artificial.

Illustration

      Ahora bien, esta prueba ideada por Turing presenta varias debilidades, pues no sabemos realmente qué preguntas nos pueden ayudar a discriminar si la entidad con la cual chateamos es una persona o una máquina. Más bien, los ejemplos que da Turing son muy generales y podrían interpretarse de muchas formas. Por ello, no es extraño ver cada cierto tiempo personas que dicen haber «pasado la prueba de Turing», pero, por la misma definición (no formal) que dio Turing, parece improbable que sea cierto. Se mantiene la duda, pues, ¿en qué momento podemos estar seguros de que hablamos con un humano y no con una máquina? Es una pregunta abierta.

      Sin embargo, desde su publicación han surgido variadas mejoras a esta prueba e, incluso, otros tipos de pruebas que buscan rebatir la prueba de Turing intentando demostrar que el pensamiento humano no puede ser computarizado (a saber, «la habitación china» de John Searle).

      1.6 MUERTE Y LEGADO

      Turing fue arrestado en 1952 luego de informar a la Policía de una relación homosexual. Y es que por aquellos años en el Reino Unido tener una relación homosexual estaba penado por ley. Así lo explican algunos de sus biógrafos: «Acudió a la Policía [Turing] porque lo habían amenazado con un chantaje. Fue juzgado como homosexual el 31 de marzo de 1952, sin ofrecer ninguna defensa. Declarado culpable, se le dio la alternativa de ir a la cárcel o recibir inyecciones de estrógenos durante un año. Aceptó esta última y volvió a dedicarse a una amplia gama de actividades académicas» (O’Connor y Robertson, 2003).

      Esas actividades académicas consistían en sus trabajos sobre reacciones químicas, las cuales también lo habían entusiasmado; era de esperar que nunca lo pudiese superar, pues dos años después murió por un envenenamiento por cianuro de potasio mientras trabajaba en algunos experimentos de electrólisis. Como se indica: «El cianuro se encontró en una manzana a medio comer a su lado. Una investigación concluyó que se lo había autoadministrado, pero su madre siempre mantuvo que fue un accidente» (O’Connor y Robertson, 2003).

      La relación de su familia hacia Alan Turing no fue fácil, pues, para ellos, él era muy distinto y le costaba aceptar las normas sociales. John Turing, al contrario de su madre, parece convencido de que fue un suicidio (según él producto de su largo estrés en su periodo de trabajo en Bletchley), y relata que la hipótesis de su madre es infundada (Turing S. , 2018).

      Sea cual fuera la situación, la vida de Turing, aunque corta, fue fructífera, creativa, innovadora en todos los sentidos de la palabra. Una mente brillante que pudo crear todo un nuevo campo de estudio, que, si no hubiera sido por él, habría tardado muchos años más en surgir. Sin contar las innumerables vidas que salvó gracias a sus