Ana Cabana Iglesia

La derrota de lo épico


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teórico presenta dos grandes riesgos en los que pretendemos no caer en nuestro análisis. Por un lado, su proximidad a afirmaciones esencialistas. Esto provoca percepciones equívocas, como la homogeneidad y la intemporalidad de los campesinos y de sus características definitorias en cuanto al comportamiento por encima de estructuras sociales y políticas, por lo que debe contrarrestarse a partir de poner en valor el contexto temporal y espacial en el que se estudian dichas resistencias cotidianas.7 Por otro, su potencial para hacer olvidar que la resistencia cotidiana es una opción para encauzar el descontento y la protesta de las clases subalternas, no «la opción» (Gutmann, 1993; Fox y Stran, 1997).8 Nosotros en ningún caso menospreciamos otras formas de protesta, ni mucho menos las actitudes sociales, que entendemos se compaginan, en el sujeto y en el tiempo, con las resistencias cotidianas, las actitudes de consentimiento, objetos de nuestro interés en otros trabajos.9

      Al analizar las diferentes formas de resistencia civil o, lo que es lo mismo, los diversos recursos puestos en práctica por parte de la población rural gallega para enfrentarse a la hegemonía impuesta por el régimen franquista en sus primeras dos décadas de vigencia, se nos plantea una serie de desafíos. Uno de ellos está en la definición y precisión de la propia noción de resistencia. El marco conceptual debe responder a una dimensión histórica, pero también a la renovación y a la inestabilidad de muchas de las categorías para asumir su complejidad a la hora de hacer una representación de la realidad social. Tiene que ser capaz de articular y jerarquizar los diversos componentes, definir qué prácticas pueden ser caracterizadas como un comportamiento comprometido o cómo conformar la compleja imagen colectiva derivada de la aplicación de este modelo analítico que no implica una versión de orden cuantitativo. Los nuevos aportes sobre el estudio de la «resistencia», amén de reflejar el debate historiográfico generado alrededor de la propia categoría del objeto, requieren el desarrollo de un análisis de corte interpretativo, concebido como una contribución al replanteamiento de la resistencia durante el periodo franquista en el agro gallego. El «pueblo» difícilmente es una masa monolítica y es, precisamente, la relación entre la política y las masas lo que requiere ser examinado, no presupuesto. La hegemonía del Estado franquista no fue absoluta, los más débiles socialmente no aceptaron con sumisión la ideología de los ganadores de la Guerra Civil ni se sometieron mansamente a la autoridad. La normalidad y cotidianidad de las manifestaciones de indisciplina e indocilidad tornan significativas este tipo de prácticas. La amplitud de la resistencia no debe ser subestimada: la indiferencia ideológica y la apatía son factores que afectan a la capacidad combativa, al potencial productivo y a la tan anhelada «paz social» de los sublevados.

      La comprobación de la rigidez del concepto tradicional de «resistencia» para ir más allá de actuaciones políticas y organizadas, unida o paralela al interés suscitado en las diferentes historiografías europeas por conocer más en profundidad las actitudes de la población que vivió bajo los regímenes fascistas o fascistizados, ha generado una fructífera discusión sobre la cuestión de la resistencia que ha influido también en uno de los espacios de investigación que más interés aglutina actualmente, el de la resistencia a los regímenes fascistas europeos.

      La vigencia de dicho significado y de los estudios a los que da lugar es evidente, pero, a pesar de su innegable pertinencia, esta acepción se muestra insuficiente para dar cuenta del conjunto de actitudes ejemplificadoras de la «no adhesión» a los regímenes políticos fascistas o análogos. La imagen que la aplicación de la categoría de «resistencia» en su sentido más clásico devuelve es la de un grupo poco numeroso y muy concreto de personas inmersas en una lucha clandestina, armada o no; la de agentes secretos; la de cuadros políticos opositores tejiendo actuaciones de sabotaje contra el gobierno opresor y colaborando con el personal en el exilio; la de asesinatos políticos y semejantes. Es, pues, el reflejo de la historia y de la memoria de una minoría, de un pequeño grupo que nunca supera el 1% de la población en los países en los que se estudia, que se enfrentaron organizadamente y/o de forma armada al fascismo, que actuaron, en fin, como verdaderos «héroes» (Lüdtke, 1995).

      No hubo «resistencia organizada» contra el nazismo en Alemania, sentenciaba Dietrich Orlow, «solo se oyó algún que otro gruñido desorganizado» (Orlow, 1973: 24). Pero el estudio de esos «gruñidos desorganizados», de los «grados de ineficacia del régimen» (Hough y Fainsond, 1979), ha pasado a congregar el interés de toda una serie de investigadores interesados por el análisis de las actitudes sociales de estas sociedades. Porque la población no se divide en opositores y colaboradores. Las líneas de ruptura son mucho más sutiles. La naturaleza compleja de los regímenes políticos autoritarios produce un amplio y variado abanico de formas de resistencia y, si se acepta que esta no es el resultado de una decisión estática sino de un proceso, desarrollado en respuesta a diferentes circunstancias, es posible comprender la diversidad de naturalezas,