Ana Cabana Iglesia

La derrota de lo épico


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se encargan de diferenciar. Resistir tiene como una de sus primeras acepciones «durar, no haberse destruido, muerto o inutilizado una cosa o persona pese al paso del tiempo o de otras causas destructoras», junto a «aguantar, sufrir, soportar, mantenerse con sufrimiento o molestia sin sucumbir o sin pronunciarse o sin procurar ponerle término». En cambio, por oponerse se entiende «plantar cara, afrontar, argüir, presentar batalla, hacer la contra, contradecir, contraponer, desaprobar, enfrentarse, frenar, impedir, interponerse, interferir, ir contra, luchar, obstaculizar, refutar» (Moliner, 1998). El salto cualitativo es evidente, pero la grandiosidad de una realidad no puede ser óbice para el estudio de la otra.

      Así pues, el término resistencia durante el franquismo debe –o quizá solo pueda– seguir vinculado a la actividad política y organizada de determinados grupos antifranquistas. Sin embargo, en nuestra opinión, también debe emplearse para definir otra realidad, la de las actividades que denotan ausencia de consentimiento con el régimen o sus actuaciones y que son actividades más simples, más mundanas, si se quiere, hechos aislados que frustraban a la dictadura en algún ámbito. Estos actos quedan en la categoría de conflicto cuando se activan contra un régimen político democrático, pero bajo un régimen como el franquista (o como el III Reich, el fascismo italiano o el salazarismo) parece legitimada la opinión de conceptuarlos como resistencia civil. Como J. Stephenson señala, donde el conflicto no puede ser expresado abiertamente, sin miedo a las consecuencias, es donde la población entiende que estos sentimientos de desacuerdo son peligrosos para su posición y, por tanto, «cada acto de disidencia alcanza la condición de resistencia para el orden existente» (Stephenson, 1990: 351).