AAVV

Jesús Martínez Guerricabeitia: coleccionista y mecenas


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cansó. El 21 de abril de 1949, da cuenta a Francisco Rivas –a quien me referiré enseguida– del inminente cierre del almacén ante la crisis de ventas y las dificultades económicas de su patrón, quien, pese a que se dispone a despedir a la mayor parte del personal, le pide que continúe con él en algún nuevo proyecto. Pero Jesús Martínez se inclina por «no seguir perdiendo el tiempo»106 y, prácticamente en vísperas de su boda, confirma a su hermano que se ha quedado sin empleo «en el almacén del Figueróptero» (por Figueres):

      Aunque Piris se quede con esto, que todavía está la pelota en el tejado, no pienso quedarme con él, pues mi nombre ya es algo [...]. Yo solito vendiendo mis cosas y con el apoyo de Rivas que no me falta, procuraré sacarme el sueldo. Ahora estoy aquí esperando que Figueres se presente para ver de qué manera me plantea las cosas, pues por otra parte disfruto viendo las evoluciones de los hombres y esos asuntos me dan gusto [...]. Creo que aún le sacaré algo por la mediación de D. Tomás [Guarinos], aunque mi interés máximo está en no rozarme más con él.107

      Jesús, haciendo como siempre de la necesidad virtud, se siente con fuerzas para volar solo en los negocios. Poco más de un mes después de su matrimonio, comunica a su hermano su nueva situación: «Ahora trabajo solo por mi cuenta y soy libre, cosa que siempre satisface aunque no gane mucho». Y es que la cosa aún no anda todavía rodada y su economía no está exenta de apuros:

      Visito mis clientes, trabajo en mi despacho, compro y vendo. Y por las tardes trabajo en casa de Crespo, en la publicidad, donde creo sacaré una pequeña tajadita al final de la Campaña de Calendarios de Fútbol, pues hasta ahora no saco sueldo. Creo que por lo menos mil duritos a poco bien que vaya la cosa los sacaré. Como en casa vivimos modestamente, y Carmen, pese a ciertos cuidados de madre, se administra como una hormiga y ha logrado ser buena ama de casa, y además no tenemos atrasos, pues ya te explicaba cómo está la situación del piso, del cual debemos sólo 6.000 pesetas para pagar en diciembre, la cosa la podremos resistir.108

      No descarta, con todo, la posibilidad de emigrar a América, pues el negocio en que Jesús intenta situarse pasa por dificultades al final de la década de los cuarenta. El cuero para el calzado escasea y su precio sube de un día para otro (entre 1946 y 1948 se multiplica casi por diez). Sin embargo, el precio del calzado experimenta un incremento mucho más moderado, lo que hace muy difícil despachar el material con un margen de beneficio. Además, el mercado estaba severamente regulado y las importaciones se veían muy racionadas. Pero él no es ya un neófito en estos menesteres. Y se va a valer, como siempre, de su extraordinaria capacidad de adaptación. Y es que, por algunas cartas conservadas en su archivo, sabemos que esta actividad independiente había comenzado antes, realizando trabajos particulares todavía siendo asalariado. Así lo confirma su correspondencia con Francisco Rivas Rubio, un almacenista de curtidos y suelas troqueladas de Elda (Alicante) con quien entra en contacto en el almacén de la calle Lepanto, para quien realiza gestiones bancarias y que le suministra pedidos de piel para vender por su cuenta desde, al menos, marzo de 1948.109 En los años siguientes otros fabricantes de calzado de Elda (Elías Jover Sánchez, Francisco Rivas, Juan Hernández...) o de Lorca (Pedro López García) le proveerán igualmente de género para distribuir en Valencia y ciudades limítrofes, como Torrente e, incluso, Castellón. En poco tiempo, poniendo de nuevo a prueba su tesón de autoaprendizaje y zahorí de experiencias, ha pasado de mero administrativo o contable a «representante» de pequeños empresarios que comercian con género de piel y para quienes recaba pedidos, convirtiéndose finalmente él mismo en proveedor, al por mayor, de otros fabricantes. Para ello ya había alquilado en 1949 un pequeño local, se había comprado una bicicleta para desplazarse y contrata a un joven ayudante que se encarga de recoger el género enviado por sus proveedores mediante empresas de transporte y expedirlo a sus propios clientes. En noviembre de 1950 Jesús escribe a su hermano, con indisimulado orgullo, haber obtenido en quince meses de actividad «una ganancia de alrededor de quince mil duros, de los cuales he comido, he pagado el sueldo de Pepito (600), póliza, las deudas que tengo, etc., etc. Como verás no es mala cifra si la gente pagara».110 Jesús Martínez se gana pronto una justificada imagen de seriedad, sobre todo con sus clientes preferentes –almacenes al por mayor pero también pequeños talleres–, a los que oferta el material adecuado para su especialidad de fabricación. Así, no solo trató con pieles, sino también con lona para alpargatas, entonces una industria muy afincada en la Comunidad Valenciana. Y es así, ganándose con disciplina y dedicación una ajustada cartera de clientes, adaptando sus ganancias al beneficio que podía obtenerse en una economía deprimida y una industria como la del zapato, que había vuelto a una tradición de talleres artesanales, como Jesús Martínez Guerricabeitia logra una razonable holgura económica, no exenta de incertidumbres o inseguridades.

      Con la larga crisis económica, escasean los compradores y se acentúa uno de los problemas que habían ensombrecido desde el principio su incipiente empresa: los impagados.111 Pese a que en 1950, como vimos, hacía balance de unas buenas ganancias, no todos los clientes pagan y ha ido acumulado 25.000 pesetas de deudas incobrables: «No por esto es mala la cosa el negocio de curtidos –escribe a su hermano– pero así no quiero seguir trabajando. Hace dos meses que terminé de comprar y vender, y ahora estoy liquidando cuentas, y liquidando las pocas existencias que me quedan». Se ha de valer de su astucia y perseverancia –olvidándose de miramientos y prejuicios– para cobrar algunas cuentas: «Hay que enseñar los dientes o de lo contrario la gente te arrolla».112 Pero no lo consigue en otros casos. Casi tres años después escribe a un amigo:

      Por lo menos nos pasamos dos años muy buenos después de casados en ésa, que sólo enturbiaron los quebrados y fallidos de mi negocio, que si me descuido me dejan casi en la calle. Por fortuna nos retiramos a tiempo, y por lo que después me han contado algunos de ahí, en sus cartas, no lo lamento.113

      Se trata de una carta escrita desde Barranquilla (Colombia) en 1953. De modo que aquella idea de emigrar sugerida a su hermano en 1949, se ha materializado. Es cierto que le empujan a ello los «quebrantos y fallidos» del negocio al que se lanzó con entusiasmo desde 1948, y que iba a dejar tras sí más de 35.000 pesetas de clientes fugados.114 Pero también lo es que su experiencia en el sector del calzado le supuso un eficaz entrenamiento para sus siguientes etapas vitales: la gestión económica y contable le ha convertido en un hábil administrador, y su trato directo con proveedores y clientes, en un desenvuelto vendedor que sabe sacar beneficio de sus productos. Y además, el poder comunicarse en inglés lo faculta para el comercio internacional. Tal disposición y su insobornable ética de trabajo es la imagen que de él guardarían aquellos con los que se había relacionado durante algunos años: «Yo estaba seguro –le dirá en 1953 Francisco Rivas Rubio– [que se abriría camino] dadas sus condiciones de buen trabajador, inteligente y sobre todo honrado y sabía que Vd., con más o menos dificultades saldría adelante en su empeño».115 Jesús Martínez Guerricabeitia cerraba una puerta y abría otra.

      Y ya no lo hace solo presionado por las circunstancias, sino movido por la ambición de prosperar, de probarse a sí mismo y demostrar su valía. En medio de las dificultades de la posguerra ha saneado su economía, montado una casa y vivido con cierta comodidad. Ha logrado una posición desde la que asegurarse una vida tranquila y un claro porvenir en el ramo del calzado. Pero el llegar «al final de mi tiempo hábil con un almacén, una fabriquita, una casita o dos» ya no es el único horizonte apetecido.116 Como ya pensaba en 1949: «Vivir se vive, pero [...] me gustaría alcanzar un estadio económico más elevado que el actual, y la marcha que llevo no es para conseguirlo».117 Quiere aprovechar sus años jóvenes para forjar otra vida en otras latitudes, «pues no quiero vivir con el tormento de sueños que no he probado a realizar».118 De este modo, se sintetizan las motivaciones de su emigración a América en 1951: la legítima ambición de mayor prosperidad, dar una oportunidad a los proyectos que nunca había tenido la oportunidad de realizar y, desde luego, el vivo deseo de abandonar el ambiente hostil que la posguerra había procurado a su familia y su ilusión de reunirla de nuevo en un entorno de mayor esperanza. Un anhelo que había confiado a su hermano José en 1949: «Claro que lo ideal sería estar todos juntos ahí, o en una república suramericana, hacia donde voy a hacer gestiones y preparar si es posible la documentación, para ver si con el