AAVV

Clima, naturaleza y desastre


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no habría llegado a buen fin. Por ello, al margen de recordar que las tareas de investigación desarrolladas a lo largo de los tres últimos años han sido posibles gracias a la concesión por parte del antiguo Ministerio de Ciencia e Innovación de un proyecto dentro del Plan Nacional de Investigación de I+D+I, quiero agradecer la ayuda que desde los vicerrectorados de Investigación y de Extensión Universitaria de la Universidad de Alicante hemos recibido para poder completar nuestras actividades y darles una adecuada difusión. En última instancia, quiero dejar constancia expresa de nuestro reconocimiento a Publicacions de la Universitat de València, personificado en su editora Maite Simón, pues desde el primer momento acogieron con entusiasmo e interés este libro y, con su reconocida profesionalidad, lo han hecho realidad. En estos tiempos difíciles que corren, sin la complicidad y ayuda de editoriales universitarias como PUV, resultaría harto difícil hacer llegar a los círculos académicos interesados y a la sociedad en su conjunto algunos de los resultados de años de investigación.

       Alicante, diciembre de 2012

      Notes

      1. A. Alberola Romá: «No puedo sujetar la pluma de puro frío, porque son extremados los yelos: el clima en la España de los reinados de Felipe V y Fernando VI a través de la correspondencia de algunos ilustrados», Investigaciones Geográficas, 49 (2009), pp. 65-88.

      2. IX Seminario Historia y Clima: Clima, Naturaleza, riesgo y desastre. Contribuciones recientes y propuestas de estudio para la España de los siglos XVI al XIX, Universidad de Alicante, 7-9 de mayo de 2012.

      EL CLIMA EN LA CORRESPONDENCIA

      DE CARLOS III (1759-1765)

      CARTAS A FELIPE DE PARMA Y BERNARDO TANUCCI

       Cayetano Mas Galvañ

      Universidad de Alicante

      INTRODUCCIÓN

      La importancia de los epistolarios no necesita de ponderación entre los historiadores. Sin embargo, en España su explotación como fuente de datos climáticos (proxy-data) apenas acaba de iniciarse: aunque era sabido que proporcionaban informaciones de este tipo, generalmente quedaban orilladas en estudios que tenían otro centro de interés. De ahí la importancia de ir revisando los epistolarios conocidos, incorporando otros nuevos, y sobre todo, de desarrollar métodos adecuados para su explotación e interpretación como recurso en la investigación de la historia del clima.1

      Ya sus biógrafos ochocentistas (Ferrer del Río, Danvila y Collado...)2 pusieron de manifiesto que la amplia correspondencia generada por Carlos III a lo largo de su vida resultaba imprescindible para establecer un perfil bien fundado del monarca.3 Dos de estos epistolarios han llamado especialmente nuestra atención. Por una parte, era conocida la existencia de las cartas enviadas por D. Carlos a Bernardo Tanucci, a la sazón en Nápoles, entre 1759 y 1783, de las cuales se ha publicado una pequeña porción: la comprendida entre 1759 y 1763.4 Totalmente ignoradas, sin embargo, permanecían las cartas que obran en el Archivio di Stato di Parma, correspondientes a la correspondencia enviada, entre 1759 y 1765, por Carlos III a su hermano Felipe, por entonces titular de aquel ducado cisalpino; es decir desde la llegada del primero a España para hacerse cargo de la corona, hasta poco antes de la muerte del segundo.5

      Como veremos, se trata de epistolarios muy estrechamente relacionados, incluso redactados de forma simultánea, y que por encima de sus diversos matices y naturaleza intrínseca (amistoso y más político el primero; esencialmente familiar el segundo), presentan una característica en común: redactadas las cartas puntualmente cada semana, D. Carlos –debido a su afición cinegética, que le ponía en constante contacto con la Naturaleza– acostumbraba a indicar a su interlocutor cuál era el tiempo reinante en cada uno de los Reales Sitios donde se hallaba en el momento de escribirlas. Disponemos así, a través de un observador atento y cualificado, de una serie que –sin ser científica– por su extensión y regularidad resulta de un interés excepcional. Es más, en lo que se refiere a las cartas enviadas a su hermano, D. Carlos acostumbraba a acusar recibo del tiempo que aquél le había comunicado que hacía en Parma, con lo cual aporta también unos datos de interés –aunque indirectos– acerca del tiempo en aquellas tierras.

      Como quiera que el epistolario completo con Tanucci sólo ha sido publicado parcialmente y está pendiente de un estudio completo y detenido, el presente trabajo tiene como objeto analizar las informaciones meteorológicas contenidas en las cartas de Carlos III a su hermano D. Felipe entre 1759 y 1765 (el fondo de Parma), utilizando sólo como fuente complementaria las cartas a Tanucci ya publicadas. Se describen igualmente las características de la fuente y las cuestiones metodológicas relacionadas con su explotación.

      CARACTERÍSTICAS DE LA FUENTE DOCUMENTAL

      El epistolario entre Carlos III y Felipe de Parma consta de un total de 222 cartas, escritas entre el 17 de octubre de 1759 y el 2 de abril de 1765. Por lo que hace a las cartas enviadas a Tanucci, las publicadas suman 167 hasta el 28 de junio de 1763, sobre un conjunto aproximado de 1.200.6 La correspondencia con este último, por tanto, no sólo es más abundante en cifras absolutas, sino que hasta dicho año 1763, las que tienen Nápoles como destino nos proporcionan información sobre 31 semanas en las que, o no hubo carta a D. Felipe, o se ha perdido.7 Carlos III databa siempre los martes,8 desde los distintos Reales Sitios donde a la sazón se hallaba la corte, las cartas que en perfecto –y en ocasiones castizo– castellano, enviaba a ambos destinos. Este hecho evidencia que ambas series iban siendo redactadas sin solución de continuidad, como se desprende no sólo de la fecha, sino de la similitud de contenidos. Bien es verdad que las dedicadas a Tanucci tienen mayor extensión (unas 8 páginas por término medio9) que las enviadas a D. Felipe (que muy raramente sobrepasan las 4 páginas): ello explica en parte que las del primero, amén de más densas, resulten menos ordenadas y de redacción más apresurada que las del segundo.10

      De lo que acabamos de apuntar, y de la propia lectura de las epístolas a D. Felipe se intuye que se produjo alguna pérdida documental en los legajos parmesanos. Esta impresión queda muy reforzada gracias a las cartas a Tanucci, que por así decirlo, representan la serie completa: estando encuadernadas en sucesivos libros a razón de aproximadamente uno por semestre, adquirimos plena conciencia de que D. Carlos escribía semanalmente a Tanucci, y muy probablemente también a su hermano. Son esas posibles pérdidas las que explicarían las irregularidades en la distribución temporal de las conservadas en Parma. Así, las 11 primeras corresponden al periodo que media entre la llegada de D. Carlos y el fin de 1759; 47 fueron escritas en 1760; 37 en 1761, 49 en 1762; 35 en 1763; 34 en 1764; y 9 en los primeros meses de 1765. Afortunadamente, 1762 es el año más completo, lo que nos permite salvar los inconvenientes que podría haber producido la referida pérdida de las expedidas a Tanucci en el primer semestre de ese año. Siempre –salvo las contadas ocasiones en las que no las tenía ante sus ojos por el retraso de los correos– el rey acusaba recibo y efectuaba breves alusiones al contenido de las cartas que ambos corresponsales le iban remitiendo. En el caso de D. Felipe, sus cartas llegaban regularmente datadas tres domingos antes del día de la contestación; es decir, que la dilación habitual en la respuesta de Carlos a Felipe era de 16 días, con lo que podemos contar que se necesitaba en torno a un mes para que el emisor de una carta tuviese en sus manos la respuesta.11 Por lo que hace a Tanucci, sus cartas tardaban en llegar habitualmente cinco días más que las de Parma.

      El profesor M. Barrio efectuó una descripción de los grandes temas abordados en las cartas a Tanucci que, con los matices del caso, resulta de aplicación para las cartas a D. Felipe. De acuerdo con el carácter de éstas, destaca en primer lugar todo lo relacionado con la vida familiar (estado de salud y enfermedades, matrimonios, defunciones...). Prácticamente, toda la familia desfila por las páginas de la correspondencia, y de ello podemos extraer algunas claras impresiones respecto del carácter del propio rey, así como de sus relaciones con sus más directos familiares. Las cartas manejadas no desmienten la imagen de un Carlos III metódico y de invariables costumbres, apasionado de la caza hasta lo increíble pero consciente cumplidor de sus responsabilidades de gobierno, muy piadoso pero firme defensor de la dignidad regia.