hecho, la máscara de las fórmulas epistolares (quizá más empleada con D. Felipe que con Tanucci y sólo abandonada en situaciones excepcionales, como las de la muerte de sus respectivas esposas), no oculta sino que incluso potencia la figura de un hombre sinceramente afectuoso y preocupado por los suyos, pero que ejerce firmemente ante todos ellos (hijos, hermanos y sobrinos) su papel de cabeza y padre; un papel que tan solo cede –apenas lo necesario– ante la absoluta adoración que sentía por su venerada madre y señora, según los términos con los que invariablemente la menciona, y a la que no dejaba de visitar a diario. A fin de cuentas, cómo él mismo decía, a doña Isabel de Farnesio «después de Dios la devo todo».13 Esa actitud profundamente paternalista es muy evidente y se acrecienta en especial en la relación con su hermano Felipe. Hombre de carácter más débil, al frente de un Estado que necesitaba del constante apoyo de España y de la Casa de Borbón, la política de D. Felipe estaba evidentemente tutelada bajo la atenta mirada de Carlos III... y de la reina madre, que en todo lo relativo a Parma respaldaba, por supuesto, a su primogénito. A fin de cuentas, la correspondencia es familiar, pero el principal asunto que inspira estas cartas, amén de la perpetuación biológica, consiste en la conservación de sus dominios italianos. Por supuesto, la reina doña María Amalia ocupa también su lugar, mencionada sobre todo en lo referente a su delicada salud, hasta que su inminente muerte es comunicada a D. Felipe en una breve pero muy emotiva carta.14 No faltan las referencias a algunos otros hermanos: en concreto a D. Luis, por estos años compañero permanente de las cacerías de D. Carlos; y a doña María Antonia, esposa del rey de Cerdeña y por tanto duquesa de Saboya. Como es natural, también se menciona a los hijos de D. Carlos y D. Felipe, sobre todo al príncipe de Asturias y a María Luisa, cuyo proyecto de matrimonio está claramente dibujado en la correspondencia.15 De hecho, una vez se hizo público el compromiso, los preparativos de la boda (comenzando por el intercambio de retratos de los novios) acapararán cientos de renglones, muchos de ellos de una ñoñería sonrojante. Las menciones a la esposa de D. Felipe, sin embargo, son muy escasas dado que falleció el 6 de diciembre de 1759. También se alude a doña Isabel, la hija mayor de D. Felipe y esposa del entonces archiduque de Austria (futuro emperador José II), tanto por su boda como por su óbito ocurrido en noviembre de 1763.
Al hablar de la familia, no podemos olvidar a la rama francesa, con nuestro primo el rey a la cabeza, tratamiento con el que invariablemente se refiere a Luis XV. D. Carlos distaba de confiar en él, no tanto por la persona del Rey Cristianísimo, como por la influencia que juzgaba tenían sobre él sus ministros, con Choiseul a la cabeza.16 Por supuesto, no son los únicos personajes que aparecen en la correspondencia. Los propios ministros y estadistas (Wall y Grimaldi en España,17 Du Tillot en Parma y Tanucci en Nápoles), entre otros, así como una nutrida lista de embajadores y representantes políticos de todo tipo tienen también su mayor o menor plaza, sobre todo en la correspondencia con Tanucci. Lo que cabe resaltar, en cualquier caso, es que todas estas cartas ponen de manifiesto la –por otra parte bien conocida– existencia de otras correspondencias epistolares paralelas entre dichos ministros cruzadas de orden de sus respectivos señores. La existencia de este «segundo nivel» explica que en materia de ejecución de órdenes y actuaciones concretas, unas cartas como las de Carlos III a su hermano sean –con bastante más frecuencia de la que el lector desearía– poco concretas en múltiples asuntos, tanto como abundantes en sobreentendidos y remisiones a esas otras cartas: si queremos conocer a Carlos III, hemos de estudiar a fondo –en esta época– las cartas de Wall o de Grimaldi.
Esto vale especialmente para los grandes asuntos políticos de la época. Como se ha dicho, el eje central de las cartas no es otro que asegurar las posesiones borbónicas en el marco de las complejidades de la política italiana y europea. En este sentido, quizá fueron las amenazas que pesaban sobre el ducado de Piacenza (parte integrante de los dominios de D. Felipe) las que más esfuerzos requirieron hasta 1763. Ya hace bastantes años que el profesor Palacio Atard –sin hacer uso de la documentación que estamos utilizando– se ocupó de estudiar la cuestión con detenimiento.18 Tuvo Carlos III que emplearse a fondo ante las reclamaciones del rey de Cerdeña sobre este territorio, lo que le exigió jugar con las veleidades de las distintas potencias y en particular con las dobleces de la posición francesa. Y para lograr tal fin, D. Carlos reclamó de su hermano una entrega absoluta y terminante, que le facilitase el entero ejercicio de la tutela sobre la posición de Parma en el concierto internacional. Es un concepto que el rey repite hasta la saciedad de diversas formas: en ocasiones con notables enfados,19 por lo general con suavidad y fórmulas bastante gráficas («como se dize aquí échame las cabras a mí, pues yo me las veré con ellos»20). El asunto se vino a resolver definitivamente, y de manera favorable para los intereses borbónicos, mediado el año 1763.21 Por otro lado, en este periodo inicial del reinado carolino las cuestiones relativas al regalismo reformista se hacen más notables en la correspondencia con Tanucci, tal como destacó M. Barrio;22 en cuanto a Parma, aunque aún están lejos de alcanzarse las cotas causadas por el famoso Monitorio –muerto ya D. Felipe–, sobran las alusiones a las dificultades que ya se estaban experimentado con Roma, si bien ninguno de los corresponsales parece conceder excesiva urgencia a estos problemas.23
El otro gran bloque de asuntos de naturaleza política internacional que aparece en las cartas es, sin duda, el relacionado con la Guerra de los Siete Años, la firma del Tercer Pacto de Familia, la entrada de España en el conflicto, las operaciones militares subsiguientes y la consecución de la paz. Por lo que hace a la correspondencia de Parma,24 sorprende que antes de comenzada –y aun después– las noticias de la guerra, tanto europeas como de ultramar, lleguen por lo corriente a ambos corresponsales a través de las gacetas europeas, razón por la cuál raramente las comentan, pues dan por entendido que el receptor de la carta ya las sabría por dicho conducto. Pero no por sabido, se nos hace menos sorprendente que, por ejemplo, Carlos III espere enterarse de lo sucedido en La Habana y Manila a través de fuentes inglesas y no propias... De hecho, las noticias de las colonias, adversas o favorables, llegaron siempre con el suficiente retraso como para resultar poco significativas: de la caída de La Habana (ocurrida en junio de 1762), D. Carlos no se hace eco hasta mediados de noviembre, lo que le da pie a comunicar a su hermano en la misma carta, y primeramente, que acababan de firmarse –el día 3– los preliminares de paz;25 la caída de Manila, ocurrida en octubre, no es mencionada hasta mayo del año siguiente, cuando la Paz de París ya estaba firmada desde febrero;26 incluso la victoria conseguida con la toma de la colonia del Sacramento y la derrota de los anglo-portugueses a finales de 1762 y principios de 1763, no llegó a conocimiento del rey hasta finales de marzo, lo cual «me tiene lleno de gozo por el honor de mis Armas, pues por lo demás ya no es del caso».27 De modo, que al igual que también hiciera con Tanucci, las relaciones más detalladas en las cartas a D. Felipe son las que hace de la campaña de Portugal, aunque sólo sea por la cercanía y la inmediatez de las noticias. Los preliminares de la campaña (con el seguimiento de la actitud del rey de Portugal), su inicio en abril, las operaciones que terminaron con la toma de Almeida, los problemas por los retrasos y la lentitud del ejército, el cambio de mando de Sarria a Aranda... son prolijamente descritas por el rey en un tono no exento de cierta ingenuidad heroica. Sin embargo, determinados hechos adversos son considerados de poca relevancia (así, la pifia sobrevenida en Valencia de Alcántara28) o relatados como victorias propias (como el combate de Vila Velha).29
Por lo demás, la versión de los sucesos relatada a D. Felipe tendrá sus propios matices si se compara con la enviada a Tanucci. A modo de ejemplo: aunque ya anticipada su preparación (por someras alusiones) en correos anteriores, la noticia de la firma del Pacto de Familia es comunicada a Tanucci y Felipe de Parma el mismo día de la ratificación.30 Sabedor el rey de que Tanucci no era partidario de tal alianza familiar, apenas le había conferido un escueto espacio en sus cartas al italiano.31 Cuando éste fue informado, tampoco reflejó excesiva alegría: en efecto, se abría así la puerta a la guerra con Inglaterra, que en sus cartas a ambos de 15 de diciembre de 1761, D. Carlos manifiesta ya declarada por la parte británica. En las cartas a D. Felipe, sin embargo, las alusiones a la preparación del Pacto son frecuentes, y una vez firmado el rey no ocultaba su satisfacción considerándolo «tan útil, y necesario para todos nosotros».32
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