del ave Fénix en Egipto (Tac., Ann., VI, 28; D. C., LVIII, 27, 1),2 la curación de un ciego y un cojo por el emperador Vespasiano (Tac., Hist., IV, 81; Suet., Vesp., VII, 2), el coito de una mujer con una serpiente (Suet., Aug., XCIV, 4, para Augusto; Liv., XXVI, 19, 7, para Escipión), las palabras pronunciadas por una corneja (Suet., Dom., XXIII, 2), las lluvias de sangre, leche, piedras ardiendo u otros objetos (Liv., XXII, 1, 9; XXV, 7, 7; XXXIV, 45, 6-7; XXXIX, 46, 5; etc.), jalonan constantemente las biografías de los personajes históricos, la descripción táctica de una batalla, las maniobras políticas de un grupo o el análisis de las instituciones públicas romanas, hasta producir una simbiosis que nos obliga a preguntarnos cómo e incluso por qué los autores clásicos podían conciliar un espíritu crítico próximo a nuestra racionalidad con las creencias más extrañas e increíbles.
Las teorías que hasta el momento han intentado explicar la presencia de estos relatos maravillosos en la obra histórica se mueven entre aquéllas que los consideran un simple recurso de embellecimiento literario, capaz de mantener la atención del lector al introducir en la narración un elemento dramático,3 las que los califican como una técnica narrativa que la retórica suministra a los escritores para la perfecta caracterización del personaje,4 sin faltar las que los toman por un medio de mitificar la historia,5 las que los juzgan como simples reflejos lógicos de la mentalidad y creencias de la sociedad romana,6 o bien, por último, las que los creen un mero resultado del juego político-ideológico de los mismos a la hora de crear, confirmar y consagrar el carisma real de ciertos personajes entre las masas populares.7
Si bien cada una de estas hipótesis puede ser perfectamente válida para explicar el origen y el significado de alguno de estos relatos o de su presencia en autores concretos, su aplicación a otras narraciones maravillosas resulta imposible, ya que tal generalización se ve restringida por dos importantes principios metodológicos:
a) El concepto de relatos maravillosos es un gran cajón de sastre donde se incluyen narraciones de muy diversa naturaleza, procedentes de períodos históricos diferentes y transmitidos en la trama de géneros literarios distintos. No pueden ser valoradas con el mismo criterio y método historias tan dispares como, por ejemplo, las lluvias de piedras ardiendo de las que nos da cuenta Obsecuente en su colección de prodigios, las fecundaciones extraordinarias con las que Plutarco, Livio o Suetonio inician las biografías de Alejandro Magno, Escipión y Augusto, el relato de Dionisio de Halicarnaso en el que se narra cómo al fundar la ciudad de Lavinio, mientras un lobo y un águila avivaban un fuego, un zorro intentaba apagarlo, o la aparición de cometas que según Virgilio guiaron el viaje de Eneas a Italia.
b) Numerosos aspectos externos pueden alterar el primitivo sentido de un relato. Así, por ejemplo, el género literario en el que aparecen, la intencionalidad del autor que lo incluye en su obra, la versión que del mismo se presente, su inclusión en un contexto diferente o su atribución a un personaje distinto al original, o la alteración, intencionada o no, de aspectos fundamentales del relato tales como el tiempo, el espacio o los protagonistas, pueden provocar que una historia maravillosa tenga diversas lecturas o interpretaciones dependiendo del contexto, de los autores o de la época en la que aparezca.
De lo antes señalado se deduce que un tema de estudio como el de los relatos maravillosos no sólo es vasto y complejo por el gran número de casos que lo integran, sino que requiere, para que se lo comprenda en su dimensión real, recurrir a perspectivas múltiples y a ángulos de visión diversos.
Limitando la heterogeneidad e inmensidad de tal trabajo, mis últimas investigaciones se han centrado en el estudio del origen y del significado de un grupo de estos relatos maravillosos cuya unidad temática –ya percibida en la Antigüedad– viene fijada por la finalidad de los mismos: anunciar el poder soberano a una persona. Me refiero a los presagios conocidos como «de imperio» o, utilizando su denominación latina, omina imperii.
El silencio de unas ranas por orden del joven Octavio (Suet., Aug., XCIV, 7), el extraordinario crecimiento de una encina en casa de Vespasiano (Suet., Vesp., V, 2), el soñar parir serpientes de color púrpura la víspera del nacimiento de Alejandro Severo (S. H. A., Alex., XIV, 2) o el brotar de rosas de color púrpura, con olor de rosa pero con pétalos de oro tras el nacimiento de Aureliano (S. H. A., Aurelian., V, 1), forman parte de los más de doscientos omina imperii recopilados por los autores clásicos griegos y latinos relativos a la vida de treinta y ocho emperadores romanos desde Augusto a Diocleciano.8 Unos relatos que se concentran casi en su totalidad de dos obras históricas romanas, las Vidas de los doce Césares de Suetonio y los escritores de la Historia Augusta.
Los escasos estudios realizados sobre este tema son, en la mayoría de los casos, meras recopilaciones de presagios estructurados en grupos más o menos coherentes, exentos de un análisis minucioso de cada relato y circunscritos a una de las dos fuentes clásicas de donde proceden (las Vidas de los doce Césares de Suetonio o la Historia Augusta). Al mismo tiempo, la negativa valoración de ambas obras literarias, que reviste especial intensidad en el caso de la Historia Augusta, han convertido los relatos ominales allí recogidos en meros artificios vinculados a los objetivos últimos del autor del libro, por lo que nunca son valorados como aspectos independientes y con significado propio.
Ahora bien, como señalamos en un artículo de próxima aparición,9 cabe destacar una importante diferencia. Mientras que es unánime la teoría que valora los relatos procedentes de la Historia Augusta como falsificaciones carentes de valor histórico creadas por eruditos a partir de citas literarias anteriores, en el caso de la obra de Suetonio contamos con algunos trabajos en los que los omina imperii han sido valorados como elementos con valor histórico propio, lo que ha propiciado la existencia de teorías divergentes. De ahí que hayan sido interpretados como una consecuencia de la ignorancia de las leyes naturales por parte de la sociedad romana,10 como elementos de consagración del régimen del principado y legitimación del poder imperial y del príncipe reinante11 o bien como parte de un proceso deliberado de propaganda en torno al aspirante al poder imperial.12
Frente a estos planteamientos tan reduccionistas, especialmente dramático para el caso de los omina procedentes de la Historia Augusta, en El Emperador Predestinado13 ya intenté demostrar desde nuevos planteamientos metodológicos el carácter autónomo de los presagios de imperio respecto a los fines de la obra y del autor que nos los ha transmitido, defendiendo la tesis de que los omina imperii no son meras invenciones eruditas alejadas del contexto histórico en el que los sitúan sus recopiladores, sino «el reflejo popular del programa ideológico desarrollado por cada emperador romano durante su reinado». En mi opinión las manifestaciones oficiales del programa ideológico de cada emperador activarían la creación de relatos en los que recurriendo tanto a estructuras ideológicas relativas al poder,14 como a creencias populares de diversa naturaleza y a ritos cultuales y de investidura, se expresarían y difundirían unas ideas que, tal y como fueron emitidas por la propaganda oficial no podían ser bien comprendidas o no resultaban lo suficientemente atractivas para amplios grupos sociales. Pensemos en la dificultad que para un habitante medio de Siria, Egipto o Britania, con