Varias Autoras

Las trincheras de los cuidados comunitarios


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Social de la Universidad de Tarragona (Estado Español), cuya acogida fue fundamental para avanzar en la edición de este manuscrito. Una mención especial está dirigida a Dolors Comas d’Argemir i Cendra, quien no solo recibió a Herminia Gonzálvez en su casa, sino que también le abrió las puertas de su hogar, en Altafulla, convirtiéndola en un espacio fundamental de cuidado y de apoyo para la escritura. Su generosidad infinita confirma que una genealogía feminista transnacional (en este caso, entre el Estado Español y Chile) no solo es posible, sino que es necesaria. A Joan Prat, vecino de Altafulla, le dedicamos las últimas palabras de estos agradecimientos. Su curiosidad por conocer los avances semanales de la edición del manuscrito fue un bello y necesario impulso para finalizarlo.

      Herminia Gonzálvez y Menara Guizardi

      Santiago de Chile, mayo de 2020

      1 El uso de la expresión “Santiago Centro” para referirse a la comuna es coloquial, no oficial. La adoptamos a lo largo del libro para evitar confusiones con la denominación de la Región Metropolitana, que también se nombra “de Santiago” y del “Gran Santiago” (conurbación que aglutina varias comunas de la región).

      Prólogo

      Quiero empezar este prólogo comentando el título de este libro y lo que evoca. Las trincheras de los cuidados comunitarios. Una etnografía sobre mujeres mayores en Santiago de Chile. Las autoras han elegido una metáfora bélica para dar título al libro, y una especificación descriptiva para el subtítulo. La trinchera, en terminología militar, es la zanja defensiva que permite estar a cubierto y al mismo tiempo atacar al enemigo. ¿Por qué el cuidado comunitario aparece como una trinchera? ¿De qué se han de defender estas mujeres mayores santiaguinas de las que habla el libro? ¿Y quién es el enemigo? Son preguntas retóricas, para empezar a pensar, que requieren sin embargo del complemento que ofrece el subtítulo. Se trata de mujeres mayores que, en el contexto de una ciudad tan grande y compleja como es Santiago de Chile, seguramente no se trata de un colectivo homogéneo. Se añade, además, la palabra “etnografía”, que informa sobre el método del estudio. Pero vayamos por partes.

      El cuidado comunitario es una buena defensa que tienen las mujeres mayores para resistir los embates de lo que ha significado una vida dedicada al cuidado de los demás: de sus hijos e hijas, de su marido, de sus nietos y nietas, de sus familiares. Esta atención hacia otras personas estructura la vida de las mujeres, condiciona sus tiempos de vida, sus actividades, su participación en la sociedad. Los clubes proporcionan un espacio y un tiempo que las mujeres pueden dedicar a ellas mismas. Comparten actividades, vivencias, deseos y frustraciones; por unas horas abandonan su cotidianeidad dedicada a los demás, para ser ellas las protagonistas. Pueden dedicarse al tejido, al bordado, a la pintura o a la cerámica, pero también a la escucha, al relato de sus inquietudes, a dar consejos y a recibirlos desde la lógica de la complicidad, de no dar muchas explicaciones, de discutirse y debatir, de bromear, de practicar la inteligencia emocional.

      Esta es la trinchera de resistencia, pero también de agencia que permite seguir en la lucha cotidiana. Una lucha en que el enemigo es poderoso, persistente y no siempre visible. Es esta estructura social que oprime especialmente a las mujeres, dando poco valor a sus actividades y trabajos, que además no son considerados como trabajo, ya que no se pagan y hay que hacer nomás, simplemente por el hecho de ser mujer. A veces esta estructura de opresión se encarna en hechos concretos: en los salarios bajos, un marido autoritario y ausente, en la tensión entre la necesidad de obtener ingresos y la necesidad de cuidar a los hijos o a la madre enferma. Se encarna también en el problema de las pensiones, insuficientes para vivir, en el precio del transporte, o en las dificultades de acceso a la sanidad. Lo que hacen las mujeres mayores en los clubes es cuidado, porque cuidan unas de otras a través de la lógica de compartir y de los afectos, y es comunitario porque emerge de los lazos sociales creados entre ellas a través de los clubes.

      El libro nos muestra los entresijos de este cuidado comunitario, cómo se despliega, la materialidad y emocionalidad que se imbrican en él. ¿Qué interés tiene analizar el cuidado comunitario, y qué interés tiene que sus protagonistas sean mujeres mayores y que lo sean de distintas comunas de Santiago de Chile? El libro aporta conocimiento sobre todas estas dimensiones. Y el interés es doble, académico y político: académico porque analiza temas relevantes, como son el cuidado, lo comunitario y las mujeres mayores, y político porque revela el significado e importancia del cuidado comunitario y porque da visibilidad a las mujeres mayores mostrando su diversidad, sus iniciativas y estrategias en sus vidas. Además, se trata de una aportación a las ciencias sociales desde Latinoamérica.

      Analizar el cuidado es relevante, aunque su interés académico y político es reciente. Como ámbito de estudio entra de la mano en la década de los setenta del feminismo académico desde distintas disciplinas: sociología, antropología, economía, politología, trabajo social, historia, psicología social, filosofía. El germen se encuentra en los debates que tuvieron lugar en los años setenta sobre el trabajo doméstico y su papel en la reproducción del capitalismo: se diferencia entonces el concepto de trabajo del de empleo y se desvela que el trabajo doméstico resulta esencial para la reproducción social. Es a partir de los años ochenta cuando el cuidado se diferencia del trabajo doméstico, subrayando sus relaciones afectivas y morales, así como los vínculos y la interdependencia. Fue relevante también mostrar el valor económico del trabajo que se realiza en los hogares y el impacto de la producción doméstica sobre las economías nacionales, así como la información derivada de las encuestas sobre los usos del tiempo. Posteriormente, la literatura académica ha sido especialmente abundante y prolija en este tema.

      El cuidado importa. Asistir y mantener la vida es a lo que llamamos cuidado. En el día a día; en la salud y en la enfermedad; en la niñez, en la edad adulta, al envejecer. Sin cuidado no hay vida, sin relaciones sociales que la sustenten, tampoco. Y sin cuidado ni relaciones sociales no hay sociedad, sencillamente. Las actividades de cuidado son fragmentadas y diversas y se ejercen con mayor o menor intensidad según el ciclo vital de las personas o de coyunturas críticas. Nos autocuidamos cada uno de nosotros en el día a día, pero son las mujeres las que asumen la mayor parte de estas tareas, tanto si se trata de cuidar a personas que no pueden valerse por sí mismas como a personas que sí pueden hacerlo; tanto si se cuida en la familia como se si hace de forma remunerada. Y como el cuidado es vital, no se puede elegir no cuidar. Y esto es lo que genera la brecha de los cuidados, que estructura las trayectorias vitales de las mujeres y las sitúa en desventaja respecto a los hombres.

      Una parte esencial del cuidado sirve para resolver los riesgos de adversidad y las situaciones de dependencia. Y es esta parte la que ha entrado en la agenda política. El cuidado entra en la agenda política cuando desborda el marco familiar, las mujeres no pueden ocuparse como lo hacían antes y el envejecimiento de la población incrementa las necesidades de cuidados. El derecho a ser cuidado forma parte actualmente de debates sociales y políticos en distintos países y en organismos internacionales. El cuidado ha pasado a ser pues una cuestión social y política.

      Estudiar el cuidado comunitario tiene un interés especial. Sabemos que el cuidado es provisto en una variedad de formas institucionales: familia, Estado, mercado y comunidad. El contexto comunitario es una especie de magma en el que se pueden incluir muchas iniciativas y actividades. Es el aspecto que requiere en estos momentos mayor reflexión académica, justamente por su complejidad y también por su importancia política. En un momento en que las políticas sociales acusan retrocesos en prácticamente todo el mundo debido a la expansión de la lógica neoliberal individualizadora, es importante rescatar las experiencias comunitarias, que han sido especialmente relevantes en Latinoamérica. Efectivamente, el marco comunitario ofrece elementos de autoorganización y protagonismo de la sociedad civil frente a las obligaciones familiares, hoy tan transformadas, frente a cierto paternalismo del Estado cuando ofrece los servicios públicos y frente a la inequidad asociada a los servicios de mercado. Redescubrir lo comunitario es una necesidad. Combinar la dinámica que emerge de la sociedad civil con la responsabilidad redistributiva del Estado conduce hacia lógicas más democráticas basadas en la justicia social y en la justicia de género. En ese sentido el libro aporta conocimiento sobre dinámicas comunitarias, los clubes de mujeres mayores, y lo hace desde una