empecé a venir a España con motivo de algún concierto o alguna entrevista, me pasaron las cosas más asombrosas (aparte de comer bien por primera vez en mi vida, tras décadas de alimentación británica). Mientras me entrevistaban en la radio RAC1, por ejemplo, empezaron a entrar llamadas de personas que también habían sido violadas de niñas. Una mujer me contó en directo su historia y me dijo que era la primera vez que se la contaba a nadie.
Di una conferencia para Save the Children en Madrid, donde conocí a Andrés Conde, su CEO. Aquella conferencia fue el germen de una nueva ley en España, una que después de casi tres años batallando ha sido aprobada y programada para su aplicación en cuestión de semanas. Gracias a esto España se convertirá en el país número uno del mundo en protección de la infancia. Ya solo por eso, el dolor y todo lo que me costó escribir este libro merecieron la pena. Aquellos que destruyen la vida de los niños no tendrán ya tantos escondites: no les será tan fácil esconderse ya en la Iglesia, en colegios como Los Maristas, en clubes deportivos o, quizás el lugar más oscuro de todos, en casa.
Instrumental sacudió mi vida y la ha cambiado por completo.
Encontré un nuevo hogar, una paz y una aceptación nuevas e inimaginables en mi vida anterior.
Y lo mejor de todo: he descubierto esa inmensa gratitud que todavía hoy en día me deja sin palabras. La empatía y generosidad que he recibido a raíz de estas memorias me han ayudado a recordar que, aunque a veces se esfuerce por ocultarlo, este mundo también es capaz de cosas buenas.
Gracias por leerlo. Y, aunque lamento profundamente si te identificas con las partes más oscuras de este libro, que sepas que siempre estaremos caminando el uno junto al otro.
Para mi hijo
«Si atribuimos a los traumas el carácter de un fetiche incomunicable, los supervivientes quedan atrapados, no se les permite sentir que los conocen de verdad... No supone una muestra de respeto decirle a alguien: “No puedo ni imaginarme por lo que has pasado”. Hay que escuchar la historia de estas personas y tratar de imaginar lo que es vivirla, por difícil o incómodo que resulte.»
PHIL KLAY, veterano del Cuerpo de
Marines de Estados Unidos
Preludio
La música clásica me la pone dura.
Ya sé que para algunas personas ésta no será una frase muy prometedora. Pero si quitáis la palabra «clásica», a lo mejor ya no está tan mal. Puede incluso que entonces pase a ser comprensible. Porque entonces, gracias a la palabra «música», tendremos algo universal, algo emocionante, algo intangible e inmortal.
Vosotros y yo estamos conectados de forma inmediata a través de la música. Yo la escucho. Vosotros la escucháis. La música ha empapado nuestras vidas y ha influido en ellas tanto como la naturaleza, la literatura, el arte, el deporte, la religión, la filosofía y la televisión. Es la gran unificadora, la droga preferida de los adolescentes de todo el mundo. Brinda consuelo, sabiduría, esperanza y calidez; lleva haciéndolo miles de años. Es medicina para el alma. Hay ochenta y ocho teclas en un piano y, dentro de ellas, un universo entero.
Y, sin embargo...
Mi trabajo se denomina «concertista de piano», de modo que, inevitablemente, hay mucho sobre música clásica en este libro. No me sorprendería en absoluto que ciertos miembros de la prensa, cuando esto se publique, intenten obviar este hecho con todas sus fuerzas. Lo harán porque la música clásica pura nunca vende, y muchos consideran que es prácticamente irrelevante. Y también porque todo lo relacionado con ella, desde los propios músicos hasta su presentación como producto, las discográficas, la representación artística (todas las actitudes propias de este sector y los principios éticos vinculados a él), todo eso está prácticamente desprovisto de rasgos positivos.
Pero es un hecho irrefutable que la música me ha salvado la vida de una forma muy literal, y creo que también la de un montón de personas más. Ofrece compañía cuando no la hay, comprensión cuando reina el desconcierto, consuelo cuando se siente angustia, y una energía pura y sin contaminar cuando lo que queda es una cáscara vacía de destrucción y agotamiento.
Por eso, en todos los sitios y en todos los momentos en que surge esa tentación universal e irracional de poner los ojos en blanco y dejar de prestar atención cuando se oye o se lee la expresión «música clásica», me acuerdo de los tremendos errores que he cometido en el pasado al dejarme llevar perezosamente por los prejuicios, en vez de ponerme a investigar algo. A aquellos que tengáis esa reacción, os ruego, os suplico, que esperéis un minuto y os hagáis la siguiente pregunta:
Si existiera algo que no estuviera producido por el Gobierno, ni por fábricas en que se explota a los trabajadores, ni por Apple o las grandes empresas farmacéuticas, y que pudiera de forma automática, constante y segura añadir algo más de emoción, brillo, profundidad y fuerza a vuestra vida, ¿no os entraría curiosidad por conocerlo?
Algo que no tuviera efectos secundarios, para lo que no fuese necesario adquirir un compromiso, ni tener conocimientos previos ni dinero, solo cierto tiempo y quizá unos auriculares decentes.
¿Os interesaría?
Todos tenemos una banda sonora de nuestra vida. Muchos de nosotros nos hemos vuelto insensibles a ella, nos hemos expuesto en exceso, nos hemos cansado y nos hemos desilusionado. La música nos asalta en el cine, en los programas de televisión, en los centros comerciales, en las llamadas de teléfono, en los ascensores y en los anuncios. Hace mucho la cantidad superó a la calidad. Por lo visto, tener más de todo es lo mejor. Y menudo precio estamos pagando por ello. Por cada grupo de rock, banda sonora cinematográfica o compositor contemporáneo verdaderamente emocionantes, hay miles de montones de mierda que nos obligan a tragarnos en cuanto nos descuidamos. La industria del sector nos trata con casi nada de respeto y aún menos confianza. El éxito, más que ganarse, se compra, se paga, se degrada, y se nos obliga a consumirlo de forma manipuladora y tramposa.
Entre otras cosas, quiero que este libro proponga soluciones a esta degradación descafeinada e interesada de la industria de la música clásica que nos han forzado a aceptar en contra de nuestra voluntad. También espero mostrar en él que los problemas y las posibles soluciones dentro de ese mundo clásico pueden también aplicarse a muchísimos más ámbitos parecidos, que afectan a nuestra cultura en general y a las artes en particular.
E intercalada en medio de todo esto va a estar la historia de mi vida. Porque es una historia que demuestra que la música es la respuesta a aquello que no la tiene. Estoy convencido de ello porque yo no existiría, menos aún de una forma productiva, sólida (y, de vez en cuando, feliz), sin música.
Muchos pensarán que es prontísimo para ponerme a escribir mi autobiografía. Tengo treinta y ocho años (en el momento de la redacción del libro); plantearse escribir unas memorias con esta edad puede parecer algo indulgente y vanidoso. Pero poder escribir sobre aquello en lo que creo, aquello que me ha dado fuerza para vivir, poder desarrollar ideas que tengo desde hace un montón de años, responder a las críticas y proponer soluciones para algo que es inquietante y urgente, creo que constituye una labor que tiene sentido.
Estoy cualificado para escribir esto porque he sobrevivido a ciertas experiencias que quizá otras personas no habrían superado. Y al haber salido vivo de ello (hasta ahora) y, según la editora que le vendió la idea de este proyecto a su jefe, haber logrado «llegar a ser alguien», se me ha brindado la oportunidad de escribir un libro. Lo cual hace que me parta de risa, porque, como veréis a lo largo de las próximas ochenta mil palabras, vivo inmerso en una locura inherente a mí mismo, tengo un concepto de la integridad bastante retorcido, pocas relaciones que valgan la pena, aún menos amigos y, lo digo sin la menor compasión por mí mismo, soy bastante gilipollas.
Me odio, tengo demasiados tics, suelo decir lo que menos conviene, me rasco el culo cuando no toca (y luego me olisqueo los dedos), no me puedo mirar al espejo sin que me entren ganas de morirme. Soy un imbécil vanidoso, egocéntrico, superficial, narcisista, manipulador, degenerado,