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vida no puede ser vivida sin una idea. Mas esta idea no puede ser tampoco una idea abstracta. Ha de ser una idea informadora, de la que se derive una inspiración continua, en cada acto, en cada instante; esta idea ha de ser una inspiración.3

      Tal vez, esa idea sea la idea de la belleza de nuestra propia vida, de la de cada uno de nosotros, en cada uno con una forma diferente; pero en todos tiene que cumplir la función de hacernos comprender el vivir como un proceso de desarrollo espiritual. Para eso, más útil que enjuiciar actos concretos es alcanzar una visión correcta de la vida, encontrar su sentido, comprender, por tanto, que tal vez debamos volver al principio y preguntarnos de nuevo ¿qué es la vida?

      La segunda pasión que mueve este libro se encamina a despejar una duda: ¿qué significa conocer? O, dicho de otro modo, ¿cómo hay que plantear un problema para encaminarlo realmente a la solución? Algo falla en nuestra forma de pensar, puesto que el conocimiento, que durante siglos hemos alcanzado, no parece que nos ayude demasiado a vivir mejor, a comprendernos mejor, y a relacionarnos mejor con nosotros mismos y con el mundo. Tal vez haya que replantearse la forma misma del conocimiento.

      Durante mi época universitaria, el desprecio que percibía en la mayoría de los planteamientos filosóficos por el cuerpo, lo femenino, lo “defectuoso”, lo afectivo, la voluntad, definió en cierto modo mi búsqueda. Ese desprecio que viene de lejos en nuestra cultura occidental, pues se remonta al origen mismo de la filosofía, y del que hacían gala prácticamente todas las corrientes de pensamiento, nos llevaba, a nosotros estudiantes, a creer que ese era un punto de partida necesario para el pensamiento. A mí, esta postura siempre me produjo la sensación de que, justamente en esos aspectos rechazados del ser humano, se encerraba la clave de la comprensión. Con el tiempo, he creído ver en este desprecio un terrible miedo a la vida, un miedo que no sólo afecta a los intelectuales, aunque probablemente éstos lo padezcan con mayor intensidad. Por esta razón, mi búsqueda comienza ahora justamente desde ahí.

      Habitualmente, esa generalización se lleva a cabo absolutizando aquello que consideramos la característica más propia de algo. Como dice Aristóteles en su Metafísica: “es sobre todo en lo más perfecto donde se revela la naturaleza de la cosa”. Por ejemplo, para la filosofía griega que se desarrolla a partir de Sócrates, el pensamiento era la capacidad más alta del hombre y, por tanto, su principal característica. Consecuentemente, éste se definía, a partir de esta capacidad, como “animal racional”, considerando además la razón en su más alto grado de desarrollo: el filósofo. Claro que luego teníamos problemas para incluir en la categoría de “ser humano” a un enfermo, un esclavo o una mujer, que no tenían ninguna formación, ni posibilidad de adquirirla. Esto sólo es un ejemplo de esta manera de pensar que se ha desarrollado en Occidente, en todos los campos de nuestra cultura, a lo largo de los siglos. El conocimiento obtenido de esta forma es realmente práctico, manejable, sacamos fácilmente conclusiones, pero a menudo, no sabemos por qué, a partir de ese conocimiento llegamos a acciones o conclusiones aberrantes, y es que este tipo de definiciones tan sesgadas, tienen importantes consecuencias prácticas. La explicación es que hemos confundido nuestro concepto de algo con la realidad que representa, siendo éste sólo un aspecto de la misma, que no debe separarse del resto, ni identificarse con el todo.

      En consecuencia, en este trabajo he querido proceder a la inversa, no desde definiciones modélicas y supuestamente universales, sino desde lo que individualiza al hombre, lo que le hace único: desde la enfermedad, desde la materia, desde el aprendizaje de lo elemental, desde lo pequeño y lo concreto. He llegado a la conclusión de que este es el único camino a la verdadera universalidad, es decir, al conocimiento de lo real. Soy consciente de que, en cierto modo, pensar es siempre simplificar (omnis determinatio ist negatio, decían los escolásticos con razón), pero en Occidente, en el desarrollo de esta forma de ciencia, a menudo nos mueve más el afán de obtener resultados prácticos que el verdadero saber. Naturalmente, como contrapartida llegar a modelos y “recetas” que nos faciliten la vida y nos ahorren el esfuerzo de pensar por nosotros mismos será difícil. Pero es que el “aprenda inglés en 15 días” nunca es real.

      Notas

      1) María, Zambrano, “La perplejidad. (Fragmento de la ‘guía’, forma del pensamiento)”. pp. 151-176.

      A lo largo del trabajo citaré de forma completa sólo la primera vez que aparezca una obra, seguidamente citaré autor y página, salvo en los casos en los que, por utilizar más obras de un mismo autor, aparecerá el título de la obra y la página.

      2) Ibíd., p. 156.

      3) Ibíd., p. 168.

      4) Hablar de modelo presupone el conocimiento del final de un proceso, dentro de un pensamiento lineal (causa/efecto) que hace posible no sólo la repetición de algo a voluntad, sino su asimilación última a una ley. Contempla lo individual como caso, y presupone la objetividad del conocimiento basado en la absolutización de una única característica, lo cual hace posible comparar el desarrollo de diferentes casos, en diferentes momentos.

      5) Aristóteles, Metafísica, p. 981a.

      6)