Teresa Aizpún

La polifonía de la creación


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por ejemplo, una fotografía con gran aumento se puede llegar a confundir la piel de un hombre con un desierto. Es interesante al repecto el trabajo realizado por Timothy G. Bromage (NY University) y Alejandro Pérez-Ochoa (UCM). Oseos Cosmos.

      Introducción

      El actuar es creador

      En este libro comienzo pues “desde abajo”. Con ello doy forma a una vieja intuición que surge a partir de mi tesis doctoral: para comprender el actuar, el arte (o la estética, filosóficamente hablando) es la perspectiva correcta. Actuar es “dar a luz” y, por lo tanto, sólo se explica a partir del proceso creativo, de lo concreto y lo material, y se explica como un dar forma.

      Esto me hizo comprender que toda espiritualidad para no ahogar el desarrollo de la vida, tanto física como espiritualmente hablando, tenía que construirse sobre una mística, al menos como posibilidad; y todo pensamiento realmente filosófico, que facilitase el movimiento del espíritu hacia la verdad, tenía que construirse sobre una estética, entendida como la comprensión de la capacidad creadora del ser humano. No podemos entender al hombre sin su capacidad de expresión y creación, sin interpretar la vida como un desarrollo personal mediante la construcción de formas, mediante la creación de lenguajes, de imágenes y de vidas absolutamente personales, sin la posibilidad de alcanzar, creándolo, la plenitud de lo que somos. Por eso entendí la idea romántica de que la salvación está en el arte como la necesaria negación de la dialéctica. Interpretar al hombre y al mundo dialécticamente, es decir, desde un proceso que define el “salir de sí” como un “perderse”, significa no sólo negar la posibilidad del arte, sino de toda comprensión del quehacer humano y del proceso cognoscitivo, que es un proceso creativo como veremos más adelante. En clave dialéctica, si la verdad es la interioridad, cualquier expresión enajena, aunque dicha enajenación se entienda como un momento evolutivo; en clave estética, no hay conocimiento sin expresión y, por tanto, nada es más “natural”, más liberador que el salir de sí.

      El ser humano no es, según esto, un ser metafísicamente enfermo, en cierto modo inviable. Por el contrario, encierra en sí mismo una infinita capacidad de desarrollo. No somos seres abocados al fracaso, éste es sólo uno de los posibles resultados de la acción. Incluso nuestra idea del fracaso, producto de un pensamiento lineal y de la invención moderna del progreso, tendríamos ciertamente que revisarlo.

      Parece pues que vivir, para un ser humano, exige una idea de la vida y de sí mismo. La búsqueda de esa imagen, de ese concepto que guíe nuestro actuar, es parte ineludible de la misma. Como dice María Zambrano, la vida necesita del pensamiento; el hombre, para vivir su vida, necesita un cierto conocimiento de lo universal. De alguna manera, no podemos prescindir de la filosofía. Pero ¿cómo es posible alcanzar ese conocimiento? En el estudio del hombre, como en el arte, lo universal sólo se alcanza a través de lo más concreto; el ser humano sólo puede saber quién es, sabiendo qué es ser hombre, y sólo puede saber qué es ser hombre, creando él su propia humanidad, creándose, viviendo. De la misma forma, sólo quien es capaz de querer real y profundamente a una persona es capaz de entender el querer, y sólo quien es capaz de entender real y profundamente a alguien, un pensamiento concreto, sabe lo que significa entender. Del mismo modo, sólo alguien que se esfuerza realmente por ser honradamente él mismo, sabe en qué consiste ser hombre. A esto llamo dar sentido a la vida, y es la meta de todo vivir libre, es decir, humano.

      Si la imagen del hombre, que cada uno tenemos, es inseparable de la imagen de nosotros mismos, es porque la filosofía como el arte alcanzan la universalidad a través de lo más particular, aunque luego tengamos que formular universalmente nuestros hallazgos para que sean útiles a otros e incluso clarificarlos. Una obra de arte, sólo cuando ha sabido plasmar algo muy concreto, esclarece “lo humano”, al hombre en sentido genérico; de la misma forma que sólo la comprensión real de los hombres particulares nos revela al ser humano en general. A la inversa, sólo llegamos al totalitarismo. Por eso, la visión del artista, si es acertada, acaba siendo una visión mística del mundo y, por tanto, moral en el sentido más radical del término. Lo que quiero decir con esto, lo expresa Chesterton mucho mejor que yo al explicar la visión del mundo, la forma de sentir y vivir propia de san Francisco de Asís:

      el eremita podía amar la naturaleza como un fondo. Pero para San Francisco nada estuvo jamás al fondo […] él todo lo veía dramático, destacado de su entorno, no todo de una vez como en un cuadro, sino en acción como en una obra de teatro. Pasaba junto a él un pájaro como una flecha: era algo con su historia y su objetivo, objetivo de vida y no de muerte. Le detenía