PÉRDIDA
Acabáis de pasar por el acontecimiento más desolador jamás. Este os ha arrebatado todo lo que teníais y os sostenía, todo lo que había sido vuestro fundamento y vuestra vida. Ahora, parece que todo se viene abajo y que no habrá nunca nada más.
Y aunque me duele confirmároslo, por ahora estáis en un proceso de duelo auténtico y la profundidad y el alcance de vuestro dolor tendrá toda la importancia que tenía lo que habéis perdido. Era mucho... lo era todo. De pronto, todo lo que os rodeaba, vuestros mundos, sueños, proyectos, todo, se ha apagado. Pero peor aún, también allí en el lugar más íntimo de vuestro ser parece haberse ido toda vida.
Es un panorama tremendo, lo sé y por mucho que cargue las tintas, jamás podré pintarlo como en realidad lo estáis pasando. Pero sí puedo, a través de mis palabras, estrecharos la mano y caminar un rato son vosotros.
Cuando el golpe de lo que ha pasado ha sido tan tremendo, la repercusión hará olas hasta que no quede nada en pie. Y poco a poco muy lentamente entraréis en el largo invierno de vuestra peripecia.
Algunos de vosotros, posiblemente ya lleváis tiempo, encerrados en vuestro dolor y buscando reavivar las cenizas que parecen estar en todo lugar. Demasiado tiempo mirando el hueco a vuestro lado, sin saber por dónde empezar. Otros, recién tenéis la atención centrada en lo que acaba de pasar y en lo que ya no podrá ser. A todos os ofrezco estas palabras desde el corazón. Quizá juntos podamos hacer el viaje más llevadero y juntos nos acompañaremos, hasta que lentamente puedan empezar a aparecer soluciones que os sirvan. Soluciones a este conflicto que aunque totalmente personal, compartido parece pesar menos, aunque sólo sea un poco.
Vuestro dolor es muy vuestro, pero, aunque no os deis cuenta, también incumbe a todos los que, incapaces de hacer el viaje con vosotros os están esperando al otro lado del frío invierno, que repentinamente se ha convertido en vuestra morada.
Caminemos pues juntos un rato, a ver si así podréis, por lo menos, comprender un poco de vuestro dolor, un poco de lo que vais a necesitar para poder, algún día vivir vuestra vida con vuestro ser querido dentro del corazón; ahí donde se afincó desde el primerísimo día y que ahora más que nunca necesita ser reafirmado, para que podáis llevar el testigo que os dejó.
EL VACIO Y LA SOLEDAD
Cuando lo que posiblemente era la parte más importante de nuestra vida desaparece, la falta es tal que todo lo que formaba nuestro pequeño universo es absorbido por esa ausencia, haciendo un agujero negro de nuestra vida.
Este es el vacío que cada uno está viviendo o ha vivido. Es un vacío duro, tremendo, no existe nada peor, ya que es la falta de todo. Nuestro pequeño universo se colapsó porque nuestro ser querido se ha llevado consigo todo.
La vida no está compuesta de áreas separadas, todo está unido, todo tiene que ver con todo. Cuando falta algo, por pequeño que sea, la totalidad es tocada y pasa por un cambio profundo.
Cuando lo que ya no está es esa persona especial, vital para nuestro propio desarrollo y crecimiento como seres que nos nutrimos del amor, entonces la alteración es tal que ni nosotros vamos a reconocernos. Aquí nos enfrentamos al vacío de todo lo que fue y vamos a encontrarnos con lo irreconocible, tanto alrededor nuestro como en nuestro interior.
No es un vacío total y eso es lo que más nos desconcierta. Tendría que ser total, quizá con eso podríamos. Pero la realidad es que hay un lleno, pero un lleno extraño, incómodo, poco familiar. Las personas cercanas parecen otras, los espacios que compartíamos de pronto se tornan hostiles porque falta lo más importante o tremendamente hirientes porque producen demasiados recuerdos.
Este es el vacío inmediato a la muerte de nuestro ser querido. Más tarde, cuando empezamos a comprender que ya nunca nuestro universo va a ser el mismo, nos enfrentamos a otro vacío y es el vacío producido por la soledad. Soledad no significa que estemos solos. Podríamos estar rodeados de gente... Soledad significa que nos sentimos solos. Quizá lo más desconcertante es cuando seguimos sintiendo el vacío incluso al lado de personas que queremos y sabemos nos quieren.
Hemos dejado de crecer junto a la persona que más importaba. Y crecer conjuntamente con los que queremos, es el gran regalo de la vida. Esto es lo que de pronto ha dejado de ser.
NO TENEMOS QUE RESIGNARNOS
Todos hemos perdido cosas a lo largo de nuestras vidas, y por muy pequeñas o poco importantes que hayan sido, hemos reaccionado con dolor, incomprensión, y tristeza. Aquello que era nuestro ya no lo es y el hueco que ha dejado duele. Cuando la pérdida es la persona que más queríamos y que seguimos queriendo ahora más que nunca, el dolor se convierte en sufrimiento, tormento, daño, angustia y un sin fin de sensaciones y emociones que tal vez jamás habíamos sentido antes.
El duelo, será todo el tiempo que vamos a necesitar, para intentar sobrevivir el acontecimiento más desgarrador y terrible que jamás hemos experimentado.
Al principio el dolor implacable no nos permite ni la respiración. Un gran vacío se ha instalado en el centro de nuestro ser y la sensación es como si un puñal estuviera retorciéndose para abrir aún más vacío.
La desesperación, retumba en nuestro interior y anula todo sonido que viene desde el exterior. Es imposible escuchar. Este primer periodo, dura poco, aunque parezca una eternidad para el que lo esté viviendo.
Cuando los golpes de dolor parecen calmarse, empezamos a buscar algún alivio. Necesitamos un respiro, un consuelo, pero nos envuelve la magnitud del acontecimiento y no parece haber resquicio real. Este periodo se alarga tanto, que podemos llegar a creer, que la única salida para sobrevivir, sea la resignación, con todas las connotaciones tremendas que este sentimiento encierra. Incluso el entorno parece ratificarlo, pidiendo en los consejos más cariñosos, que nos resignemos.
Entonces hacemos una bajada de hombros, que no es difícil porque llevamos tal peso, que casi imposibilita manteneros de pie y nos rendimos a la resignación. Desde allí la vida cobra un matiz gris plomo, y entramos en una fase falta de toda vida. La resignación es la ausencia de vida y tarde o temprano vamos a sentir sus efectos.
Todos los sentimientos reprimidos a causa de la resignación, la desesperación, la necesidad de un llanto reparador, la ira, la indignación, van a buscar expresión y desde el dolor vivo y punzante que habita el centro de nuestro ser, vamos a rebelarnos y se manifestará la rabia. Menos mal. La rabia nos puede salvar de la resignación y nos va a movilizar para que podamos, reivindicar nuestra pérdida.
En este momento, la rabia se convierte en nuestro aliado. Un aliado muy valioso, porque la resignación es mortífera, es la falsa anulación de todo sentimiento que mueve y conmueve.
En el periodo de duelo la rabia es algo muy normal. Es importante saber esto, porque normalmente cuando sentimos ira, la reacción inmediata, suele ser la culpabilidad. Si sabemos que es incluso bueno porque nos impide reprimir sentimientos que nos están haciendo daño, entonces podemos deshacernos de la culpa y evitar lo que llamo IDA o impuesto de dolor añadido. No necesitamos otra dificultad más.
La rabia puede tener muchos objetos, tantos como todas las circunstancias y personas que causaron o tomaron parte en el acontecimiento que acabo con nuestra vida, tal y como era antes. También, a veces podemos ser su blanco preferido y otras veces incluso, esa persona que tanto echamos de menos. Las razones pueden ser múltiples, desde habernos dejado, hasta ser la causa de todo el dolor que hemos y estamos pasando.
Pero la rabia es buena, primero porque nos arranca de la resignación, esa bajada de hombros que no soluciona absolutamente nada, y luego porque nos devuelve a la vida.
A menudo no tenemos las ganas ni la energía de nada. Incluso después de mucho tiempo, existen mañanas que levantarse se convierte en una de esas hazañas heroicas, que llenan el periodo que sobrevive la muerte de un ser querido. Esta falta de ganas, tiene su causa en la pérdida real de energía que supone su ausencia. Podríamos decir que nuestras fuentes de energía, además del sol, el aire