a poco fui descubriendo más autores, así como la existencia de algunos centros especializados en el soporte a personas que estuvieran pasando por una pérdida, cosa que me hizo ver lo poco informados que llegamos a estar ante el reto de tener que afrontar una situación tan inevitable como dramática.
Como he dicho al comienzo de esta sección, han transcurrido ya 13 años, por lo que me veo en disposición de seguir contando lo sucedido, dado que estoy plenamente convencido de que puede ser de gran ayuda.
Lejos de intentar que nadie tenga que comprar el primer libro, he querido rehacerlo y ampliarlo con toda la experiencia acumulada durante estos años. Eso puede significar ofrecer una perspectiva bastante rica, a la vez que veraz, por lo que creo firmemente en su utilidad.
Espero y deseo de todo corazón que mi experiencia te sirva, y ojalá te ofrezca un poco de aire y esperanza.
Hoja de ruta
Si alguna vez alguien me hubiera dicho que un día como hoy estaría sentado frente al ordenador, dispuesto a escribir acerca del proceso del duelo, y que el contenido de este libro hablaría sobre mi propio discurrir por semejante senda, sencillamente no me lo habría creído.
Pero…, como suele ocurrir, no soy distinto al resto de la humanidad y, contra todo pronóstico, aquí me encuentro.
A pesar de todo, no quisiera que éstas fueran unas páginas de muerte y desasosiego, sino de amor y esperanza, porque a la muerte le ha salido un rival imbatible capaz de luchar hasta la extenuación. Ella quizás podrá acabar con todo, pero nunca con el amor. Al contrario que muchos otros sentimientos, éste no tiene fecha de caducidad, sino que vas a descubrirlo renovándose y creciendo a diario.
Este es, sin duda, el legado más precioso que me ha dejado la mujer de mi vida, a quien sigo amando más allá de la muerte física y a quien intento devolver, a través de mi evolución personal, solo una pequeña parte de todo lo que me ha dado y sigue entregándome a diario.
Hoy puede parecerte del todo imposible, pero te aseguro que, de la misma forma en que resulta inevitable recorrer este dantesco camino, también resulta inevitable llegar a un final en el que verás al amor vencer al dolor, tardes lo que tardes.
Introducción
Marta, mi queridísima esposa, falleció y, al morir ella, también lo hizo una buena parte de mí.
Como tantos otros, de la noche a la mañana me encontré abocado a una situación dantesca a la que “sobrevivir”. Sin disponer de recursos ni preparación alguna, fuera de mi propia capacidad de reacción, me hallaba frente a una realidad vertiginosa e inevitable. Para colmo, por si no hubiera suficiente con todo el dolor que rasgaba mis entrañas, pronto descubriría que incluso yo mismo me había convertido en un completo extraño para mí.
Con estas páginas desearía poder llegar a cualquier persona que, habiendo pasado o no por la pérdida de un ser querido, estuviera verdaderamente interesada en ahondar más en el verdadero significado de la vida y, ¿por qué no?, de la muerte. Esta vida tan valiosa que demasiado a menudo se nos escapa de las manos, sin que lleguemos a apreciar su grandeza, extrema belleza y significado.
Curiosamente, siendo unos seres cuya vida nos viene delimitada por dos acontecimientos cruciales, nacimiento y muerte, inconscientemente nos aventuramos a vivirla totalmente de espaldas a lo que ello pueda significar. Solemos andar totalmente a ciegas, y muchas cuestiones que podrían resultar básicas en nuestra forma de manejarnos por este laberinto al que llamamos vida, no acostumbran a formar parte de nuestros conocimientos y prioridades más absolutos.
La vida en sí es un regalo, y todo lo que acontece en ella debería ser foco de nuestra atención más intensa. Ella es lo más parecido a un árbol único e incomparable, un árbol de cuyas ramas cae una hoja a diario, una hoja inevitablemente irrecuperable. Caída ésta, nada ni nadie va a poder modificarlo, rectificar, o volver atrás para vivirlo de otra manera. Sencillamente ya no existe, y es de suma importancia no olvidar este detalle, puesto que solemos vivir centrados en “valores” y “obligaciones” que, muy a menudo, ocupan la casi totalidad de eso a lo que llamamos “día”. Trabajo, desplazamientos y obligaciones diversas suelen mantenernos ajenos a los verdaderos valores de lo que significa vivir plenamente.
Como muchos, yo tenía una vida “normal”. Me sentía felizmente casado, intentando aprender, crecer y ser mejor cada día. Apasionado por mi trabajo, buscaba encontrar aquello que, tanto en lo laboral, como en lo personal, pudiera permitirme alcanzar una vida de estabilidad y felicidad interiores.
Fallé estrepitosamente una y otra vez pero, a pesar de todos mis errores y limitaciones, que no han sido pocos, siempre fue intentando avanzar y ser honesto. Finalmente, después de muchas y grandes equivocaciones, apareció ella, un ser maravilloso con quien conocería muy de cerca el verdadero significado de las palabras amor y plenitud.
Mi esposa fue mucho más que esto. Se transformó en inspiración, soporte incondicional, confidente, amante, amiga, cómplice,…, participando plenamente de mi vida en todas y cada una de sus facetas. Compartíamos familia, trabajo, aficiones, proyectos, sueños… Aquello que para tanta gente resulta imposible, en casa fluía a diario, enriqueciéndonos incluso con las discusiones que, en más de una ocasión, también podían surgir.
Nuestros hijos vivían ya independizados y nos encontrábamos en un momento muy dulce y especial de nuestras vidas, ¡estábamos a punto de trasladarnos a vivir cerca del mar!, uno de nuestros grandes y anhelados sueños.
Pero…, un buen día, y sin previo aviso, como suele acaecer casi siempre en estos casos, algo empezó a ir mal. Sin tiempo a reaccionar, unas molestias en el abdomen nos pusieron frente a un hecho inesperado, increíble e irreversible. El cáncer había hecho mella en ella, invadiendo la totalidad de su precioso cuerpo.
En un abrir y cerrar de ojos, a sus 45 años pasó de ser una persona llena de vida, proyectos e ilusiones, a que una traidora metástasis le diera, como máximo, dos meses escasos de vida. Aquellos dos meses, tras luchar por vivir como nunca hubiera imaginado que nadie fuera capaz de resistir, terminaron por convertirse en dos años y cuatro meses, hasta que un 22 de octubre nos dejó definitivamente.
Con o sin tiempo para reaccionar, cuando la vida te pone frente a semejante situación, parece del todo imposible que nunca más puedas llegar a recuperarte mínimamente y volver a sentirte vivo. Todos tus esquemas interiores se van al traste. Lo que creías ser tu razón de vivir, y por lo que luchabas a diario, deja de tener ninguna validez, entrando en una fase de desconcierto y soledad fulminantes, donde te ahogas y desesperas hasta límites inconfesables. Nada va a volver a ser lo que era, nada va a tener el mismo significado, nada parece tener el más mínimo sentido, nada te interesa ni motiva y, a pesar de todo, tú sigues vivo y frente al peor de los retos, un día a día repleto de una profunda y salvaje dureza como nunca hubieras podido sospechar.
¿Qué hacer con tu vida?, ¿”vida…”, qué vida? ¿Cómo hacerle frente al nuevo día, si ya nada tiene sentido?, ¿existe alguna salida digna para ti?, ¿de qué manera encarar lo que te está por llegar, y cuyo contenido empiezas a intuir y a temer profundamente?
Desesperación y soledad extremas; desconcierto, enfado y angustia en dosis espantosas; miles de preguntas sin respuesta, llanto descontrolado,… no son sino parte de lo que se te avecina y, en mi más absoluta modestia, deseo que este libro sea capaz de ayudarte en el duro camino que empiezas a recorrer, a la vez que reconfortarte en la esperanza, puesto que, por mucho que hoy puedas creer como imposible e inalcanzable el que nunca más vuelvas a sentir la paz asentada en tu interior, te aseguro que estás lejos de imaginar en qué grado esto puede llegar a ser así.
Pero vas a tener que pasar por lo inevitable, pues parece ser que sólo así pueden ir creándose en tu interior las piezas de un nuevo puzle que, una vez terminadas, empezarán a encajar hasta dar forma a ese nuevo ser en el que vas camino de transformarte.
Para que sepas un poco más acerca de mí te diré que, en el momento de empezar a reescribir este libro, ya han transcurrido más de trece años desde la muerte de Marta. Tengo 65 años de edad y me jubilo en pocos días, lo estaré ya cuando leas estas líneas. He trabajado