Xavier Munoz

El camino del duelo. 2ª ed


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llevando a mi esposa incorporada en lo más profundo de mi ser, y su presencia constante me aporta una paz y una serenidad que nunca hasta el momento había conocido.

      Siempre he sido una persona cargada de curiosidad y necesidad por ahondar en pos de respuestas que me permitieran conocer más a fondo la verdadera realidad del ser humano. Me había especializado en herramientas y técnicas de “auto control” y esto me había permitido observar centenares de experiencias en las que, a todas luces, mis semejantes me mostraron que somos mucho más de lo que pensamos.

      Aquello que en la escuela fueron incapaces de hacerme entender, el trabajo me lo servía con todo lujo de detalles, y pronto llegaría a convencerme de que la frase “hechos a imagen y semejanza de Dios”, era mucho más cierta y palpable de lo que nunca hubiera imaginado. Evidentemente este se convertiría en uno de los principales contenidos en todas mis charlas y cursos, así como uno de los temas favoritos en nuestras largas conversaciones diarias.

      El hecho de vivir y trabajar juntos motivó que a toda hora estuviéramos uno al lado del otro. Disfrutábamos una barbaridad hablando de nuestras cosas, paseando, jugando, bromeando, planeando cualquier actividad a desarrollar,… Pero aquello se había acabado para siempre, nada de lo que llenaba mi vida a diario iba a repetirse nunca jamás. Ella lo había sido todo para mí y, ya desde el primer momento, vi muy claro que no podría soportar su ausencia.

      Estaban los hijos, esto es cierto, pero nuestra vida siempre estuvo marcada por una conciencia plena de que la familia era lo más parecido a un nido de golondrinas. Nuestra función era cuidar el uno del otro, disfrutarnos mientras manteníamos el nido en perfectas condiciones para así, entre los dos, criar a nuestros hijos preparándolos para que un día volaran libres y pudieran encontrar con quien crear su propia familia, mientras nosotros dos seguíamos compartiendo nuestra vida regresando año tras año al mismo lugar.

      Esto significaba que vivíamos el uno para el otro, amando y disfrutando de ver crecer a nuestros hijos, a la vez que deseando que llegara ese día en el pudiéramos recobrar otra vez la libertad y, sin obligación alguna, más allá de las que nosotros dos consideráramos necesarias, reemprender un camino nuevo en el que disfrutar de una segunda juventud. Pero la vida no siempre parece dispuesta a darte lo que deseas o pides, y aquel cuento de hadas se acabó bruscamente, sin la posibilidad de más páginas para escribir.

      Una de las primeras decisiones que tomé, y que más adelante iré detallándote, fue la de atreverme a asumir y respetar todas mis reacciones, fueran estas de la índole que fueran. Desde el primer momento acepté sin complejos la extrema necesidad que sentía por seguir contándole todas mis cosas, en cualquier lugar y a cualquier hora del día, como antes hacíamos, o de lo contrario iba a volverme loco. Por ello, y sin contárselo a nadie, no se me ocurrió nada mejor que, después de encontrar un bloc por estrenar, salir corriendo a la calle para comprar unos cuantos más, con la clara intención de empezar a escribirle a diario. Algo tenía que hacer si o si; o esto ¡o moría de desesperación!

      He de confesar que en aquellos momentos ignoraba si ello iba a ayudarme, o sería una verdadera locura y del todo contraproducente. ¿Me estaría arriesgando a iniciar un proceso patológico grave? Pero decidí seguir pasara lo que pasara. Mi ser interior lo pedía a gritos. Estaba decidido a aceptar plenamente sus consecuencias aunque, en verdad, sentía que tampoco me importaba para nada lo que pudiera ocurrirme.

      Quizás aquello fue, sin darme cuenta de su importancia, la primera decisión que tomé ya metido de lleno en ese nuevo camino al que llamaban “duelo”. Sin necesidad de consultar con nadie que no fuera yo mismo, y desde aquella soledad tan sentida y real para mi, sentí que quería seguir mis propios pasos, aceptando cualquier consecuencia y pasando de cualquier comentario o explicación. Había dejado de importarme cualquier cosa que no fuera ser fiel a mi propio sentir.

      Por otro lado estaba totalmente convencido de que, de alguna u otra forma, ella seguía con vida y, ¿quién podía negármelo? quizás incluso podría verme y escucharme. Aquello me ofrecía la posibilidad de “sentirla”, o “imaginarla”, muy cerca de mí, y resultó lo más parecido a una bocanada de aire fresco en medio de un ahogo mortal. Una forma muy íntima y personal de mantener el diálogo y “contacto” con ella, escribiéndola al empezar y terminar el día, así como tantas veces como se me antojara. De esa forma, mientras daba salida a todo lo que iba ocurriendo en mi interior, me permitía seguir expresándole mis sentimientos y pensar.

      Me dije también, y esa fue otra decisión importante tomada sin saber en aquel momento su gran trascendencia, que si ella seguía viva lo sería en otro estado distinto al que mis sentidos eran capaces de percibirla. Y por ello me prometí a mi mismo aprender a “despertar”, a “estar atento” y usar “otros sentidos” que me permitieran decirle lo mucho que la amaba y, de ser posible, llegar a percibir ni que fuera un atisbo de su presencia y amor hacia mí.

      Hoy, a la vez que la paz se ha consolidado como compañera inseparable de viaje, agradezco en lo más profundo de mí ser aquella genial decisión. Por un lado me proporcionó una forma distinta de relacionarme con ella, suavizando un poco la terrible soledad y desesperación en la que quedé sumido. Poco a poco y día tras día me ayudó a comprender que la muerte no significaba ausencia, sino una presencia distinta. Por otro lado, al repasar y ver el camino recorrido, estoy plenamente convencido de que mi proceso puede ayudarte a comprender la situación por la que estás pasando en estos momentos, convirtiendo aquellos años de dolor en el calor de una mano amiga, o quizás en la tenue pero real luz de un faro muy lejano que te indica la certeza de un puerto esperando tu llegada.

      También reconozco que, para mí, el hecho de que llegue este libro a tus manos, viene a ser una expresión más de mi amor a mi esposa, a la vez que reconocimiento y devoción pura por la inmensa riqueza que me ha aportado, y sigue aportando.

      Encontrarás, junto a experiencias personales, un resumen de todas y cada una de las “fases” por las que habitualmente se suele pasar en el proceso del duelo, esperando que, al facilitarte esta información detallada, puedas disponer de suficientes datos como para entender que:

      1.- Es absolutamente normal lo que sientes y te sucede en estos momentos.

      2.- Existe un proceso lógico, unas “etapas” por las que vas a pasar. Éstas no son ni fijas ni inevitables, dado que el camino del duelo es algo muy personal e intransferible. Cada persona evoluciona a su ritmo, sin que pueda hacerse comparación ni valoración alguna entre quienes están transitando por semejante “viaje”. Pero sí pueden darte una idea aproximada acerca del momento en el que te encuentras.

      3.- Aunque hoy pueda parecerte del todo imposible y, quizás, incluso insultante, es necesario que sepas que un día encontrarás la paz otra vez acomodada en tu interior. Es verdad, nada volverá a ser lo mismo, y en esto llevas toda la razón pero, a la larga, y después de mucho trabajo y sufrimiento, tu crecimiento personal te llevará al equilibrio. Vas a convertirte en alguien con unos valores que, hoy, pueden resultarte del todo inimaginables. Pero es lo que espera al final del camino que acabas de empezar, si perseveras. Te lo aseguro. Puedes convertirte en una expresión viva de la belleza de tu ser querido.

      4.- En el caso de que no puedas llevarlo solo/a, debes saber que existen centros y grupos de ayuda especializados, donde hallarás el apoyo y soporte que precises. Úsalos sin dudar ni un instante. Ellos sí saben por lo que estás pasando, “hablan tu mismo idioma”, comprenden sin juzgar y serán un punto de referencia de valor incalculable.

      5.- Ahora no es el momento de heroicidades ni grandes decisiones, necesitas tiempo. Tiempo para sentir, tiempo para llorar, tiempo para el silencio, tiempo para preguntas, tiempo para reflexionar, tiempo para... Date tanto tiempo como necesites y no tomes ninguna decisión importante en estos momentos. Para nada te estoy diciendo aquella típica frase de que “el tiempo lo cura todo”, porque no sé quien la inventó, pero lo que te puedo asegurar es que en su vida había pasado por una pérdida.

      El tiempo NO cura nada, va a ser lo que hagas con ese tiempo lo que te va a permitir prestar atención a tus heridas. Identificarlas, darles nombre, buscar la cura, aplicarla y saber que le das su tiempo para que dé los resultados deseados. Y si se infecta, porque suele ocurrir, volver a ello tantas