Clara Coria

Erotismo, mujeres y sexualidad


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es en mayor medida constitutivo y que tiene que ver con los condicionamientos de género. Me refiero a que es más conveniente para la cultura patriarcal poner el foco en una lucha entre mujeres antes que iluminar todo el escenario donde las mujeres queden al descubierto de las múltiples discriminaciones, tanto para las mayores como para las jóvenes. Cuando se construyen las condiciones para que las mujeres entren en competencia entre ellas, los varones quedan más libres para desplegar sus propias competencias en un escenario que está mucho más despejado. Esto suele verse con mucha claridad en los ámbitos políticos. En algunas situaciones sucedió que cuando en la Cámara de Diputados de nuestro país se pretendió neutralizar la voz disidente de alguna mujer dentro de un partido determinado, rápidamente suele «aparecer» una problemática que lleva a enfrentar a las mujeres de todos los partidos. Inmediatamente se desplaza el foco de atención y los varones quedan con mayores espacios para negociar sus propuestas sin las molestas voces femeninas que están muy atareadas enfrentándose entre ellas y, por lo tanto, también distraídas. Así como la independencia económica no es garantía de autonomía, tampoco el acceso a los espacios de poder es garantía de una comprensión profunda de los temas de género y terminan haciéndole el juego al modelo patriarcal.

      Volviendo a nuestro tema, resulta obvio que en el comentario que antecede, la madre no es una mujer del montón y tal vez podríamos afirmar con poco margen de error que es una mujer que ha vivido su sexualidad adulta sin vergüenza, sin culpa y con la suficiente autonomía psíquica y económica, como para «pasarle la posta» a una hija, que también estaba en condiciones de aceptar la sexualidad de su madre y de recibir de su mano la legitimación que la cultura escamotea. Muy probablemente una de las dificultades para transmitir —y legitimar— el disfrute de la sexualidad de madres a hijas no tenga que ver tanto con la muy utilizada «competencia femenina» (y en este caso generacional) sino con pautas de la cultura patriarcal que encasilla a las mujeres en sus roles de madres y esposas. Ambos roles son muy respetados por la sociedad siempre y cuando se mantengan al margen de las supuestas impurezas y contaminaciones de los «bajos instintos sexuales» que han sido delegados a «las otras», a las que no hace falta respetar porque están programadas para satisfacer la necesidad de los goces sexuales masculinos. En síntesis, con la asignación de los roles de esposa y madre, la cultura patriarcal ha dejado muy en claro que el disfrute sexual no debe formar parte las experiencias femeninas. Aún cuando se trate de dones innegables que la Madre Naturaleza otorga a los humanos, dicha cultura patriarcal insiste en mantener el equívoco aunque para ello se vea en la necesidad de desmentir lo indesmentible.

      La menopausia no es solo la interrupción de un ciclo hormonal que pone fin a la capacidad de reproducción sino también pone fin a los permanentes recaudos que son necesarios tomar para poder acceder y disfrutar de la sexualidad sin los riesgos del embarazo. Como casi todas las cosas, la menopausia también tiene dos caras: los beneficios de tenerla y los beneficios de no tenerla. Lo que suele suceder es que mantiene muy mala prensa por múltiples intereses creados que provienen de diversas aguas. Lo que en primera instancia suele conmover al mundo femenino es que la menopausia es una de esas señales —innegable e inevitable— que ponen en evidencia el paso del tiempo. Por otro lado, existen intereses creados que provienen tanto de la adhesión a posiciones culturales (como las que identifican y superponen la sexualidad femenina con la reproducción y, por lo tanto, el fin de una acarrea también el fin de la otra) como los intereses de las industrias farmacéuticas que exacerbando los peligros que pueden acarrear los cambios hormonales logran beneficios económicos inconmensurables. No son pocas las mujeres que han vivido con gran alivio la llegada de la menopausia pero han tenido que disimularlo para no quedar a contracorriente de una sociedad que ve con malos ojos el disfrute sexual femenino, sobre todo en mujeres que ya no son jóvenes. Cabe señalar, sin embargo, que en los tiempos históricos que corren se han producido ciertas flexibilidades que han permitido, a las mujeres que transitan esta nueva etapa de libertad corporal, expresar a voz cantante lo que hubiera sido motivo de gran riesgo en las épocas de la inquisición y de simple reprobación social hace apenas unas décadas. Es así como desde hace poco tiempo ha comenzado a circular una frase divertida que sostiene «cerrar la fábrica y abrir el parque de diversiones». Veamos algunos comentarios:

      Se dice que con la menopausia las mujeres cierran la fábrica y abren el parque de diversiones y yo no quiero abandonar el parque de diversiones. ¿Por qué me voy a privar de algo que me encanta?

      Es una mentira que después de la menopausia disminuye el deseo sexual. A mí no me ocurrió jamás. Al contrario, cuando me liberé del temor al embarazo fue cuando tuve la mayor excitación. Me sentí más libre de ejercer el sexo y más placer con mi marido.

      En mi caso fueron mejores mis experiencias sexuales después de la menopausia porque con mi marido me costaba calentarme. Era buen padre y buen marido pero cuando me separé conocí a V. y tuve una sexualidad increíble. Después de V. fue mejor aún.

      Como vemos, la menopausia puede ser una «liberación» tanto para aquellas mujeres que siguen encontrando disfrute con el marido tradicional como para otras que recuperan sus entusiasmos cambiando de partenaire. Lo que me resultaba muy llamativo a lo largo del tiempo que duraron mis investigaciones fue que los comentarios que expongo en el libro eran simultáneos a los de otras mujeres, también modernas y muy activas en su vida sexual, que se sorprendían de que hubiera quienes se animaran a exponer sin pudor lo que sentían respecto de su propia sexualidad, porque ellas no estaban dispuestas a hacerlo. Manteniendo, de esta manera, una especie de inercia de costumbres anteriores acerca de que «de eso no se habla». También es posible escuchar que no pocas jóvenes suelen adoptar comentarios marcadamente críticos respecto de las mujeres mayores que habiéndose «independizado» caen en contradicciones significativas. Creo importante dejar en claro que los procesos de cambios son complejos y mientras se producen suelen coexistir viejas modalidades con nuevas actitudes. Por ello resulta comprensible que algunas mujeres se hayan permitido libertades sexuales, en otras épocas impensables, y al mismo tiempo sigan sintiendo pudor por hablar de su sexualidad. Esto es solo una evidencia de que los cambios, mientras se van produciendo, deben atravesar muchas capas y no todas son permeables. En estos casos resulta importante poder transitarlos con la tolerancia necesaria para dejar de ser objeto de autocríticas que solo causan perturbaciones y agregan molestias.

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