Manuel José Fernández Márquez

En manos de Dios


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      qué proyectos vacíos,

      qué encuentros desinflados,

      qué ganas de vivir muertas…!

      ¿Será un día perdido y frustrado?

      ¿Será que los sueños son sólo sueños y que las horas y los minutos me van mostrando que están escritos en un libro sin hojas y sin vida?

      ¿Será que los sueños son proyectos vacíos y muertos?

      ¿Será que los sueños están vacíos y huecos por dentro, sin contenido real?

      ¿Será que los sueños están muertos, sin vida, y sólo existen en mi mente perdida y frustrada?

      Señor, ¡qué cantidad de sueños cuando despierto al amanecer para llenar de frustraciones muertas los pasos de cada día!

      Señor, ¡qué ilusiones y expectativas me despiertan cada mañana, sabiendo que se irán perdiendo en cada paso del día!

      Señor, ¡qué cantidad de proyectos al amanecer, que a través de las actividades, encuentros y tareas, me irán desvelando una y otra vez mi vacío por dentro!

      Señor, ¡qué cantidad de sueños y expectativas por fuera, que cada día, me desvelan más y más que me falta algo por dentro!

      Señor, ¡qué cantidad de cosas llenan mi vida por fuera, mientras por dentro siento una sed infinita, que ninguna persona, ni ningún trabajo o actividad podrán saciar!

      Oh Dios, tú eres mi Dios,

      por ti madrugo,

      mi alma está sedienta de ti.

      Esta es la verdad más profunda y vital que podemos

      descubrir en el hondón de nuestra alma.

      Tenemos una sed infinita, eterna y amorosa,

      que no se puede satisfacer con cosas,

      con posesiones, con nuestros trabajos y actividades,

      con nuestra familia y amigos,

      con nuestras pequeñas metas e ilusiones,

      tantas veces, vanas.

      Nuestra sed es infinita, es eterna, es plenificante,

      es divina y sagrada, nuestra sed es sed de Dios,

      y no puede saciarse con pequeñas porciones

      y cosas, y sólo con manifestaciones

      y criaturas de Dios.

      Nuestro corazón está creado a la medida de Dios,

      y sólo Dios puede saciarlo. «Nos hiciste, Señor,

      para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que

      descanse en ti», nos decía San Agustín.

      Nuestra sed es de Dios, porque nuestro corazón

      es inmenso, a la medida de Dios,

      y sólo puede encontrar su plenitud

      enamorándose de Dios,

      viviendo en total comunión de amor con Él.

      Nuestra sed es de Dios, «mi alma está sedienta de Dios,

      del Dios vivo…» y sólo se sacia y se llena de vida

      e ilusión cuando lo empeño todo buscándole a Él

      en todas las cosas y sobre todas las cosas,

      deseando, con pasión, llenarme de Dios, sólo de Dios.

      Sigamos repitiendo, desde el fondo de nuestra alma…

      Oh Dios, tú eres mi Dios,

      por ti madrugo,

      mi alma está sedienta de ti.

      2. ¿Qué nos despierta a nosotros, habitualmente?

      Vamos a procurar caer en la cuenta de qué es lo que realmente nos despierta a nosotros cada amanecer.

      ¿El reloj?

      ¿Las preocupaciones?

      ¿El insomnio?

      ¿Los ruidos de fuera: la calle, el alboroto, los portazos?

      ¿Los ruidos de dentro: mis ruidos mentales,

      mis preocupaciones por la salud, el trabajo, los agobios?

      3. ¿En qué niveles estamos despiertos? ¿Estamos despiertos sólo «por fuera»?

      Cuando despertamos por la mañana no siempre estamos despiertos «del todo», es decir, en todos los aspectos de nuestra vida.

      Vamos a caer en la cuenta de si sólo estamos despiertos en los aspectos y niveles más superficiales.

      Cuando estamos despiertos, ¿a qué nivel nos referimos? ¿en qué aspecto estamos despiertos?, ¿en nuestro aspecto superficial?

      En nuestro cuerpo: no podemos dormir, no conciliamos el sueño por encontrarnos nerviosos, no nos recuperamos del cansancio por no haber dormido.

      En nuestra mente y en nuestra afectividad: ruidosos, llenos de alteraciones y preocupaciones, cerrados, agobiados, intranquilos, obsesionados, con los nervios a flor de piel, etc.

      ¿Estamos despiertos sólo por fuera?, ¿físicamente?

      ¿Estamos despiertos sólo por fuera, y por dentro, sonámbulos?

      4. ¿Estamos despiertos «por dentro»?

      Podemos observar si, cuando nos despertamos, somos conscientes de niveles más profundos de nuestra mente, de nuestra afectividad y de nuestro cuerpo.

      A nivel mental:

      ¿Con una mente despierta, alerta, centrada y unificada?

      ¿Con una mente silenciosa, abierta, luminosa?

      ¿Con una mente acogedora, comprensiva, amorosa?

      A nivel afectivo:

      ¿Con un corazón suave, amoroso, silencioso?

      ¿Con un corazón ágil y sin apegos, en sintonía con el otro?

      ¿Con un corazón joven?

      ¿Con un corazón blando y lleno de ternura?

      ¿Con un corazón abierto, acogedor, comprensivo?

      A nivel corporal y de los sentidos:

      ¿Con los sentidos abiertos, suaves y blandos?

      ¿Con los ojos luminosos e iluminados,

      despiertos desde dentro, receptivos?

      ¿Con la mirada limpia, comprensiva, transparente,

      conectada con la mirada interior?

      ¿Con los oídos abiertos, limpios, transparentes?

      ¿Con los oídos que escuchan, que acogen, que reciben?

      ¿Con los oídos que interiorizan?

      ¿Con los oídos conectados con el oído interior?

      ¿Con las sensaciones, el gusto y el olfato abiertos,

      receptivos, limpios, acogedores, luminosos, suaves y blandos?

      ¿Con las sensaciones, el gusto y el olfato conectados con el gusto interior, con el tacto interior, con el olfato interior?

      5 ¿Estamos despiertos «por dentro» a niveles profundos de nuestro ser?

      Cuando nos levantamos, cada amanecer, es posible que vayamos adquiriendo el hábito de despertar a niveles de consciencia cada vez más profundos de nuestro ser. Obsérvalo.

      ¿Tengo consciencia

      de mis sensaciones profundas,

      de la vida que corre