Fernando Cordero Morales

¿Extraños amigos?


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muy grandes que hacen perder intensidad a la voz del sacerdote. La construcción a base de piedra y vidrieras y la ausencia de materiales absorbentes como cortinas o alfombras favorecen las reverberaciones. Tampoco la forma ayuda. La planta en cruz, las cúpulas y las bóvedas provocan muchas zonas sordas. A lo largo del tiempo, los diferentes estilos arquitectónicos han ido modificando estas características. El románico se presenta especialmente predispuesto a las reverberaciones, dada la presencia de paredes lisas y desnudas. El gótico, y también el estilo renacentista, con sus grandes dimensiones, sus capillas y recovecos y las cúpulas de sus techos producen innumerables puntos sordos. En el barroco la cosa mejora. La ornamentación absorbe parte del sonido ayudando a entender lo que se dice desde el altar. Actualmente el avance de la acústica como ciencia y el desarrollo de nuevos materiales han dado como resultado iglesias bastante más acondicionadas.

      Por supuesto la posición del foco emisor influye mucho en la localización de puntos sordos, ¿lo has pensado alguna vez? Seguro que en la próxima misa te acordarás de todo esto y te preguntarás si todos los feligreses te oyen correctamente[6].

      Cuando el sonido se ausenta

      Lo recordaré, Ana. Aunque tú conoces esta «catedral» chiquita del Buen Pastor, en San Fernando, y sabes que es todo tan pequeño y familiar que se oye estupendamente. Aquí no tenemos bóvedas ni recovecos, ni puntos sordos, aunque sí tenemos miembros con problemas auditivos. Sobre ellos me gustaría reflexionar ahora, si me lo permites. Hablar del sonido cuando podemos comunicarnos, cuando oímos y hablamos con facilidad es relativamente sencillo. Sin embargo, todos conocemos personas que o bien tienen limitada su audición, o bien otros casos en los que el problema también se anuncia en la falta de la capacidad para hablar.

      En el evangelio de san Marcos advertimos una escena particularmente ilustrativa. Jesús se encuentra con un sordomudo (cf Mc 7,31-37). Un hombre que se ve limitado al no poder comunicarse: no oye lo que los otros le expresan y tampoco puede transmitir con su voz sus propias emociones, sentimientos e informaciones. Una persona así, incomunicada, está abocada al aislamiento, aunque es cierto que hay otras formas no verbales de comunicación.

      Sobre este sordomudo, al igual que de tantas personas en esa misma situación, podríamos hacer también una lectura simbólica. Quizás ha sido un hombre al que se le ha obligado a callar. Quizás no habla porque se ha equivocado frecuentemente con las palabras y le han corregido. Quizás tiene los oídos cerrados porque ha escuchado demasiados rechazos y demasiadas críticas. A veces, somos tan duros criticando a los demás, que herimos no solamente los oídos sino el corazón, es decir, el ser entero por completo. Quizás este hombre, como tantos otros marginados en la cuneta de la historia, ya no quiere escuchar nada más, porque todo lo que ha oído hasta ahora le ha arrastrado al sufrimiento. Todo esto puede generar desconfianza, aislamiento y, en definitiva, exclusión.

      Una sensación vale más que mil ondas

      Efectivamente, estoy totalmente de acuerdo contigo en que el hecho de que no poder comunicarnos nos aísla. La mayor parte de nosotros nacemos y vivimos toda nuestra vida con capacidad para oír, lo que hace que no pensemos nunca en cómo puede sentirse una persona sorda.

      Hemos estado hablando todo este tiempo del sonido como una vibración que se trasmite mediante variaciones de presión en las partículas del medio transmisor. Estas diferencias de presión llegan a nuestros oídos, que son los órganos encargados de transformarlas en sensaciones. Estoy segura de que las personas que oímos correctamente tampoco pensamos nunca en cómo se produce esta transformación. ¿Qué ocurre de la oreja hacia adentro? ¿Te lo has preguntado alguna vez?

      La oreja es el órgano encargado de la recolección de los sonidos externos y el cerebro es el responsable de hacernos saber que nos está llegando un sonido y de qué tipo es. En su viaje desde la oreja al cerebro las ondas sonoras atraviesan el tímpano, la cadena de huesecillos del oído medio, la cóclea y el nervio auditivo. Las dos primeras partes solo transmiten las vibraciones que reciben, mientras que en la cóclea, que es una espiral rellena de una sustancia acuosa, las vibraciones se transforman en impulsos eléctricos. El nervio auditivo completa el trabajo informando al cerebro.

      Ya hemos conseguido transformar una variación de presión puramente física en una sensación mediante un proceso en el que podemos distinguir una primera parte mecánica y una parte final de carácter nervioso. Un fallo en cualquiera de ellas podría provocar una pérdida de audición e incluso sordera. Las deficiencias mecánicas más frecuentes están relacionadas con una defectuosa vibración del tímpano o la imposibilidad de conducir el sonido hasta la cóclea por parte de los huesecillos del oído medio. En cuanto a los motivos nerviosos, que tienen peor solución, o ninguna, vienen dados por tumores, roturas del nervio auditivo o su imposibilidad de transmitir impulsos al cerebro[7].

      ¿Tú cómo crees que reaccionarías si te quedaras sordo? Yo creo que lo pasaría fatal. No sé si encontraría una manera «alternativa» de «oír».

      «¡Ábrete!»

      Claro que hay maneras y maneras de oír, aunque no lleguen los impulsos auditivos al cerebro. Por eso, volviendo a la curación del sordomudo, me llama la atención cómo Jesús se acerca al enfermo. Primero con gestos corporales: pone sus dedos en las orejas del sordo con delicadeza. Es el lugar de las heridas, de sus limitaciones. En esa relación intensa que crea Jesús surge la invitación a una nueva manera de escuchar y de estar con los otros, de no cerrarse a lo que acontece a su alrededor. A continuación, el propio Jesús toca la lengua del hombre con su saliva. Es símbolo de confianza, de que puede curarle. A la saliva le reconocían los antiguos propiedades terapéuticas. Se crea una relación no solo de confianza sino también de amor con aquel hombre tan herido por la vida.

      Jesús levanta los ojos al cielo, para pedir la ayuda de Dios para que el enfermo sane. Suspira y pronuncia la palabra «Effata», esto es, «¡ábrete!» (Mc 7,34). Y esa orden tiene éxito. Ya puede relacionarse, comunicarse, oír y verbalizar todo lo que anida en su interior. Y esto es así porque la orden no va dirigida a los órganos enfermos, sino al hombre que hasta ahora es incapaz de oír[8].

      Jesús no pretende publicidad, sino encontrarse con ese hombre en su situación concreta. Le lleva la curación y este, libremente, se abre a la fe. Es una relación de persona a persona, de corazón a corazón. Rehúye de los que buscan noticias novedosas y hechos que lleven más a la habladuría que realmente al camino nuevo que el Maestro viene a traer.

      Me quedo con ese «¡Ábrete!», ante nuestras sorderas que amplifican nuestra indiferencia. ¡Eso sí que nos llevaría a armar lío!

      ¡Menudo chiringuito!

      Benedicto XVI y Stephen Hawking

      «No existe ninguna oposición entre la comprensión de la fe respecto a la creación y la evidencia de las ciencias empíricas»[9], subrayaba el papa Benedicto XVI hace unos años, durante la inauguración en el Vaticano de un congreso, organizado por la Pontificia Academia de las Ciencias, al que asistieron reputados científicos, entre ellos, el físico Stephen Hawking. El cometido de este encuentro era analizar el nacimiento del Universo, la evolución de las especies y las teorías de Darwin.

      El reconocido astrofísico, heredero de la cátedra de Newton en la Universidad de Cambridge, ya fue invitado a exponer en el Vaticano sus teorías sobre ciencia y religión hace más de tres décadas, siendo papa Juan Pablo II. Y dejó muy claro que, según sus investigaciones el Universo no tiene un inicio concreto, por lo que no se puede hablar de creación. Después, con cierto humor británico sentenciaba: «Menos mal que el Papa no se ha percatado de lo que he dicho, porque si no igual hubiera acabado como Galileo». Curiosidades de la vida, resulta que Hawking nació justo 300 años después de la muerte del famoso astrónomo que fue rehabilitado en tiempos del papa polaco.

      Conflictos, ciertamente, a lo largo de la historia ha habido muchos entre ciencia y religión. Los conflictos, si se gestionan bien, pueden ayudar a crecer. Creo que eso ha ocurrido entre ambas realidades. Pero, antes de entrar en materia, me gustaría dar una pincelada sobre el Observatorio Astronómico o Telescopio Vaticano. Quizás muchas personas no sepan de su existencia y es muy interesante conocer el esfuerzo que la Iglesia