Varios autores

Nuevos signos de los tiempos


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por hablar español o portugués. Dos latinoamericanos de distintas etnias pueden comunicarse en castellano.

      Después del inglés, el castellano es el segundo idioma en la comunicación internacional por su número de hablantes, su peso cultural específico y la demanda de aprendizaje. Tuvo el mayor crecimiento en el siglo XX y no se limita a una sola región45. Es la segunda lengua del mundo por el número de personas que la hablan como lengua materna, después del chino mandarín. Tiene 427 millones de hablantes nativos. Alcanza los 567 millones con los hablantes con competencia limitada en los cinco continentes, de modo que es la tercera lengua del mundo por el total de hablantes, después del mandarín y el inglés. En Estados Unidos, los hispanos son un 17% de la población y, según los datos a mano, casi un 20% de la población habla castellano. Este es el segundo idioma en Occidente y el primero hablado en el catolicismo. Francisco es el primer papa cuya lengua materna es el castellano. Lo habla con la tonada argentina propia de la ciudad de Buenos Aires. El portugués ocupa el octavo lugar entre las lenguas vivas con más de 200 millones de lusohablantes.

      El castellano y el portugués no son las únicas lenguas derivadas del romance, pero tienen la mayor cantidad de hablantes. Ellas son factores de integración porque españoles y portugueses, e hispanoamericanos y brasileños, nos entendemos en la lengua de nuestros vecinos y muchos tienden al bilingüismo. Los latinoamericanos podemos entendernos en español, portugués o portuñol. El 90% de los hispanohablantes vivimos en América y nuestra lengua sigue un itinerario de inculturación en cada país. Un 95% de los lusohablantes viven en el Brasil. Ambas lenguas nos seguirán vinculando e incluso algunos anuncian un reencuentro entre el castellano y el portugués.

      Hacer teología «desde una experiencia particular» (LC 70) incluye la particularidad de cada idioma. La Iglesia está llamada a alabar a Dios y proclamar el Evangelio a todos los hombres para que cada uno (lo oiga y anuncie) en su propia lengua (He 2,6) y, así, toda lengua proclame que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre (Flp 2,11). El Espíritu mueve a creer, rezar, pensar y predicar en su propia lengua. En la comunidad pentecostal todos quedaron llenos del Espíritu Santo y hablaron en sus lenguas «según el Espíritu les permitía expresarse» (He 2,4). Eran las lenguas de pueblos interiores y exteriores al Imperio romano (He 2, 9-11), que representaban a «todas las naciones del mundo» (v. 5). Esa multitud multicultural y plurilingüística se asombró al escuchar las maravillas de Dios «cada uno en su propia lengua» (vv. 6.8.11). Entonces comenzó a cumplirse la misión dada por Jesús de ir «a todos los pueblos» (Mt 28,19), «a todas las naciones» (Lc 24,47). «La lección es clara: la Iglesia vuelve a confirmar todas las lenguas de los hombres»46.

      La palabra «lengua» se entiende no solo en un sentido semántico y literario, sino con un significado antropológico y cultural. La lengua es la primera expresión de la cultura de un pueblo. El misterio del Pentecostés permanente mueve a insertar y reexpresar el kerigma de la sabiduría cristiana en las culturas para que el pueblo escatológico de Dios se realice en «toda lengua, raza, pueblo y nación» (Ap 7,9), acogiendo a los que «vienen del este y el oeste, del norte y el sur» (Mt 8,11).

      Quiero destacar el valor de la lengua para pensar la fe de una forma inculturada, recordando que, hasta el Vaticano II, la teología y la liturgia se decían en latín. El Concilio impulsó el uso de la lengua vernácula en la liturgia, lo que también se extendió a la teología. En la actualidad nuestra lengua es relevante para la vida y la fe de cientos de millones de católicos. Podemos y debemos trabajar juntos para que sea más significativa en la teología. Durante décadas en la Comisión Teológica Internacional no se habló en castellano. Hoy hablamos en cinco idiomas y, por primera vez, los presidentes de las tres subcomisiones son de lengua española. Así como el francés y el alemán marcaron la teología del siglo XX, es posible que en este siglo XXI se consolide una teología en español y portugués. Tradicionalmente se traducen obras de otras lenguas al castellano. Hoy, además, se traducen a otros idiomas libros y artículos de españoles y latinoamericanos de varias generaciones. Y se da un intercambio editorial de obras producidas en distintos continentes.

      Entonces nuestra quaestio se puede reformular así: ¿qué significa pensar, decir y escribir teología en la unidad plural de nuestra lengua castellana –y en portugués–, cada uno con su propio acento, deje o tonada, desde ambos lados del Atlántico, recreando nuestra tradición iberoamericana y procurando una mayor colaboración institucional, en la viva comunión de la catholica y ante los nuevos signos de los tiempos, como la interculturalidad global y la cultura del descarte? Contamos con el testimonio de muchas figuras señeras de la teología posconciliar en España y en América. Destaco solo dos autores, muy distintos, que hacen teología en castellano y crean lenguajes teológicos.

      Gustavo Gutiérrez representa la teología de la liberación. Con el tiempo, varias de sus posiciones se convirtieron en patrimonio común de la teología y del magisterio. Gutiérrez enriquece la teología en lengua castellana con su dejo peruano, bebiendo en su propio pozo, tanto por la originalidad de su pensamiento como por la riqueza de su lenguaje, lo que le valió el honor de ser incorporado en 1996 en la Academia Peruana de la Lengua. Señalo la belleza de su prosa, el empleo exquisito del vocabulario español actual y antiguo, su uso vivaz del habla popular, la creación de frases significativas –el Dios de la Vida, el reverso de la historia–, la inagotable capacidad de sus metáforas, la asunción de textos poéticos y místicos, el diálogo con los grandes escritores peruanos César Vallejo y José María Arguedas. En su texto de ingreso en la Academia, Lenguaje teológico: plenitud de silencio, reflexionó sobre la lengua desde Dante Alighieri y Antonio de Nebrija hasta la propuesta de decir a Dios en el lenguaje de la fe universal en cada cultura particular.

      «No hay teología que no tenga su dejo propio para hablar de Dios. Un sabor, un gusto especial, que es lo que la palabra “dejo” significa también. Las diferencias en ese hablar deben ser respetadas. La tensión entre la particularidad y la universalidad es de una gran fecundidad para el lenguaje teológico»47.

      Olegario González de Cardenal escribe teología aprovechando las riquezas del idioma de Castilla. Simboliza en el árbol de la encina la fidelidad creadora en tiempos difíciles; dice a Cristo desde las dos laderas de la montaña con voces de teólogos y de poetas; crea expresiones teológicas –«la entraña del cristianismo»– desde la tradición bíblica y castellana. En 2010, al ser declarado ciudadano ilustre de Salamanca, repensó el diálogo entre la teología y la ciudadanía. Analizó tres figuras de Salamanca que contribuyeron a desarrollar el castellano como una lengua teológica, filosófica, jurídica, poética y mística: Francisco de Vitoria, Luis de León y Miguel de Unamuno. Un poco antes, resumió un rasgo de su talante enfatizando el pensar desde su «lugar propio»:

      Crecido en medio de cuatro (situaciones existenciales) y sabiéndome deudor de ellas, he intentado pensar desde mi lugar propio, nutriéndome además de las figuras matrices de la cultura hispánica, desde los místicos [...] hasta los mismos filósofos [...]. Y lo he hecho fijando la mirada en la conciencia española del último medio siglo48.

       5. ¿Una teología más científica, profética y sapiencial?

      En este punto invito a pensar, con algunas proposiciones sintéticas, diversas formas de hacer una teología íbero-latino-americana, acentuando su estilo profético, para enmarcar el desafío de hacer teología «en tiempos de globalización, interculturalidad y exclusión».

      Hay, al menos, tres formas del lenguaje discursivo que tienen como referente último al singular Dios, según se lo conjugue en primera, segunda o tercera persona. Con la confesión de fe se responde al mensaje propuesto en nombre o en lugar de Dios, dicho en primera persona por el oráculo del revelador o el anuncio del profeta. En ese lenguaje, Dios nos habla como a sus amigos (DV 2). Las plegarias dirigidas a Dios en segunda persona, en la frase o en el poema que eleva el corazón orante, piden, agradecen y cantan a Dios su Don y sus dones. De esa forma conversamos con Dios como con un «tú». Hablando acerca de Dios, en tercera persona, como de un «Él», el teólogo profiere un discurso narrativo y argumentativo acerca de Dios y de