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Nuevos signos de los tiempos


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Esta tarea debe ser fruto de un intercambio entre personas e instituciones de teológicas que están a ambos lados del Atlántico.

      Este ensayo llama la atención sobre el desafío de desarrollar una teología íbero-americana en castellano en el siglo XXI. Para pensar esa cuestión, el discurso dará cinco pasos en torno a estos puntos: la tradición histórica común (1); la inculturación teológica conciliar (2); el kairós del pontificado de Francisco (3); la mediación lingüística castellana (4), un estilo teológico tridimensional (5). El despliegue progresivo de estas etapas nos llevará a nuevas formulaciones de la cuestión.

       1. Las huellas de una historia teológica común

      La vitalidad de una teología se debe a las personas, las instituciones y las publicaciones. En la etapa posconciliar se dio una emergencia novedosa de la teología en España, América Latina y Estados Unidos. Ya lo está reflejando la historia de la teología, ligada las historias de la Iglesia y de la cultura, un área muy desarrollada en el último medio siglo3. Se trazan esbozos de esa historia en España4 y en América Latina5, y se presentan itinerarios teológicos6. La narración de esa historia en cada país es dispar. En Argentina están apareciendo panoramas y estudios específicos7.

      En el ámbito español se destaca el influjo histórico de la universidad de Salamanca, donde se gestó la llamada «escuela española de la paz». América presentó nuevas cuestiones a la fe y la ética, que fueron asumidas por pensadores salmantinos del siglo XVI. Ellos hicieron grandes aportes a la teología, la filosofía y el derecho, como reconoció Juan Pablo II8. Sus grandes pensadores, desde el dominico Francisco de Vitoria al jesuita Francisco Suárez, en el alba de la modernidad, pusieron las bases del derecho internacional desde la tradición católica y el derecho de gentes. En el arco de un siglo, allí estudiaron o enseñaron A. de Nebrija, J. del Encina, F. de Vitoria, D. de Soto, M. Cano, B. de Carranza, Juan de la Cruz, Luis de León, F. Suárez, Góngora, Calderón de la Barca...

      Las primeras universidades americanas fueron las de Santo Domingo –erigida por bula papal en 1538, aprobada en 1558– y las de México y Lima, creadas por cédula real de Felipe II en 1551. La primera generación fue formada en Salamanca; algunos en Alcalá de Henares. Salamanca fue el alma mater de los nuevos centros, con los que tuvo una intensa cooperación. La universidad castellana influyó a través de su modelo institucional, de los planes de enseñanza, de los estudios de teología y su influjo de santo Tomás de Aquino9. Una situación original –además de los aportes teológicos al concilio de Trento– fue el intercambio entre las cuestiones americanas y la reflexión académica. La irrupción de América en la historia repercutió en la teología. La llamada cuestión indiana revolucionó los esquemas teóricos, llevó a España a ser el primer Imperio que puso en tela de juicio los derechos sobre sus conquistas, y tuvo la contundencia de un hecho generador de derecho. Entre 1522 y 1616 discutieron aquellos temas 89 tratadistas, 32 de ellos profesores de Salamanca.

      En América, a partir de 1492, se configuraron pueblos nuevos que, en el marco de la monarquía hispánica, reflejaron un comienzo de unificación del mundo en el espacio y el tiempo, una primera universalidad en el horizonte del catolicismo, antes que la Ilustración. La teología americana compartió la historia de la Iglesia y de los pueblos. «Hubo mucha y buena teología en la América colonial española, en la América republicana emancipada, desde 1810 a nuestros días»10. Ella fue, desde el siglo XVI, una teología más o menos inculturada, en diálogo con las realidades americanas y la reflexión española. Entonces, por la inédita situación planteada desde 1492, surgió lo que M. Vidal llama «América: problema moral»11. Los procesos de descubrimiento, conquista, colonización y también de evangelización generaron polémicas de un profundo contenido teológico-político, porque se referían a las relaciones sociales entre seres humanos. Pero fueron cuestiones teologales porque en ellas se jugaba la fe en Dios, Padre de todos. En los otros humillados aparecía la alteridad radical, creadora y misericordiosa de Dios. La quinta parte del libro de G. Gutiérrez sobre Bartolomé de las Casas se llama Dios o el oro en las Indias y pone de manifiesto el vínculo entre la idolatría y la injusticia, reverso de la fe en Dios que opera la justicia por la caridad12.

      Aquel momento fundante muestra la interrelación entre las cuestiones americanas y los maestros españoles, que enseñaban en la Península o venían a América como misioneros-profesores. Ellos hicieron una primera síntesis entre la escolástica católica y el humanismo moderno. Las principales figuras forman la unidad plural de una teología con teologías de acentos diversos. Así lo reflejan las distintas posiciones de los salmantinos Francisco de Vitoria y Domingo de Soto; los contrapuntos de Bartolomé de Las Casas con Ginés de Sepúlveda y las diferencias con su maestro Vitoria; los aportes del polifacético agustino Alonso de Veracruz para una antropología americana y una filosofía y teología inculturadas, del dominico Tomás de Mercado sobre moral económica, o del jesuita José de Anchieta en su mariología poética. En la segunda generación de salamantinos están Luis de León y Domingo Báñez. Muchos de ellos, acá y allá, se citaban unos a otros. La obra, incompleta, de Bartolomé de las Casas, De unico vocationis modo omnium gentium ad veram religionem y el manual De procuranda indorum salute, de José de Acosta, esbozaron una novedosa teología de la misión, en el marco de un amplio debate sobre la evangelización y la fe.

      Las grandes cuestiones disputadas fueron la legitimidad de la conquista, la colonización y la guerra a los pueblos de estas tierras, poniendo en cuestión los títulos de las autoridades religiosas y políticas; la afirmación de la dignidad –y la libertad– humana del indio y luego del negro; la lucha por la justicia desde el Evangelio; el sentido, la forma y la credibilidad de la evangelización, incluyendo la promoción humana; la actitud ante las culturas, religiones y lenguas de pueblos originarios; los derechos de las «gentes» y la comunicación entre las naciones; la inculturación catequística de la vida cristiana y sacramental según el programa reformador tridentino; la forma de organizar la convivencia política en ciudades; las causas y consecuencias del mestizaje cultural; y otras.

      Se podrían seguir los temas tratados por la teología barroca, el pensamiento ilustrado y la neoescolástica. El barroco de Indias, «una época de extraordinaria vitalidad»13, nos pinta con un color propio, distinto de otras matrices culturales. Se expresó en la religión, el pensamiento y las artes del siglo XVII, en escritos de sor Juana Inés de la Cruz en México y las esculturas de Aleijadinho en Ouro Preto. En 2010, en el Bicentenario de Argentina, Jorge Mario Bergoglio escribió:

      Somos un pueblo nuevo, una «patria niña...» al decir de Leopoldo Marechal. América Latina irrumpe en la historia universal hace 500 años portando la riqueza de los pueblos originarios y la mestización del barroco de Indias. [...] Luego vinieron las inmigraciones que se acriollaron, que se unieron y fueron configurando nuestro rostro actual. Esa raigambre histórico-cultural, esa continuidad histórica, ese modo de ser, ese êthos, esos legados, esas trasmisiones son los que resultan difíciles y dolorosos de integrar, unir, sintetizar entre nosotros... Se nos impone la tarea de mirar nuestro pasado con más cariño, con otras claves y anclajes, recuperando aquello que nos ayuda a vivir juntos, aquello que nos potencia, aquellos elementos que pueden darnos pistas para hacer crecer y consolidar una cultura del encuentro y un horizonte utópico compartido14.

      Aquel momento cultural estuvo marcado por varias cuestiones teológicas: la relación entre la gracia y la libertad, ante las variantes del jansenismo; las responsabilidades morales de los gobernantes y las actitudes ante la autoridad; los derechos civiles y religiosos de los amerindios, afroamericanos y mestizos; la formación teológica del clero y los vínculos entre la teología, la filosofía y las ciencias; la organización eclesiástica en el paso del patronato al vicariato regio en la reforma carolina; el valioso desarrollo de una religiosidad popular latinoamericana, barroca e inculturada.

      En el tiempo de las independencias y el inicio de la era republicana hubo jalones representativos del pensamiento teológico, filosófico y jurídico. Basta señalar