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Nuevos signos de los tiempos


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sino por el Espíritu de vida, que los habilita para hacerlo?

      Nosotros hemos descubierto como Buena Nueva que donde todo confluye a la muerte antes de tiempo y a la deshumanización, en medio de esas muertes que claman al cielo por enfermedades de pobres, por mengua o por la violencia, en medio de tantos que no pueden resistir esa presión y se elementarizan hasta convertirse seres entregados a sus pulsiones o dispuestos a arrebatar lo que anhelan hasta que los abatan a ellos, en ese mismo hábitat muchos seres humanos no se resignan ni a morir ni a vivir sin dignidad y, al tener que esforzarse en ese ambiente letal, en ese intento tan arduo, llegan a ser sujetos humanos plenos y personas extraordinariamente cualitativas. Es la constatación gozosa de lo que dice Pablo: que donde abunda el pecado sobreabunda la gracia (Rom 5,20).

      Lo cualitativo de esa humanidad no estriba en el desarrollo eminente de aspectos específicos. Son plenamente humanos por el cultivo asiduo de lo humano frente a la inducción ambiental de lo inhumano, por la necesidad de la acción humanizadora continua para mantenerse en vida y para que la vida sea humana.

      Esa acción incesante, decimos como Buena Nueva, es acción en obediencia al Espíritu, porque siendo lo más genuino de ellos, es rigurosamente trascendente, porque hablando globalmente los supera, los supera por inmanencia, pero los supera, y ellos son conscientes de ello, de que son sostenidos y alentados, de que les salen fuerzas de flaqueza, esperanza cuando no hay motivos para esperar, de que no saben cómo siguen, de que cuando dan lo que no tienen son ayudados.

      Esto lo viven como la realización del umbral mínimo de lo humano, como la determinación de no perder ese mínimo, de ir haciendo lo que se siente que no se puede dejar de hacer; como el empeño de no perder la cotidianidad, aunque se vive a salto de mata, de ser fieles a lo que va demandando la vida, de vivirla con todo el cariño y el sabor posible, gozando como niños de las pequeñas alegrías, afrontando los trabajos excesivos y solemnizando también la muerte. A veces no se puede más y se cede; pero se vuelve sobre uno mismo y se sigue respondiendo a la vida con todo lo que se tiene y con más de lo que se puede.

      A esto Sobrino lo llama «santidad primordial»12 y entiende por ella «ese anhelo de sobrevivir –y convivir unos con otros– en medio de grandes sufrimientos, los trabajos para logarlo con creatividad, dignidad, resistencia y fortaleza sin límites, desafiando inmensos obstáculos»13. Insiste en que, si nos hacemos cargo de ella, nos «debe producir respeto y veneración» y explica convincentemente por qué. Nosotros insistimos en la acción manifiesta del Espíritu en ellos o, mejor, a través de ellos como sujetos plenamente humanos, propiciando su humanización.

      Pero es que además la mayoría de estos pobres dignos y creativos son personas de fe personalizada. Están convencidos de que viven de fe o, dicho de otro modo, de milagro. Saben que Dios está siempre con ellos como fundamento de sus vidas y principio de su obrar. Aunque a veces manifiestan también sus roces con Dios, sus dudas, sus desfallecimientos. Pero, aun en esas ocasiones, no interrumpen la relación con Él; por el contrario, la queja dolorida es pábulo para la relación, y al final siempre acaban reconociendo que, aunque ellos se alejen, Dios sigue sosteniéndolos.

      La religión del pueblo en estas personas de fe se expresa en símbolos y ritos, porque son personas rastreadoras del actuar de Dios en la vida, pero se expresa sobre todo en la interlocución continua, respetuosa, pero también libre, con Dios. Por eso esta relación es en ellas principio de personalización. También pelean con Dios, como Job; pero a la larga se rinden a lo que captan como su voluntad. Dicho con sus palabras, se entregan a Dios.

      Son estos los que Ellacuría llama «pobres con espíritu»14, que son no solo el corazón de la Iglesia, los testigos más fehacientes de Jesús resucitado y de la presencia del reinado de Dios, sino también los que más contribuyen a que este mundo siga siendo a pesar de todo vivible y humano. No hay mayor tesoro que tener a algunos de ellos como amigos e incluso como hermanos en la comunidad cristiana.

      Como el Espíritu es el de Dios y el de Jesús, la fe en Dios y el seguimiento de Jesús contribuyen grandemente a discernir el impulso del Espíritu de otros epocales que pueden poseer gran intensidad emotiva y tienden a prevalecer sobre el impulso espiritual.

      Nos preguntamos si lo que Gustavo Gutiérrez llamó «la fuerza histórica de los pobres»15 se refiere meramente a la irrupción histórica que tuvieron en su época o a esa obediencia primordial al Espíritu, a esa santidad primordial de la que hemos hablado y que sostiene ese surgimiento, lo direcciona y lo preserva hasta cierto punto de desviaciones. Para nosotros no hay que excluir lo primero, pero lo más básico es lo segundo.

       Dios pasa por las personas consistentes que emplean su libertad liberada en vivir dignamente y sirviendo a los demás. Pasa también por los que ayudan a que se constituyan personas así. Nos encontramos con Dios conviviendo con esas personas 16

      Si lo que se le opone más frontalmente a Dios en Nuestra América es el mercado totalitario, no habrá verdadera libertad ni justicia ni fraternidad, ni por tanto presencia victoriosa del Espíritu de Dios, hasta que la densidad de los seres humanos no sea mayor que la de las corporaciones globalizadas y los grandes inversores. Si esta meta es imposible y hasta el mero enunciado nos parece disparatado, tenemos que resignarnos a que ellos nos sigan dominando.

      Pero no es imposible porque ya existen en Nuestra América esos seres humanos. El poder del mercado totalitario está en seducir con las mercancías e imponer la relación salarial y muchas medidas que toman los gobiernos. Más densidad que las corporaciones y los inversores significa libertad respecto de sus encantamientos y de sus imposiciones. Libertad porque ni les seducen los encantos de la publicidad ni les constriñe la imposición de sus reglas de juego, y para trabajar en la dirección de ir creando una alternativa superadora. La constitución de una masa crítica de seres humanos con esta densidad es la base, son los cimientos, de una mundialización alternativa en la que quepamos todos como hermanas y hermanos, como hijas e hijos de Dios.

      La constitución de seres humanos así es el objetivo irrenunciable del cristianismo. Eso fue Jesús y por eso no pudieron quebrarlo, sino que en el suplicio llevó hasta el colmo su libertad liberada, de manera que el centurión que presidía el suplicio y no sabía nada de él, por la observación, primero curiosa, luego interesada, más tarde admirada y por fin sobrecogida de cómo vivió, no reactivamente sino dueño de sí y en respectividad positiva, la tortura, concluyó que tan humano, tan humano solo un hijo de Dios podía serlo. A eso mismo nos llama su seguimiento y al llamarnos nos da su mismo Espíritu que nos capacita.

      Así pues, esta propuesta es insustituible para superar la situación de pecado, y hacer presente al Dios de la humanidad. Hay que reconocer que es lo más difícil, pero también es verdad que estos seres humanos realmente libres del totalitarismo del mercado llegan a una densidad humana que no hubiera sido posible de otro modo y que, en todo caso, es imprescindible en la actual coyuntura.

      Estos seres humanos son los pobres con Espíritu de los que hablamos en el apartado anterior. Y por eso dijimos que por ellos pasa Dios y que en ellos lo encontramos. Pero no solo en ellos. Pasa en todos los solidarios, cuando no restringen la solidaridad a una causa más allá de su cotidianidad. Esas personas que viven para que sea posible la vida, para que triunfe la humanidad, para que haya justicia, se respeten los derechos humanos y se realice por fin la democracia, y lo viven desde su condición de seres de necesidades, y por eso dan de su pobreza, esas personas se dejan mover por el Espíritu Santo de la humanidad, por ellas pasa Dios salvando y encontrándonos con ellas, nos encontramos con Dios. Por eso también nos encontramos con Dios cuando nos dedicamos a esta tarea de constituirnos como personas consistentes y colaboramos con otras para que lleguen también a serlo.

      Así pues, la base para superar el totalitarismo de mercado, para superar lo que se opone a Dios y lograr que el impulso de su Espíritu lleve la voz cantante en Nuestra América, lo que más urge trabajar en uno mismo y fomentar en los demás, es el adensamiento propio como ser humano: hacernos personas consistentes y ayudarnos mutuamente para que lleguemos a serlo, que ese es el significado literal de con-sistir. Vamos a subrayar los diversos aspectos que entraña esta tarea. Ante todo asumirnos como individuos y tratar