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Nuevos signos de los tiempos


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embargo, muchas personas temen quedarse solas y no pueden estar en silencio. Es un imperativo sagrado hacernos capaces de estar en soledad porque en este silencio es donde debemos escuchar la voz insobornable de la conciencia, a través de la que habla el mismo Dios (GS 16). Los seres humanos no somos productos en serie, sino que provenimos de la relación personalizada de Dios, que nos conoce por nuestro nombre y nos hace ser ese ser único que somos. Por eso cada uno contribuye al conjunto en la medida del don recibido.

      Esto hoy no va de suyo, por eso hay que hacerse cargo del problema y emprender y ayudar a emprender el arduo proceso de la verdadera constitución del individuo como ser humano cabal con una interioridad insobornable, capaz, por tanto, de escucharse a sí mismo y a su conciencia, de escuchar a los demás y escuchar a Dios. ¿Cómo va a estar con los demás quien es incapaz de estar consigo mismo?

      Ahora bien, ese individuo tiene que constituirse en un sujeto. No puede ser mero receptor de contenidos y pautas para que sea configurado por ellas, no puede ser mero ejecutor de lo programado por otros, ni consumidor de lo publicitado. Tiene que ser sujeto de su vida y del mundo, en cuanto de él depende. No solo sujeto agente, también sujeto como sensibilidad, como ser de necesidades, como ser vulnerable, pero también como carne abierta a los demás para expresarse y comunicarse y para unirse con los demás por la simpatía y la compasión. Constituirse como sujeto en este sentido radical exige una decisión tercamente mantenida frente al establecimiento que nos exige atenernos a las reglas de juego establecidas, si queremos ser exitosos17. Si no nos responsabilizamos de nosotros mismos, no podemos responder a Dios.

      Pero, lo más decisivo es que este individuo que, desde su soledad irrenunciable, se asume como sujeto, entabla relaciones de fe18 con otros seres humanos, basadas no solo en lo que observa de los demás (relaciones de sujeto a objeto), sino en la autorrevelación de ellos (relaciones de sujeto a sujeto). Son estas relaciones las que nos constituyen como personas. El ser persona es lo más denso y decisivo para los seres humanos.

      Cada uno es siempre persona en cuanto que Dios se relaciona personalmente con él; pero no acaba de serlo si no se abre a esta relación y le corresponde. Lo mismo cabe decir respecto de sus padres y otros adultos que se relacionan con él teniendo fe en él. En este sentido todos somos hijos del amor: han tenido fe en nosotros, nos han amado personalmente, antes de que nosotros comenzáramos a amar. Por eso el amor es, ante todo, responsable: respuesta a quienes nos han amado primero e incondicionalmente. Por eso personalizarse es amar a los demás como Dios nos ama a cada uno. Cuando obramos así, Dios pasa por nosotros y nos constituimos en lugar para encontrarse con Dios.

      Hoy, ambientalmente, se desconocen las relaciones personalizadoras. Cada quien, se dice, es meramente un individuo. Las relaciones las entabla cada quien para lo que él quiere y mientras lo siga queriendo. No son constituyentes. Esta es la diferencia mayor respecto del orden establecido. Para nosotros el ser humano, partiendo de su incanjeable dimensión individual, es un sujeto que se realiza en las relaciones horizontales, mutuas y simbióticas, que son, paradigmáticamente, de hijos y de hermanos, de hijos confiados y responsables y de hermanos que conviven no descargándose en los demás y ayudándose a llevar solidariamente las cargas. El ejercicio denodado de estas relaciones es el que nos constituye y adensa, el que nos da consistencia humana. Es también obediencia primordial al impulso del Espíritu y por tanto encuentro inmediato con él.

      Si somos capaces de constituirnos en seres humanos así y, por tanto, de ayudar a que otros se constituyan del mismo modo, lograremos vivir con libertad liberada y esta libertad nos capacitará no solo para no aprovecharnos de una situación de pecado, sino para vivir alternativamente y, desde esta vida alternativa, crear comunidades, grupos, asociaciones e instituciones alternativas. Este punto tiene que constituir hoy el aporte principal del cristianismo a América Latina. Un aporte que no vendrá para grandes números de ninguna otra fuente.

      Hay que decir que este empeño por la constitución personal no es solo un proyecto, porque hoy existen personas así y no como excepción, sino formando con sus relaciones un tejido de fondo que vence a la situación de pecado y hace presente a Dios y es lugar de encuentro con Él. Volviendo a tomar el ejemplo de mi país, choca a los europeos o estadounidenses que nos visitan que, en medio de tantas privaciones que parecerían exigir vivir en agonía perpetua, es decir, en una lucha que no ceja entre la vida y la muerte y no ceja porque, si no, la persona muere, sin embargo el tono ambiental no es agobiante: se puede ver con frecuencia a unos dirigiéndose a otros coloquialmente y echando broma, o a mamás o papás o a abuelas cargando cariñosamente con sus hijos o caminando de la mano tranquilamente con ellos, o a jóvenes o adolescentes hablando animadamente; y en muchos trabajos el ambiente es distendido sin que eso implique menos dedicación. Y, sobre todo, que muchos viven esta lidia que no cesa en paz y plantándole cara airosamente.

      Tenemos, pues, un capital de base; pero tenemos que seguir cultivándolo en nosotros y en otros con toda solicitud hasta que haya una masa crítica que no solo resista a la deshumanización que induce el orden establecido, que es una situación de pecado, más que en tiempos de Medellín, que la calificó de este modo19, sino que sea capaz de pergeñar una alternativa superadora y de encaminarse resueltamente hacia ella de manera que la presencia de Dios sea ambientalmente patente. Sin embargo, volvemos a repetir, en todos los ambientes, sobre todo en el pueblo y entre profesionales solidarios, se encuentran personas así y ellas dan testimonio de que se puede vencer al mal a fuerza de bien y constituirse en principio de alternativa superadora. En personas así nos encontramos con la presencia de Dios, que se define a sí mismo como el que da consistencia para superar la opresión y edificar una existencia alternativa (cf Éx 3,14).

      Queremos insistir en que el modo más radical de lograr una consistencia superior a las corporaciones globalizadas es llegar a ser permanentemente un tú de Dios. Y esto no se logra abstrayéndose de la realidad para estar a solas con Él, ni dedicándose a ejercicios que desemboquen en esa presencia. La fe, la esperanza y el amor se realizan en la vida, cuando se la vive sin privilegios ni cortapisas, cuando se hace frente a la realidad desarmadamente, desde lo más genuino de uno. Dios nos sale al paso para ser nuestro compañero fiel («Diosito nos acompaña siempre») cuando no nos plegamos a la dirección dominante de esta figura histórica, cuando no estamos amparados en privilegios ni confiamos en el dinero, o en nuestra capacitación o en una institución prestigiosa a la que nos enfeudamos, ni cuando, al carecer de todo esto, nos resignamos a la derrota. Cuando desde nuestro desvalimiento proactivo nos abrimos a Él, a la situación y a las hermanas y hermanos, Dios se convierte en nuestro tú. El diálogo no es tanto frente a frente sino codo a codo. Se trata de vivir la vida con Él como el compañero de camino, que no nos ahorra nada, pero que con su interlocución constante nos sostiene y nos da motivación y fuerza para caminar en la verdad, en la justicia y en la solidaridad. En esa relación uno llega a ser un yo genuino y abierto siempre desde su insobornable soledad; llega a ser verdadero sujeto, no un sujeto mediatizado por los dictados del orden establecido ni esclavo de su pasión dominante, y se constituye en persona en el sentido más denso y cabal del término, tiene su paradigma en la Trinidad, cuyas personas se definen como «relaciones subsistentes»20.

       Cultivar esmeradamente la polifonía de la vida sin dispersión, porque la relación filial y fraterna llevan la voz cantante, hace presente a Dios

      Actualmente en las sociedades más modernizadas de nuestra región domina el paradigma de Babel: una sociedad fuertemente piramidal (América Latina es la región más desigual del planeta) en la que multitud de hormigas trabajan disciplinadamente en un horizonte de homogeneidad impuesta (la cultura de masas que las corporaciones fabrican para ellas y que se reduce a incansables variaciones de lo mismo) y unidimensionalizado, ya que todo se engloba en el círculo de producción-consumo. La gran disciplina, a la que se refería Hegel hablando de Roma21, se da en el trabajo y también en el consumo, ya que hay que someterse a las condiciones del empleador y abstenerse de casi todo para poder pagar en muchísimos años un apartamentico y comprar, tras muchos años, un minicarro y darse de vez en cuando algún respiro o, para otros, para mantenerse en una mínima normalidad, aunque sea en el último escalón del establecimiento, pero con la satisfacción de que, al menos, se está dentro.

      Frente a este paradigma