la represión a la creación de monstruos literarios fue recurrente y, quizás, solo empezara a debilitarse en los años setenta y ochenta, cuando las temáticas del satanismo y de la sexualidad —todavía bajo influencia baudelairiana— ganaron terreno39. No obstante, desde unas décadas antes, el realismo mágico intentó, de algún modo, enmascarar un cierto aspecto de evasión que caracteriza a lo fantástico, buscando un recorte que lo encajase en un «real» permeado por el color local de las tierras y de las gentes americanas. En este esfuerzo, pese a ser valeroso y bienintencionado, se puede considerar que hubo un desvío con relación a las producciones de autores que podrían haber sido catalogados como escritores fantásticos —e, igualmente, un retraso en la concesión de un espacio adecuado para las producciones literarias de este cariz—. Se pasó a utilizar, igualmente, el término «maravilloso» para agrupar todos los elementos fantásticos introducidos en el mundo «real» retratado en los relatos. Hay, aquí, un esfuerzo paradójico: por un lado, se pretendía ahuyentar al realismo crudo y, por otro, romper con el racionalismo posIlustración. Uno de los primeros escritores brasileños que fue considerado por los estudiosos como perteneciente al realismo mágico fue Mário de Andrade, gracias a su obra Macunaíma (1928), a pesar de que el término recogía en especial las obras de los años cincuenta, en los que sobresalieron los libros de Jorge Amado y del colombiano Gabriel García Márquez. Con la fiebre de los superventas desde los años ochenta y, también, en parte debido a la denominada literatura infantojuvenil —que siempre ha aceptado mejor el género fantástico—, tal vez en el siglo XXI se esté viviendo el mayor esplendor del fantástico literario en Brasil (sin que ello, no obstante, indique necesariamente algún tipo de uniformidad cualitativa).
Como dejé claro en el texto inicial de este libro, los siglos XX y XXI señalan, en gran medida, la primacía de los medios audiovisuales que, sobre todo el cine, influyen en la literatura —y eso desde su aparición, a finales del siglo XIX, cuando pasa a ofrecerle a los escritores sugerencias estéticas, formales y temáticas—. Luego, no se puede, aun así, negar que la literatura fantástica universal haya tenido reflejos en el cine, que absorbió —y sigue haciéndolo— temáticas relevantes, muchas ellas de ambientación gótica, en sus recorridos por caminos expresivos. Si desde sus orígenes el cine ha abrazado lo fantástico —de forma casi vocacional—, este dejará huellas en la literatura, pero de ella igualmente recibirá aportes.
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