Lázaro Albar Marín

La fuerza de la esperanza


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puesta toda la esperanza en el Señor.

      ¡Qué fuerza tiene el Adviento! Entra en nuestra vida con la esperanza de renovarla, basta ser dóciles a las mociones del Espíritu Santo para preparar el nacimiento de nuestro Salvador y así nuestro corazón llega a resplandecer.

      La oración del Adviento en el seguimiento de Jesús tiene sus rasgos que van a hacer que la esperanza se levante como bandera vencedora en la batalla con nosotros mismos y con los enemigos del Reino.

      Al final de todo el paisaje, como el que sube a lo más alto de la montaña para lanzarse en los brazos de Dios, así va modelándose nuestra vida hasta el abandono en Dios que adquiere más fuerza al atardecer de la vida. Durante todo este itinerario ha brillado en el cielo de nuestro corazón, María, Estrella de la Evangelización, Madre de la esperanza. Llegar hasta aquí es hacer de la vida como una piedra preciosa tallada que recibe destellos de luz del que es la luz del mundo, Cristo, la fuente de toda esperanza.

      1 La humildad, puerta de la esperanza

      1. El valor oculto de la humildad

      El cristianismo propone una esperanza para la humanidad, incluso después de su muerte, esperanza que descansa en los méritos de Cristo a través de la entrega de su vida y que es dado por Dios solo por gracia para que todo aquel que crea en esta palabra se salve y pueda gozar de todos los beneficios que nos ha prometido Jesús, el Señor. El papa Francisco en su Exhortación apostólica sobre la alegría del Evangelio nos dice: «La verdadera esperanza cristiana, que busca el Reino escatológico, siempre genera historia»[6]. Cuando en el corazón humano brota la humildad es posible acoger el Reino prometido de justicia y paz que empieza a crear una historia de esperanza en que lo mejor está por venir y donde Dios lleva nuestra historia. Un corazón humilde es un corazón que espera, y cuando la esperanza es cristiana el corazón espera en el Señor.

      ¡Qué importante es la humildad en el camino espiritual! Es la base para emprender un buen camino. Quien elige este camino empieza reconociendo su propio barro, su pobreza, su necesidad de contar con Dios y con los demás para crecer, para avanzar.

      El servicio a los demás pertenece a nuestro ser sacerdotal recibido en el bautismo, es darle a Dios nuestro barro, nuestra miseria, para que Él nos modele en cada momento de nuestra vida identificándonos con Cristo desde la pobreza de Belén hasta el fracaso en la cruz. La verdadera humildad es identificación con Cristo, reproduciendo en nuestra vida su misma vida. Me pregunto por qué Jesús nació humillado en un pesebre, donde comen los animales, y murió humillado en una cruz. ¿Por qué la pobreza de Belén y su humillación? ¿Por qué padecer la más alta humillación en el árbol de la cruz?

      Y es que la humildad tiene un valor oculto, desconocido por muchos, pero es un verdadero tesoro para quien la descubre. Famosas son las palabras de Antoine de Saint-Exupéry en su obra El Principito: «Lo esencial es invisible a los ojos». La humildad es esencial en el seguimiento de Jesús: «aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29). Todo el hacer de un discípulo de Jesús debe llevar este sello, el sello de la sencillez, la humildad y el amor.

      Humildad conecta con la palabra latina «humus», la tierra fecunda para la vida, es decir, la humildad da fecundidad a la vida espiritual. La humildad es muy fecunda, da mucho fruto espiritual. Al menos en su origen la humildad se halla ligada de forma indisoluble a la tierra, en cuanto esta es posibilidad de crecimiento, de desarrollo, de creatividad. La tierra de la humildad está pronta para el milagro de la vida nueva. Es la tierra de la persona que ama, habita y trabaja sin rencor; es la tierra de la semilla de la paciencia; es la tierra de lo que germina desde el interior. En la profundidad del ser sobre todo el amor, pero un amor que se expresa humildemente, delicadamente.

      Dietrich von Hildebrand, filósofo y teólogo alemán, nacido en Florencia en el siglo XIX, nos dice: «La humildad es la condición previa, el supuesto fundamental de la autenticidad, belleza y verdad de todas las virtudes. Ella es “mater et caput”, madre y cabeza de toda virtud».

      Ser humilde consiste ante todo en atender a la realidad, ser realista. Josef Pieper, también filósofo alemán, nos recuerda que esta virtud consiste ante todo en que el ser humano «se tenga por lo que realmente es»[7]. Sin humildad, sencillamente nos separamos de lo real. Nuestra realidad es pobre y la humildad nos hace reconocer nuestra miseria.

      San Jerónimo dice: «Nada tengas por más excelente, nada por más amable que la humildad. Ella es la que principalmente conserva las virtudes, una especie de guardiana de todas ellas. Nada hay que nos haga más gratos a los hombres y a Dios como ser grandes por el merecimiento de nuestra vida y hacernos pequeños por la humildad».

      El sufrimiento y la debilidad humanos nos ofrecen un camino hacia la humildad. En la cumbre de la humildad está la humillación. Aquellos que por amor llegan a humillarse como lo hizo Jesús serán ensalzados, esta es una de las promesas de Jesús para los que le siguen: «el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado» (Mt 23,12). Es lo que hace el apóstol Pablo por amor a la comunidad de Corinto: «¿Acaso tendré yo culpa porque me abajé a mí mismo para ensalzaros a vosotros anunciándoos gratuitamente el evangelio de Dios?» (2Cor 11,7). Pero, ¿qué es lo que movía el interior del corazón del apóstol Pablo? Tocado por el fuego del Espíritu, por el amor desbordante de Dios, le impulsaba la fe inquebrantable en el rostro de Cristo y la esperanza de la realización de las promesas del Señor.

      2. La humildad brota del amor

      La humildad está unida a la modestia, sencillez, pobreza. Estas consisten en apreciarse o valorarse en la medida justa. El novelista francés Honoré de Balzac dice que «sencillo es todo lo verdaderamente grande». Y el filósofo y escritor Blaise Pascal dirá: «La grandeza del hombre está en reconocer su propia pequeñez». Reconocer nuestra pequeñez es indispensable para ayudar al hermano en su pequeñez.

      Los clásicos grecolatinos dicen que la persona es un «microcosmos»: un pequeño universo que contiene en sí al universo entero de alguna manera, a través de la inteligencia y de la voluntad. Sin humildad la persona no puede realizarse, su ser y su tarea, su vocación, constituyen el ser y la tarea de la humildad. La humildad es el camino para descubrir nuestro universo interior. Un universo maravilloso que está siempre por descubrir y que en la medida en que el ser humano entra en sus profundidades va encontrándose con la belleza de un Dios que vive locamente enamorado de sus criaturas. Un Dios que te habita y sostiene tu vida.

      Pero la tierra de la humildad muchas veces se ve como un campo de minas que puede estallar de un momento a otro cuando prevalece la soberbia, el orgullo, la egolatría, la vanidad, la presunción, la arrogancia, la vanagloria, la petulancia, la prepotencia, el elitismo, la sofisticación, el narcisismo, la autosuficiencia, la segregación, el despotismo o la creencia en la propia y absoluta superioridad. Son las tempestades que azotan a nuestra humildad. Todas estas realidades son contrarias al camino de la humildad y hacen mucho daño a la persona, pues obstaculizan la obra de Dios en nosotros.

      Humilde es el camino que Dios ha elegido y quiere, y en el cual introduce a los pobres y pequeños, a los que privilegia frente a los ricos y poderosos, como canta María en el Magníficat: «(El Señor)… dispersa a los soberbios de corazón, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos» (Lc 1, 51-53).

      Santo Tomás puso especial atención en subrayar la dimensión religiosa trascendental de la humildad. Sin cierta dosis de humildad no podemos acercarnos con reverencia a ese insondable misterio del «silencio de Dios». A veces Dios calla, a veces no llegas a comprender su silencio, pero Él está ahí amando, siempre amando y esperando que brote en ti la confianza del corazón. El humilde confía y espera, incluso en el silencio de un Dios que a veces parece mudo. Si vas más allá de su silencio verás la luz de su amor, un amor que te reconforta, alivia todas las tristezas, levanta la esperanza, te resucita. Nada hay más grande que su amor. Si te sientes amado, ya te haces humilde, caes de rodillas, en veneración y adoración del misterio.

      Hoy nuestra sociedad vive bajo la dictadura de nuestra imagen, seducida y esclavizada por las meras apariencias, al margen del fondo real de las cosas, de su