Amy Blankenship

Ángel De Alas Negras


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algún tipo de revolución. Las leyendas locales dicen que era una ‘autopista’ subterránea para la actividad demoníaca”.

      â€œDiablos, me alegro de no estar en su lugar, muchachos. Estar en su lugar ahora sí que apesta”, dijo Toya con una sonrisa burlona. “Ey, Shinbe, Tasuki, ¿creen que pueden venir a ayudar a estas muchachas?”.

      â€œMis humildes disculpas, Toya”, dijo Shinbe por la radio. “Pero Tasuki y yo estamos al otro extremo de la cuadra y, desafortunadamente, en este momento estamos ocupados en nuestro propio trabajo”.

      â€œSí”, afirmó Tasuki y luego gritó.

      â€œÂ¿Tasuki?”, preguntó Kyoko. “¿Estás bien?”

      â€œEstá bien”, dijo Shinbe intentando no reírse. “Solo se llevó el susto de su vida por culpa de un viejo y un intento de zombie adolescente. Ey, Tama, me encanta el disfraz”.

      â€œCambiamos de opinión, allí vamos”, gruñó Tasuki. “Maldito viejo, siempre me hace cagar de miedo”.

      Kyoko rio nerviosamente junto con Suki. Al parecer, el abuelo Hogo había encontrado a Tasuki.

      â€œSaluda al abuelo de mi parte, y dile que lo llamaré mañana”, dijo Kyoko.

      â€œÂ¡No le diré nada a ese vejestorio!”, exclamó Tasuki de mal humor.

      â€œDile, o de lo contrario…”, le advirtió Kyoko, con sus ojos esmeralda agitándose en tormenta.

      Kotaro, Yohji y Toya retrocedieron dos grandes pasos lejos de la mujer de cabello rojizo. Cuando el rostro de Kyoko adoptaba esa expresión, solo había una alternativa… correr.

      â€œUm, vamos a avanzar y revisar la parte de adentro”, dijo Kotaro con vacilación. “Los mantendremos informados de lo que sucede”.

      Yohji ni siquiera necesitó una indicación. Retrocedieron un par de pasos más como si Kyoko fuera a atacarlos cuando se hubieran dado la vuelta, y luego recorrieron apresuradamente el camino hacia a la casa.

      â€œKyoko”, dijo Toya perplejo. “Das miedo, ¿lo sabes?”.

      Kyoko sonrió con suficiencia, “Es de familia”.

      â€œNo me digas”, murmuró Tasuki al auricular.

      Se podía escuchar a Suki riéndose otra vez, “Y se preguntan por qué amo trabajar con ustedes”.

      â€œSuki, querida”, dijo suavemente Shinbe. “Tú puedes dar miedo todo lo que quieras… eso solo me hace desearte más”.

      â€œCállate, Shinbe”, dijo Suki con frustración.

      Capítulo 3 “Casas embrujadas”

      Darious se encontraba de pie en la sombra, mirando cómo el pequeño grupo se dispersaba. No se había molestado en hacerse invisible porque, entre todas las noches, esta noche se confundiría bien entre ellos. Entornó los ojos al ver que Toya tomaba a la mujer por los hombros. ¿Por qué ellos eran tan aceptados dentro del círculo humano… mientras que a él siempre lo habían rechazado? ¿Qué hacía a los guardianes tan especiales?

      Su mirada taciturna acarició el rostro de Kyoko mientras sonreía, y supo que ella no les temía, sino que se mezclaba entre ellos como si perteneciera. ¿Qué no daría por recibir una sonrisa así…como si fuera un hombre y no un monstruo?

      Algo se tensó en su pecho, pero Darious se sacudió su melancolía al tiempo que su atención volvía a dirigirse a los dos policías que entraban a la burda casa embrujada.

      Podía sentir la actividad demoníaca en su interior, pero le interesaba más la fuente de dicha actividad. El patrón que controlaba a los peones era lo que debía encontrar. Destruye al jefe y destruirás a sus subordinados. Era un concepto que la mayoría ignoraba con demasiada facilidad… hasta que realmente debían enfrentarse a un jefe en combate. Solo que entonces no parecía tan fácil.

      Primero y principal, necesitaba encontrar a los demonios jefes y matarlos. Los guardianes podrían encargarse del resto de las alimañas que andaban sueltas esa noche…los blancos fáciles. Lentamente volteó la cabeza y miró en dirección al cementerio antes de desaparecer del lugar.

      Kamui sorbió ruidosamente su granizado de arándano y luego mordió el sorbete por un momento. Presenció el acto de desaparición del hombre que había acechado a Kyoko desde que ella y Toya habían llegado, y eso lo hizo sonreír. Girándose hacia otro de los portátiles abiertos frente a él, echó un vistazo al fotograma congelado de Darious.

      â€˜Así que finalmente nos has encontrado’, pensó Kamui para sí, asegurándose de mantener ese pensamiento inaccesible para Amni y Yuuhi. A menudo se había preguntado si el ángel oscuro todavía merodeaba por las tierras.

      Agrandó la foto y su sonrisa se desvaneció al ver la mirada solitaria que atormentaba los ojos de Darious.

      *****

      Kotaro y Yohji se acercaron a la mujer que estaba de pie en la entrada de la casa de los gritos, y comenzaron a entrar. Inmediatamente advirtieron un cartel afuera que indicaba que no se permitía la entrada de ninguna persona menor de dieciocho años, lo cual significaba que estaban controlando las tarjetas de identificación.

      â€œÂ¿Por qué tanto problema con el límite de edad? ¿Acaso tienen zombies desnudos o algo así?”, bromeó Yohji, esperando secretamente estar en lo cierto.

      â€œLo siento caballeros”, dijo la mujer. “Tienen que pagar una entrada de diez dólares para entrar”.

      Yohji se ahogó. “¿Veinte dólares? Eso es un robo a mano armada”.

      Kotaro mostró su insignia y sonrió. “Tú no quieres nuestro dinero, y ya es hora que te tomes un descanso”.

      La insignia llamó la atención de la mujer, que la siguió con la mirada, incapaz de apartar la vista, ya que ésta emitía un tenue brillo azul.

      â€œNo quiero su dinero”, repitió con voz embobada.

      Kotaro le echo un vistazo a Yohji, cuya sonrisa se había esfumado. “Vamos”.

      Caminaron hacia adentro, dejando a la mujer de la entrada meneando la cabeza confundida, hasta que miró su reloj, decidiendo que era hora de ir por un bocadillo.

      La puerta delantera se cerró tras ellos, y los dos hombres miraron a su alrededor. La habitación delantera tenía forma hexagonal, con pequeñas mesas redondas a cada esquina. En el centro se encontraba una mesa redonda más grande con flores marchitas y fruta podrida falsa dentro de un tazón, todo lo cual se hallaba cubierto de aserrín y telas de araña de fantasía.

      Ambos hombres siguieron en alerta máxima al notar un cartel con la palabra ‘Entre’, garabateada con letras torcidas junto a una puerta cubierta por una cortina, sin que hubiera ningún guía. Los parlantes reproducían una espeluznante música de órgano de tubos, dándole a la habitación lo que se suponía que era cierto ambiente, pero que al final solo resultaba cursi.

      â€œParece una funeraria”, murmuró Yohji. “Incluso tienen un ataúd aquí”.

      Yohji caminó hacia el ataúd, y por mórbida curiosidad levantó la tapa. Fue una decisión que lamentó al instante, arrugando la nariz ante el olor.

      â€œKotaro…